Las rosas marchitas

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No hay mucho que decir sobre el viaje en el auto con Francisco Hoyos, solo podría comentar un silencio sepulcro que no quisiera que sintiera nadie, así que vamos a lo que nos importa, su casa. Su casa era un desorden de whisky, tabaco y libros, hojas arrancadas y dos gatos llamados Luis y Jaime que parecían tener licencia para hacer de todo. Me acomodé en un sofá de cuero negro observando los cuadros de Dalí, únicamente estaba ese artista, al parecer a Hoyos no le iba bien Picasso ni Miguel Ángel, sólo la locura derretida de Dalí.

La luz era opaca y hacía que el ambiente sea pálido y taciturno, quería gritarle que ponga más iluminación, con toda la pasta que tenía podía contratar una buena persona que recoja todo el chiquero, me sentí enojada, de pronto creí que ese hombre era mío y apenas lo conocía por sus historias.

-¿Té?-preguntó-

-Café-dije-

Los relojes derretidos de Dalí me hacían despreocuparme del tiempo, esta historia iba a encantarle a Laura, y vaya que sí, pues esta historia es solo para ella.

Vi una pecera, los peces flotaban muertos en ella, el agua estaba sucia, y un caracol se había hecho el solitario dueño del lugar, ¿hace cuánto no habrá alimentado a los peces? Suspiré, comencé a ponerme ansiosa y pensé que el té hubiera sido mejor idea.

Vi, encerrado en un cristal unas rosas marchitas, no, no es correcta la expresión, estaban destrozadas, pero aún se podía decir que fueron rosas, alguna vez rojas y brillantes, rosas para conquistar a un amante, ahora podridas encerradas en un altar, como si Francisco no las quisiera dejar morir nunca, era claro que esas rosas tenían un gran significado para el hombre, dejas morir a tus mascotas pero mantienes zombies a tus rosas, ¿Aquí hay algo mal, no?

Llegó con su rostro ceñudo, parecía siempre estar molesto, desde que lo vi nunca ha sonreído, eso no le quitaba lo atractivo, me pregunto cómo una persona puede estar relajada con la frente arrugada todo el tiempo.

Se sentó y sus ojos cafés se encontraron conmigo, sentí vergüenza y culpa por lo del libro pero no pude decir nada.

El bebía Whisky.

-¿Cuándo descubriste los siete cielos?-preguntó-

-Apenas unos meses de su publicación-

Alzó las cejas.

-¿No me crees?-

-Si te creo-dijo-solo que es muy difícil encontrar personas que hayan leído mi libro a los pocos meses de su publicación-

-Pues ya ves que no-dije y bebí mi café-

-Lo veo todo claro-no me quitaba la mirada de encima-

-¿Estás enojado?-pregunte-

-No-dijo-¿Por qué?-

-Tu cara-dije-pareces molesto-

-Solo me duele un poco la cabeza-

-El Whisky-dije-

-¿El whisky, qué?-

-Bebes mucho-dije-Es lógico-

Parecía que había esbozado una sonrisa, parecía.

-¿Eres psicóloga?-prendió un cigarro-

No, esa es Laura.

-No, estudio Letras-

Suspiró-

-Debí imaginarlo-

Nos quedamos en silencio, no fue el silencio acogedor que sentía con Laura, el silencio de Francisco me hacía preguntas ¿Por qué me lanzaste el libro? ¿Por qué juzgas mi casa? ¿Por qué quieres saber quién soy?

-Quiero pedirle disculpas-dije suspirando-no debí comportarme así, le hice daño, yo no soy así-

Me miró largo rato, estaba acostumbrada a los silencios largos, Laura los utilizaba para llevar el control de la situación con sus pacientes.

-Quien debe disculparse soy yo-dijo bebiendo-te traté mal, me merecía un libro de pasta dura en la cabeza-

-No...

-Shhh-me hizo callar-te estoy diciendo que fuí el culpable, quiero acabar con el asunto-

No pude decir más, su expresión no daba tiempo para más discusión, Dalí derritió el tiempo, mi mirada se posó meditabunda en las rosas del altar, no pude evitarlo, eran feas, pero que estén encerradas en esa esfera las hacía especial de alguna forma, era una esquina melancólica.

-Las rosas de ayer-dijo-Alguna vez fueron bellas-

-Lo sé-dije-puedo preguntar: ¿Por qué?-

-¿Quieres saber el final del tercer libro?-

-Claro que no-dije enojada-prefiero leerlo-

-Entonces no te  puedo contar aun lo de las rosas-

-Entiendo-dije-creo que no ha sido tan malo conocerle-

-Oh, créeme, es malo, estoy tan dañado como esas rosas, la única esfera que me mantiene vivo son estos libros, mira, puedes quedarte si quieres o llamar un taxi, estoy muy borracho y quiero dormir-

-Tomaré un taxi-dije-

-Buena decisión-

-Solo por curiosidad-dije-¿que hará después de terminar el tercer libro?-

Fue la primera vez que lo vi sonreír y echar una pequeña carcajada, su frente se relajó por fin y vio hacia los peces muertos, luego a las rosas.

-Primero destaparé las rosas para que puedan tener su descanso merecido-suspiró-luego voy a suicidarme-









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