"El Adviento empieza hoy. ¡Prepárate! Iniciamos el camino del Adviento. Un mes lleno de sorpresas, de emociones, de espera..., pero, sobre todo, de aprendizaje."
El anciano Espartero Martínez hundió la barbilla en el cuello de su chaquetón de lana. Era el mejor que tenía, y el que más le gustaba. Tenía ya unos cuantos años, pero aún se podían ver los renos blancos y los copos, cuidadosamente definidos, entre las hebras de lana azul oscuro. Claro que no estaba como nuevo, ni mucho menos: el uso había hecho mella. Si hubiera tenido acceso a una lavadora de forma estable, seguramente se conservaría mejor. Pero lo que a él le importaba era lo que le transmitía, y los recuerdos. Siempre los recuerdos.
Terminó de escuchar el sermón del cura, que alzaba las manos para dirigirse a sus feligreses.
—¡Y hoy encendemos la primera vela, hermanos! La vela que debe señalar el comienzo de nuestro camino, de nuestro cambio, de la preparación de nuestros corazones para la llegada del Señor. Jesús está a punto de nacer, de llegar a este mundo. Y nosotros debemos estar listos para este gran regalo de Dios.
»Pero él no quiere cosas grandes, como donar trescientos euros a la parroquia o rezar un montón de Padrenuestros, Glorias y Avemarías. Él busca las cosas pequeñas que pueden hacer algo grande. Una acción que haga este mundo un poquito mejor. Si ves a tu vecina cargando con las bolsas, en vez de subir al ascensor y darle al botón, acércate. Pregúntale cómo fue su día mientras la ayudas, y una vez en su puerta, déjaselas donde ella lo necesite. Si ves a un adulto en la calle desamparado, no apartes la mirada con incomodidad. Párate. Escucha la historia que tiene que contarte. Compra algo con lo que pueda mantenerse caliente durante unos momentos: un café, un chocolate.
»Una sonrisa, una palabra, incluso una mirada, son acciones que nos preparan porque nos ponen al servicio de los demás. Y es que orar no sirve de nada si esto no se translada a nuestras acciones, y si no actuamos como cristianos. Si damos la espalda a la miseria, si no escuchamos los gritos de ayuda que está a nuestro alcance resolver, si no miramos la realidad para arreglarla, no estamos siendo hijos de Dios. Y cuando oremos con todos esos pecados de omisión en nuestro corazón, estaremos haciendo daño no solo al Señor, sino a todo aquel al que no tendimos la mano, y por el que ahora oramos para desear que otra persona le ayude.
El viejecito sonrió. Le gustaba mucho aquel cura, a decir verdad. Tenía las ideas muy claras, y aunque su acento indio dificultara la comprensión de algunas palabras, el mensaje era cristalino. Lo que no era tan seguro era que sus fieles fuesen a seguir sus palabras.
Con dolor, se levantó cuando terminó la oración a la Virgen María. Su espalda, tras años de dormir a la intemperie encogido sobre sí mismo, ya no era la misma, y no aguantaba bien tanto rato en mala postura.
—Espere, señor. Yo le ayudo.
Espartero Martínez alzó la mirada, encontrándose con la mano abierta y la sonrisa cálida de una joven. No pasaría de los quince años de edad, a juzgar por la redondez infantil que sus rasgos apenas comenzaban a perder. Su pelo castaño, muy corto y rizado, le tapaba parcialmente un ojo; pero el otro se veía perfectamente, un toño marrón cálido lleno de amabilidad y cariño, algo que el hombre llevaba ya tiempo sin ver.
Con ayuda de la muchacha, pudo levantarse del banco, y ella lo acompañó hasta la salida de la iglesia, donde le entregó el bastón de madera que el anciano conservaba desde los tiempos de la Guerra Civil española a la que había tenido la fortuna o desgracia, según se mirase, de sobrevivir.
—Vaya con Dios —se despidió ella—. ¿No necesita nada más, está seguro?
—Este par de piernas fofas aún puede hacer algo por mí —respondió él—. Pero que el Señor te bendiga, jovencita. Te va a hacer mucha falta con algunas de las víboras que se esconden entre los arbustos del laberinto de la vida, créeme.
Ella solo sonrió. Y él puso rumbo al albergue San Juan Bautista, que abría cada año por esas fechas.
Cuando llegó, tomó la primera ducha caliente que se daba el lujo de tener desde el último día de enero de aquel año que concluiría pronto. Las lágrimas de alegría al poder disfrutar de aquello, con el tiempo, se habían vuelto dóciles, y Espartero Martínez no tuvo problema para controlarse. Pero su alma se regocijó con cada gota del líquido que tocaba su piel, arrugada por la edad y curtida por las vivencias.
Como cada año, eligió el mismo pijama que le ofrecían en el punto de información, y pidió que le volvieran a imprimir su cartel.
ADVIENTO: UN CALENDARIO MUY ESPECIAL.
¡Ven a vivir cada día del Adviento con una reflexión diferente! Cada jornada tiene su cuento, y cada cuento, su lección. Prepárate para la Navidad de una forma nueva.
Cada día a las 18:30, en la sala de estar del albergue San Juan Bautista, de la mano del ex soldado Espartero Martínez.
Con una sonrisa de ternura al ver aquellas palabras que conseguían darle ilusión cada Navidad, el hombre, con paso lento y la espalda encorvada por el peso de la vida, caminó hasta el tablero de anuncios, donde lo colgó con tres chinchetas.
Y fue entonces cuando, preparándose para los días más bonitos que tenían sus años, Espartero se echó a dormir durante lo que quedaba de domingo y el lunes... A imaginar y recordar esos cuentos de su niñez que ahora narraba al mundo moderno y trataban de salvar el verdadero sentido de aquellas fechas.
Los recuerdos. Siempre los recuerdos.
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Adviento. Un calendario muy especial
Short StoryLa cuenta atrás ya está en marcha, el Adviento ha empezado. Y hay otro tipo de calendario, uno que no incluye chocolates, sino algo más especial... Y más relacionado con el verdadero sentido de la Navidad. Colección de relatos breves, todos ellos au...