21 de diciembre

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Había vuelto el cansancio; y esta vez, como si una parte de él fuera profeta, Espartero Martínez sabía que no iba a marcharse, y que lo iba a acompañar para siempre. Quizá fuera el cansancio de toda una vida, o el invierno, que comenzaba a ganarle la partida, no lo sabía; pero sí que martilleaba cada uno de sus huesos lentamente, tratando de obligarle a volver a dormir y no despertar hasta dentro de dos semanas.

Pero él era el ex militar Espartero Martínez, curtido en la Guerra Civil, y posteriormente en la Segunda Guerra Mundial. Desde luego, no iba a rendirse con tanta facilidad; así que se echó la bufanda de cuadros al cuello, se caló la boina con mirada intimidatoria y marchó a paso ligero al saloncito al que ya consideraba suyo.

"¡Madre mía, madre mía, qué rápido se me ha pasado el tiempo! Veo que a vosotros también. Para no perder las buenas costumbres, veamos cuál es nuestra tarea... Sí. La clave de este 21 es el diálogo: acercarnos a las opiniones y deseos del otro con curiosidad y cariño. Porque si cada uno se empeñara en tener razón y no escuchar a nadie, ¿qué sería de nosotros? No nos hablaríamos, y no tendríamos la oportunidad de colaborar para compartir e intercambiar ideas. Y la sociedad sería muchísimo peor."

—¡Es usted un calumniador, señor Jiménez!

—Si se centrase más en la política de su partido y menos en descalificar a otros grupos, señor García, ¡no estaríamos ahora mismo debatiendo esto, sino ayudando a este pueblo a salir adelante!

Los dos políticos tuvieron que ser sujetados para no echarse encima del otro, pero se los veía deseosos de hacerlo. Las caras rojas, las venas hinchadas y los puños cerrados eran bastante indicativos.

—Señor García, no podemos seguir así —informó su secretaria, tendiéndole unos papeles—. La popularidad del partido está cayendo en picado, y cada vez son más los grupos que se manifiestan en contra de sus apariciones públicas. ¡No puede ganar unas elecciones si lo único que muestra es una crítica constante hacia los demás, pero sin hacer nada!

—Tampoco es que el resto haga nada por conocer mis opiniones —replicó el hombre.

—Nadie querría acercarse a alguien que lo único que hace es atacar —contestó, mordaz, la mujer—.  Mire, piénseselo, pero los resultados de las encuestas no mienten.

El señor García gruñó mientras leía los papeles. Desde que él se había puesto al mando del partido y había comenzado la campaña, la popularidad había caído del 73% de votantes a apenas el 20%, y bajando. Todos papanatas, todos. Seguro que acababan votando a Jiménez. Y entonces él se reiría, cuando el pueblo se fuese a la porra y todo les fuera de mal en peor.

Se sentó en un banco del patio del Ayuntamiento a fumar un cigarrillo y relajarse. Estaba escuchando el trino de los pájaros mientras hacía oes con el humo cuando oyó un fragmento de una conversación entre dos chicos de unos veinte años.

—Tronco, y yo que pensaba votar al García ese... —dijo uno, sacudiendo la cabeza.

—¡Ni de coña! ¿Tú le has visto? Un tío que lo único que sabe hacer es pelearse, y no es capaz de escuchar otras propuestas o pensar en pactar, no puede dirigir un pueblo. Acabamos en guerra con los de Lepe, vamos. —Su interlocutor sacudió la cabeza.

Al principio, García frunció el ceño, incrédulo, pero luego las palabras fueron haciendo efecto una a una. Si eso decían de él sus votantes... ¿Cómo iba a ganar? Nadie le querría votar, eso estaba claro.

Pisoteó el cigarrillo como si estuviera intentando machacar una cucaracha, y luego se encendió otro y se lo fumó a una velocidad casi sobrehumana. Tras repetir el proceso que había llevado a cabo con el primero, se levantó, se alisó el traje y volvió a la sala de la reunión, donde todas las cámaras de televisión local y nacional, que estaban allí para ver en acción al "Huracán García", se giraron para enfocarlo.

El político se sentó en su silla, y por un momento pareció un niño introvertido, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y las manos unidas, entre los muslos. Luego se mordió un carrillo, nervioso, y miró a su rival electoral.

—Señor Jiménez, si... Si no le molesta... Perdón por mi actitud de hace unos momentos. ¿Cuál era esa carta de ajustes que estaba sugiriendo?

Y no, quizá el pueblo no tuviera el mejor gobierno, y quizá en las elecciones hubiera una ligera manipulación en el recuento; pero lo que sí es completamente cierto es que, a partir de aquel día, la estabilidad política fue la más impresionante de todo el país.

"Solos podemos hacer muy poco; pero juntos podemos hacer tanto..." (Hellen Keller)





Adviento. Un calendario muy especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora