23 de diciembre

28 10 3
                                    

Un día más. Espartero Martínez planeaba emplearlo para zanjar un tema que hacía tiempo que le rondaba por la cabeza: quería honrar a María Luisa. Ella seguro que lo podría escuchar desde donde estuviese, y si no, él se aseguraría de hacérselo llegar a la mujer a la que tanto debía.

Cuando se sentó en el sofá, miró a todas las parejas que ansiaban escuchar su cuento. Todas ellas le provocaban una mezcla agridulce de ternura y tristeza; pero, sobre todo, se alegraba porque parecían felices. Luego quizá no lo fueran, claro, pero si esto era así, a su instinto de perro viejo lo engañaban muy bien. En el mundo del siglo XXI, era muy difícil que una pareja funcionara, debido a que cada vez se querían más cosas, más inmediatas, más refinadas, menos humanas; y por ello, quizá, Espartero Martínez quería creer que estaba siendo testigo de las excepciones que confirmaban la regla.

"Poco nos queda ya, los últimos preparativos. ¿Cuál es el de hoy?, bueno, el más lógico para este 23 de diciembre: preparar el corazón; porque con tanto ruido y tantas luces es fácil confundirse. Nos ciegan y nos ensordecen, nos distraen del verdadero sentido de la Navidad: pasarla con aquellos a los que queremos."

—¡Mira, Marco! ¡Han puesto ya las luces!

Una muy ilusionada Beatriz se asomó a la ventana, sin importarle el frío polar de Burgos a las siete de la mañana ni el hecho de que solo llevaba puesto un camisón de algodón.

—¡Son preciosas! Son como guirnaldas, y en las farolas han puesto angelitos y copos de nieve...

—Más precioso era mi sueño, eso te lo aseguro —masculló el hombre, frotándose un ojo mientras contenía un bostezo—. ¿Qué hora es?

—Las... siete, creo. Más o menos.

—Vaya tela —murmuró él, dejándose caer de nuevo sobre la almohada—. Anda, hazme un favor y ven aquí.

Sin dejar de observar la iluminación de su pueblo, Beatriz hizo lo que le pedía. Se acostó al lado de Marco, y este se giró para cubrirla con el edredón y apretarla contra su pecho, sin abrir los ojos.

—Si esperas un ratito, prometo ser capaz de mantener una conversación más o menos inteligente sobre cualquier tema que te apetezca —prometió, con voz pastosa. Apenas pudo terminar la frase antes de caer dormido.

Aquella tarde, Marco y Beatriz salieron a dar un paseo. A ella le hacía especial ilusión que él se hubiera puesto el parka que le había regalado por su cumpleaños, mientras que este se sonreía cuando la veía con la bufanda y el gorro que había tejido, y de forma desastrosa, para su novia. Se cogían de la mano para conservar el calor, aun llevando manoplas, y miraban las luces y las bolas de Navidad que colgaban mientras caminaban, sin prisa.

—Siempre he pensado que esta ciudad está preciosa con sus decoraciones de Navidad —afirmó Beatriz.

—Es preciosa ya de por sí —apuntó Marco—, pero todas estas luces le dan un aire incluso más... Feliz.

Tras media hora de charla intrascendental, entraron en una panadería, donde Beatriz invitó a su novio a una palmera de hojaldre con glaseado y chocolate caliente. Lo pidieron para llevar, y salieron de nuevo a la calle, por la que transitaron hasta dar con un lugar tranquilo y alejado del bullicio de los niños jugando y la gente haciendo compras de última hora. Se sentaron en el banco con calma, mirando los dibujos que hacían las gotas de agua del chorro de la fuente. Ella apoyó la cabeza en el hombro de él mientras, en silencio, comían lo que habían pedido y escuchaban el ruido del surtidor, a los pájaros, los sonidos de la ciudad y, finalmente, la respiración del otro.

—Me encanta este lugar —dijo el joven, rompiendo el silencio—. No está lejos de casa, pero es como si estuviéramos apartados de todo ese ruido y apuro. Como un pequeño oasis, si quieres verlo así.

—Sí —asintió ella—. Es toda una suerte tenerlo. Tiene el ambiente perfecto para poder perderse en los pensamientos de uno sin ser interrumpido.

—Bueno, quizá yo sí pueda interrumpirte. —Con gesto pícaro, Marco le dio un beso inesperado pero dulcísimo, y no solo por el glaseado, a su novia—. ¿Ves?

—Tú no cuentas como distracción —respondió ella, riéndose—. Al menos, no como distracción molesta.

—Gracias, milady —replicó él, guiñando un ojo.

Se quedaron en silencio de nuevo.

—¿Sabes? —lo rompió ella esta vez—, me he dado cuenta de una cosa.

—¿De qué? No me digas que te has vuelto a dejar la llave del gas abierta —se asustó él.

—No, tonto. Me he dado cuenta de que ha llegado la Navidad.

Marco asintió, comprendiendo lo que quería decir Beatriz. Y así se quedaron ambos, lejos de las luces y el ruido, callados, apoyados el uno en el otro..., y sintiendo la vieja emoción de las fiestas que llegaban.

"La Navidad es la época del año en que se nos acaba el dinero antes que los amigos." (Larry Wilde)

Adviento. Un calendario muy especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora