¡Con qué alegría recibía a sus oyentes! Prestó especial atención a los dos jóvenes, que se sentaban juntos. Sus ancianos ojos relucían con el brillo de una sospecha pícara mientras hablaba .
"Ya vuelve a ser lunes. Qué mal, ¿no? Veo en vuestras caras que no os hace especial ilusión... Perdón. No, no por teneros aquí escuchándome; el perdón es vuestra misión de hoy. Perdón al que os ha hecho daño, os ha ofendido, os ha herido... El perdón, de las cosas más hermosas que hay. Y es que hace más bien al que lo pide que al que lo da..."
Érase una vez una princesa encerrada en su torre, que languidecía mirando por la ventana y soñando con mil caballeros diferentes que la rescataban de su encierro, y la amaban, y la hacían sentirse viva. La heredera del reino de Airamys nunca había salido de aquellas cuatro paredes, y estas eran todo lo que conocía. Lo único que sabía es que era el objeto de un pacto; una promesa hecha por sus padres.
Lo que la princesa no conocía era el hecho de que no era realmente parte de un pacto, sino de una disputa. Una anciana hechicera había dispuesto que no pudiera salir de allí ni recibir visitas, una herida muy profunda para los reyes, como respuesta a un agravio por el que estos habían insistido en no disculparse. Así pues, no solo había condenado a la joven a una vida extremadamente aburrida y gris, sino también al reino a no tener heredera.
¡Cómo eran las cosas! Habían pasado diecinueve años, y pese a que muchos héroes habían intentado acercarse a ella, ninguno lo había conseguido. Todos habían sido repelidos por la magia de la bruja de la Comarca de Lomain, que se había retirado a sus dominios tras encantar el terreno; y lo único que hubiera podido salvarla habrían sido unas palabras de perdón, pero jamás se habían pronunciado.
Érase una vez un joven humilde, no muy rico pero tampoco excesivamente pobre, que había crecido oyendo hablar de la heredera del trono y fantaseando con rescatarla. Desde que tenía uso de razón, Nalys había sido receptor de miles de versiones acerca de lo ocurrido con la princesa de Airamys, pero había grabado algo en su mente a fuego: necesitaba un héroe. Así pues, en cuanto hubo alcanzado la edad, se inscribió en el torneo del reino, y logró ser caballero, consiguiendo además de tamaño rango una audiencia con los monarcas.
—Mis señores, debemos partir hacia la Comarca de Lomain lo antes posible —imploró, no bien hubo hincado la rodilla en el suelo tal y como dictaba el protocolo—. Es preciso hablar con la bruja si deseamos que el hechizo que pesa sobre su hija se rompa.
—¡Qué estupidez! —exclamó el rey de Airamys—. Esa mujer nos engañó. No tenemos por qué pedir perdón por una ofensa que ella cometió.
Pero la reina era harina de otro costal. La bella mujer había tenido que pasar diecinueve años sin su única hija, sabiendo que estaba viva pero sin poder verla o tocarla, y el recuerdo del encontronazo con la hechicera pesaba sobre su mente. A ella ya no le importaba quién había originado la disputa; solo quería recuperar a la princesa.
—Partiremos al amanecer —decidió, causando el mayor enfado que había tenido su marido en mucho tiempo—. No, Buramys, sabes que no debemos continuar así, con este orgullo inútil que no causa más que dolor. Nuestra hija es prisionera de esa mujer porque nos negamos a pronunciar una simple palabra. No lo toleraré por más tiempo.
La reina no permitió que su esposo dijera nada más. Se giró al capitán de la guardia real, y le ordenó que organizara todo para poder partir.
Tardaron seis días en llegar hasta los páramos que habitaba la hechicera, y tres más en sortear todas las trampas y peligros que la mujer había dispuesto para que nadie penetrase su morada. Pero por fin lograron llegar a la cueva en la que habitaba la anciana. Pues, tras tantos años, a aquello había quedado reducida la mujer: piel arrugada y ojos ciegos que, sin embargo, de inmediato percibieron la presencia que durante tanto tiempo había esperado.
—Hechicera de Lomain —dijo la reina, con seguridad—, mi nombre es Juillarde de Airamys, y me hallo hoy aquí para deshacer el terrible agravio que mi reino cometió contra vos, diecinueve años ha.
»Se cometió el terrible error de acusaros de alta traición por la desaparición de fondos de las arcas reales. A día de hoy, se ha descubierto que fue obra del ex tesorero, y que vos sois inocente. En nombre de todos mis súbditos, y en el mío propio, os pido perdón.
No muy lejos de allí, en una torre destartalada..., una puerta se abrió por primera vez.
Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo. (Anónimo)
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Adviento. Un calendario muy especial
Short StoryLa cuenta atrás ya está en marcha, el Adviento ha empezado. Y hay otro tipo de calendario, uno que no incluye chocolates, sino algo más especial... Y más relacionado con el verdadero sentido de la Navidad. Colección de relatos breves, todos ellos au...