11 de diciembre

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Con cansancio, Espartero Martínez entró en la sala. Tenía mucho sueño, y no se encontraba muy bien; pero no podía dejar tirados a sus fieles oyentes. Hizo un esfuerzo por no bostezar continuamente mientras hablaba, y rezó para que el agua fría que bebía a cada momento lo mantuviera despierto.

"¡Viernes, anhelado viernes! Y el segundo que pasamos juntos; no es moco de pavo, ¿eh? 11 de diciembre, veamos... Sí, ya lo tengo. Quizá os parezca muy básico, pero hace más falta de lo que a menudo queremos admitir... Pensar antes de hablar, porque es muy fácil hacer felices a los demás."

Las palabras se las lleva el viento, pero antes son pronunciadas y escuchadas. Son dichas con una intención, y seguramente escuchadas con una actitud u otra. La persona que habla lo hace con un objetivo, con un mensaje en mente; y la que escucha, lo quiera o no, sufre una consecuencia, una reacción, unas emociones como respuestas. Así que sí, las palabras se las lleva el viento, pero no sin haber hecho que nosotros cambiemos y nos adaptemos a su significado.

Sin embargo, esto a Javier no le quedaba muy claro. Para él, las palabras eran simples piezas de un puzle que él podía componer como le diera la gana, pero que no formaban ninguna imagen, no tenían ningún poder sobre otras personas. O quizá sí lo tenían, y precisamente por ello disfrutaba retorciéndolas, imaginando formas de emplearlas para demostrar que era él el más ágil y quien mejor las dominaba.

Si jamás hubiera tenido que chocar con la realidad de la forma más cruenta, quizá nunca se habría dado cuenta de en lo que estaban desembocando los sonidos que emitía y lo que decía a otras personas. Pero, por suerte, se dio un golpe brutal con ella, el peor tipo de golpe que puede uno darse: el del corazón.

—Se acabó, Javier. Me marcho.

Esas fueron las palabras que lo marcaron todo: el final, el comienzo, a él.

—¿Cómo que te marchas? —inquirió el muchacho.

—Ya no aguanto más —replicó ella, desafiante—. Llevas tratándome como si fuera un perro durante todo el tiempo que he pasado contigo, y nunca te ha importado cómo me hace sentir lo que me dices con tanto asco. Bueno, pues nuevas noticias: no soy tu juguete, y no pienso quedarme aquí para que sigas manipulándome a tu antojo.

Con un portazo triunfal, Susana Sandoval, Sus para los amigos, reafirmó sus palabras y firmó su sentencia. Javier se apoyó en la pared, confuso, y con cada zancada airada de la chica resbaló un poco, hasta acabar sentado en el suelo y mirando a la nada.

Para él, las palabras nunca habían supuesto algo muy grande. Eran las acciones las que contaban: lo que se decía no era importante. La gente se insultaba mientras se reía; y había enemigos que se dedicaban palabras aparentemente cariñosas. Así que ¿qué estaba haciendo mal él? ¿Tenía la culpa siquiera? Por su mente cruzaron los momentos a los que quizá, y solo quizá, se refería Sus: las riñas de broma, que a lo mejor iban en serio; los motes afectuosos, que podrían no serlo tanto; los SMS bordes y cortantes, que al parecer ella no se había tomado bien.

No entendía por qué aquello estaba mal. Sus padres siempre lo habían hecho, pero luego se habían seguido queriendo. Pero sí que comprendía que Susana se alejaba de él, y sin la menor intención de volver atrás. Y también entendía que su corazón le gritaba que Susana era única, y que no iba a encontrar a nadie igual, dispuesto a quererlo con sus defectos y virtudes, y que tuviera lo mismo que la chica. Si quería recuperarla, tendría que correr tras ella. Y eso hizo.

—¡Susana! —Los transéuntes se giraban a mirarlo, a observar al chico que corría aún con los pantalones del pijama puestos, pero no le importó. Siguió recorriendo el camino a casa de los padres de la chica, convencido de que era esa la ruta que había escogido.

Tardó apenas unos minutos en encontrarla, marchando a paso airado.

—¡Susana!

—¿Es que no me has hecho ya suficiente daño? —murmuró ella, sin girarse.

—Susana, espérame. Ya sé que no te lo vas a creer, de verdad, pero lo siento, lo siento tanto —suplicó Javier—. Mira, no sabía que todo eso te estaba haciendo daño. Pensaba que te lo tomabas a broma, y si hubiera averiguado que te hacía sentir mal, habría parado. Yo... Creía que no te importaba, pero veo que sí, y que he sido un estúpido, y ahora solo puedo pensar en que ojalá me perdones, a pesar de que soy el mayor idiota que hayas visto jamás, seguramente. Y sé que suena a la típica excusa, y de hecho a lo mejor lo es, pero es una excusa muy sentida, y...

Un fuerte abrazo cortó el torrente de palabras que salía a chorro de su boca. Se quedó parado durante unos instantes, pero luego respondió, abrazando la calidez del cuerpecito que tanto había añorado durante aquellos minutos tan angustiosos, la que lo hacía sentir mejor cuando los problemas llamaban a su puerta.

—Las palabras tienen poder, Javier. No lo olvides —murmuró Susana, dándole un beso en la mejilla—. Y, ahora, vámonos a casa.

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única." (Jorge Luis Borges)





Adviento. Un calendario muy especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora