Esta vez no hay música, pero Espartero Martínez se da cuenta de pequeños detalles en los que decidió empezar a fijarse ayer; la chica castaña está sentada al lado del joven de la silla de ruedas, y hay una familia que lo escucha portando la estrella de David. Además, la mujer de la primera fila lleva un burka oscuro, y hay unos mellizos que se cogen de la mano. Sin duda, su público es variado.
Y le entran ganas de destacar esa varianza.
"La tarea de hoy, 10 de diciembre, es orar e ir a misa, escuchar Su palabra... Pero podemos cambiarla. No todos aquí sois católicos, de eso estoy seguro, y aun así; no todos los católicos quieren ir a misa, juntarse con otros creyentes para orar todos juntos. Rezar, si se hace, es algo personal, y no hay por qué hacerlo público. Así pues... ¿Qué os parece si en vez de orar, tenemos fe? Tenemos fe en los demás, en el cariño de nuestros seres queridos y amados... Sí, es una misión mucho más asequible."
A la anciana Natividad Jiménez, o Nati, como se la conocía en su pueblo, nunca le había gustado vivir en un tercer piso. En parte porque era el único que tenía la mala suerte de estar orientado al contrario que los demás, y el que se caldeaba en exceso en verano y congelaba en invierno; y en parte porque, al no haber ascensor, sus rodillas sufrían las consecuencias de la obra barata del siglo XX.
A sus casi 76 años, Nati se enorgullecía de no haber empleado jamás muletas, andadores ni ningún sistema parecido para moverse; pero su marido, Antón Lomana, no podía, por desgracia, decir lo mismo. El hombre, un año mayor que ella y aquejado de una grave enfermedad degenerativa, necesitaba a su mujer como guía y punto de apoyo, y no solo físico, sino también mental y emocional.
Era una época dura para los Lomana-Jiménez. El estado de Antón empeoraba por días, y las pensiones de ambos no eran suficientes para pagar los medicamentos; así que el hombre tenía que aguantar con sucedáneos no tan efectivos, pero sí más baratos. Y no solo por eso lo pasaba mal Nati; también tenía la sensación de ser necesaria las veinticuatro horas del día para su marido, e incluso con el amor que le profesaba, no era capaz de no sentirlo, a veces, como una carga que impedía que ella disfrutara plenamente de sus últimos años de vida.
Pero los pequeños milagros son los que hacen hermosos las grandes vidas.
Por azares de la vida, Nati y Antón fueron seleccionados para un experimento social. Aunque el joven instructor se esforzó en explicarlo, la pareja apenas si entendió lo básico. Sabían que debían mirarse a los ojos durante cuatro minutos, pero no se enteraron de nada más allá.
Cuando la campana que daba comienzo a la prueba sonó, Nati se preocupó, en parte. Quizá a Antón lo aquejasen precisamente ahora los dolores de riñón, o le bajaran los niveles de glucosa, o... Mas, en cuanto ambos conectaron las miradas, todo aquello quedó olvidado.
Durante esos doscientos cuarenta segundos, Nati vio cosas increíbles en aquellos iris azules que con el tiempo se habían tornado desvaídos. Vio cómo se habían conocido, cómo había sido su primera cita, la presentación a sus padres, la pedida de mano, la boda, la primera vez, el primer hijo, el primer nieto. Vio las sonrisas que, durante su vida juntos, Antón le había dedicado solo a ella, y a nadie más. Vio los besos, apasionados y voraces al principio, tiernos y confiados al final. Vio las palabras dulces de cariño y confianza, que habían mantenido la relación intacta. Vio el cuidado y respeto con el que siempre se habían tratado, clave para no desfallecer. Vio... Vio tantas cosas, tan asombrosas..., que, cuando volvió a sonar el timbre, marcando el final del experimento, apenas se dio cuenta de que había pasado ya el tiempo, y continuó mirando a su marido, que la observaba con la ferviente adoración de quien observa a su ídolo o a su dios.
—En cincuenta y cinco años de matrimonio, nunca nos hemos mirado a los ojos de esa forma, en realidad —constató Nati, con la voz temblorosa—. Pero sí que te miro a veces para comprobar tus niveles de azúcar.
—Compruebas cómo estoy todo el tiempo —respondió Antón.
—Sí... —admitió la anciana.
—Cuando te miré muy de cerca, me di cuenta de cuánto te necesito —confesó su marido, inclinándose ligeramente hacia ella—, y lo que significas, y esa es la verdad, y, eh..., no podría imaginarme el estar con nadie más.
—Mmm... —asintió Nati. La emoción era tal que, antes de expresarla, necesitó dominarla. En todos sus años de matrimonio, jamás se habían sentado a hablar de esa manera tan directa, con el corazón en la mano.
Comenzó a sonar música de swing, y Antón se levantó, tendiéndole la mano a su esposa. Ella la tomó, y empezaron a balancearse suavemente al ritmo de las notas. Y continuaron bailando durante mucho tiempo más... Al compás de los recuerdos felices.
"Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?" (Fernando Pessoa)
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Adviento. Un calendario muy especial
Historia CortaLa cuenta atrás ya está en marcha, el Adviento ha empezado. Y hay otro tipo de calendario, uno que no incluye chocolates, sino algo más especial... Y más relacionado con el verdadero sentido de la Navidad. Colección de relatos breves, todos ellos au...