El reflejo que se apaga

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-Eva escuchame por favor, dale...¡prestame atención, carajo!

Miró con indiferencia a Paul, como si no le hubiera dicho nada.

-¿Tenés hierba?

-¡No!

-Entonces no me hables –lo frenó con la mano, para que no la siguiera y le cerró la puerta de su habitación casi en las narices.

Paul golpeó, sorprendido e indignado, pero pronto se resignó y bajó a la sala, donde vio que George acababa de llegar y colgaba su chaqueta en un perchero.

-¿Otra vez pelearon?

-Sí, bueno, no. Ella no me quiere hablar, ni siquiera escuchar. –se dejó caer en el sofá y George se acercó a él, ofreciéndole un cigarrillo.

-Es normal. Sólo a vos se te ocurre traer a tu novia para presentársela.

-Eso fue hace una semana.

-¿Y eso qué tiene que ver? Es lógico que le siga doliendo.

-Pero yo traté de hablarle y...

-Paul, ella te quiere. –George puso una mano en el hombro de su amigo –No va a entender razones, te quiere y punto. Tratá de comprenderla.

-Trato pero...Ay, me pregunto cuándo dejé de quererla yo. Si eso no hubiera pasado, todos estaríamos bien.

-Desde el primer momento supimos que esto podía pasar, mas tarde o mas temprano. Igual, no me gustaría estar en tus zapatos.

-Es que todo es muy raro. En un punto la sigo amando y...Ay, no entiendo nada. Contame de vos.

-Yo, nada. –George se sentó frente a Paul mientras buscaba con la mirada un cenicero. Se puso de pie cuando vio uno en un estante de la biblioteca. –Sólo salí a tomar aire...

-No me refiero a lo que has hecho, me refiero al tema que estamos hablando, Eva.

George volvió a sentarse y dejó el cenicero sobre la mesa ratona. Le dio una larga calada a su cigarrillo y cuando exhaló el aire recién habló.

-Yo con ella no tengo problemas.

-Pero...¿no estás viendo a esa chica, Pattie?

-¿Cómo sabés eso? –preguntó espantado.

-Algo me contó Ringo.

-Maldito chusma. Solo la vi unas veces, pero siempre la encuentro de casualidad.

-Sí, casualidad...

-Es verdad, no la busco. Es linda, sí, pero...nada más. O sea, tranquilamente podría gustarme y...¡Paul, me hacés confundir!

Paul soltó una risita amarga ante la indignación de su amigo, y le quitó el cigarrillo de la mano para darle una calada y dejarlo en el cenicero.

-Amigo...creo que los dos estamos complicados.







Jenny esperaba con impaciencia que Eva dijera algo.

-Ay, este café, qué amargo está...¿Y? ¿Qué era eso tan importante que tenías para decirme?

Jenny sonrió complacida.

-Adiviná.

-No estoy para adivinanzas...¡Ya sé! ¡Estás embarazada!

-¡No, no es eso! –rió– Pensá un poco...Es algo no tan importante, pero importante.

Ocho brazos para abrazarte (Novela The Beatles) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora