Miro la maleta satisfecha y con una sonrisa en la cara. Por una vez, no hace falta que me siente en ella para hacer presión y conseguir cerrarla.
Las veces que he viajado a Francia, a Estados Unidos o que simplemente volvía a casa por Navidad –estudiaba fuera–, siempre ha sido un completo desastre.
La maleta grande. La de mano. El ordenador portátil con su propia funda. Un bolso pequeño con la cartera, llaves y auriculares. Uno más grande para terminar de guardar toda la ropa que no me cogía en ningún sitio.
La primera vez que fui a Francia, Paloma y Claudia me acompañaban. La primera, superó en casi quince kilos el peso de la compañía aérea y Claudia, que siempre viaja con lo justo, tuvo que guardar su ropa.
Una auténtica estampa: tres chicas de dieciséis años con dos maletas abiertas de par en par en mitad del aeropuerto e intentando que la ropa interior no saliese a la vista. Casi todas las braguitas que tenía Paloma eran de Snoopy. La moda, supongo.
Íbamos a Francia en un intercambio del instituto. Dos semanas en Grenoble, ciudad de los Alpes, cerca de Lyon.
Aún recuerdo los nervios que sentimos cuando entramos en el instituto francés. Parecía salido de una película americana, un campus universitario. Casi se nos desencajan las mandíbulas cuando nos dieron el número de alumnos que estudiaban allí: la friolera de mil quinientos.
¡Y nosotras veníamos de un centro donde no llegábamos a los quinientos!
Aprendimos mucho. Nos reímos hasta que dolía la tripa. Comimos mucho chocolate. Y lo más importante de todo: la unión fue más que significante.
Cuando no estás en casa, cuando sales de tu hogar por primera vez, te aferras a un clavo ardiendo. En ese caso, no hizo falta la sobriedad y la timidez del inicio de una amistad. Nosotras ya nos conocíamos al dedillo. Ellas sabían que no soporto el tomate natural. Que Paloma podría pasarse lo que le queda de vida alimentándose de pizza y chocolate. Y que Sara es capaz de comerse toda la verdura que Paloma y yo desertábamos en el plato.
El viaje nos hizo estrechar lazos. Comprendernos y echarnos de menos. Porque no estábamos todo el día juntas, pero cuando nos veíamos era como si hiciese meses que no ocurría.
¿Y Sara? Mi Sara no quiso ir. Pero esa fue la única vez.
Hoy, hacer el equipaje, ha sido mucho más fácil. Claro, que, tan solo he metido la ropa que tengo en casa. Apunto mentalmente volver a mi anterior casa para terminar de recoger mis cosas.
Llevo dos vestidos, un par de pantalones y cuatro camisetas, ropa interior y mi neceser de maquillaje.
No he hablado con Harry sobre qué haremos, pero supongo que ninguno de sus planes lleva consigo una cena de gala a la que ir vestida de Armani. Y menos mal. No tengo ningún vestido de Armani.
Bajo la maleta de la cama y la dejo al lado de la puerta.
Harry lleva un rato preparando no sé el qué en el despacho. Supongo que sigue con preparativos para la gira.
De pronto, el corazón me late desbocado. Se me acelera la respiración.
Me siento en el colchón y cierro los ojos intentando controlar mi cuerpo.
Uno. Dos.
Pitido.
Tres. Cuatro.
Un cosquilleo me sube por los brazos.
Cinco. Seis.
Siento cómo mi respiración lucha despavorida por hacerse más pausada.
Siete. Ocho.
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Quizás nosotros.[#WYNA2016] #Wattys2016
Fanfiction¿Hasta qué punto puede cambiar una persona tu vida? ¿Y si esa persona jamás te ha interesado? ¿Si esa persona hace tambalear tus cimientos? Esta es una historia madura, adulta, llena de sentimientos. Miedos, amor, odio y celos. Felicidad y tristeza...