Estrategia

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Después de los entrenamientos fui durante un rato a la azotea. Necesitaba estar sola un rato, y pensar en todo lo que estaba pasando. Tenía miedo de lo que pasaría dentro de unos días, de llegar a la arena, de que otros tributos fueran más fuertes que yo, de no ganar. De morir. 

Echaba de menos a mi distrito, a mis padres, a mis amigos. Daría todo porque James estuviera allí para hacerme reír, Thomas me elogiara una vez más, Neth me abrazara y me dijera "preciosa", y porque Anne nunca hubiera dejado de apretar su mano contra la mía. ¿Y si nunca volvía a verlos?

No podía reprimir las ganas de llorar, pero hice un esfuerzo. Seguro que había cámaras en cada rincón de aquel edificio. No le daría la satisfacción al Capitolio de verme llorar.  

Permanecí en aquella azotea hasta que anocheció por completo. Vi cómo la caída del sol teñía el cielo de Panem de tonalidades anaranjadas y rosáceas, para acabar en un azul tan profundo que se confundía con el negro. 

Me levanté entonces y me dirigí a los apartamentos. Me sorprendí a mí misma pensando en Finnick mientras que el ascensor subía a la quinta planta.  Me odiaba por ello, pero había de reconocer que cada vez que estaba cerca de él, un extraño sentimiento afloraba en mí. Y aquella tarde en los entrenamientos... ¿A qué jugaba?

Llegué a mi apartamento y fui a la sala común, donde Cecile, Tyen, Elia y Eric veían la tele. Todos parecían sorprendidos. Me fijé en las imágenes. El Capitolio estaba retransmitiendo imágenes de los entrenamientos de aquella tarde. Mostraban como Finnick me rodeaba por la cintura y pegándose a mí, me susurraba algo al oído, y luego me daba un beso en la frente.  Obviamente ese comportamiento no era nada normal entre mentores y tributos. Menos si ni siquiera es tu mentor. No supe que decir, así que me marché a mi habitación lo más rápido que pude.  Odiaba al Capitolio por tener que ir a los juegos, odiaba al Capitolio por haberme traído aquí, y odiaba al Capitolio por retransmitir aquellas imágenes. Y odiaba a Finnick Odair. 

Me tumbé en la cama boca abajo y emití un grito mudo. Alguien llamó a la puerta.

- ¿______?¿Se puede? - preguntó Elia.

- Claro, pasa - era el único apoyo que tenía allí. Aunque estuviera enfadada no podía tratarla mal.

- ¿Me vas a contar lo que ha pasado hoy en los entrenamientos?

- No hay mucho que contar, el Capitolio se ha encargado de mostrárselo a todo el mundo. 

- El Capitolio te ha hecho un favor - dijo.

- ¿Qué? - no entendía.

- Te ha dado una gran oportunidad, que tú vas a aprovechar. Yo te voy a enseñar cómo.

- No veo que favor me puede haber hecho. Sólo me han hecho pasar la mayor vergüenza de mi vida. 

- ____, escúchame.  Finnick es el niño bonito del Capitolio. Y ahora todos tienen la sospecha de que sentís algo el uno por el otro. Tú solo debes confirmárselo y... ¡boom! Tendrás cientos de patrocinadores para cuando estés en la arena. 

- ¿Estás proponiéndome...?

- Te estoy diciendo que Finnick y tú tenéis que mostrar al Capitolio entero que estáis enamorados. 

- Pero no lo estamos.

- Sólo debéis hacérselo creer.

- ¿Y cómo quieres que haga eso?

- Después de lo que he visto en los entrenamientos, no te será muy difícil. Si tengo que serte sincera, llevo pensando esta estrategia desde la otra noche, cuando Finnick apareció en nuestra planta. Escuché vuestra conversación y vi lo cercano que él se mostraba contigo. Claro que entonces imaginaba que tendría que convencerte para acercarte a Odair y levantar los rumores, pero a la vista está que lo hacéis muy bien los dos solos. Ha sido mucho más fácil de lo que esperaba.

La máscara (Finnick y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora