Compañera muerte

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De pronto la vida ha dejado de sorprenderme. No existe nada que a mis ojos cansinos inmute... o menos aún perturbe. Me encuentro cansado, fastidiado, abúlico. Todo mi ser busca el cobijo de esa compañera anoréxica; ella, rostro descarnado, cuencas vacías, sonrisa inconmutable. Pienso que ella es la única que pondría fin a este desdén que me invade por lo que llaman vida.

Y sí, claro que todo empieza con la vida. Y como todo, la vida consiste en buscar; buscar siempre hasta encontrar algo bueno, algo con lo que podamos quedarnos. Algo que permanezca intacto en la médula, fluyendo en la sangre, amalgamado en los huesos y en las entrañas.

Entonces te encontré a ti, pero ya estaba predestinado a perderte. Un encuentro ya caduco. Un boleto para un bus que ya ha partido. Un intempestivo hola-adiós. He sido secuestrado por las sombras, sombras de una espesa negrura. Ya la noche se ha perpetuado para mí, encarcelándome en la soledad densa e inamovible de tu ausencia.

No importa cuánto arañe las paredes, no se deshace el óxido persistente de tu recuerdo. No importa cuánto grite, nadie ha podido escuchar que te llamo en mis noches de insomnio. Y las malditas sombras susurran tu nombre en mi oído. Y las paredes se me caen encima. Y tu falta me amortaja por completo.

Cierro los párpados intentando liberarme de esta tortura, pero tras mis ojos sólo existe el eco de tu imagen, tu sonrisa, tu mirada. Y tu voz vuelve a contarme todas aquellas historias. Y mi lengua vuelve a paladear tu nombre.

No tengo paz; no tengo tu calor, ni el tuyo ni el de nadie. Soy antorcha humedecida, hoguera apagada, flama imperceptible.  Estoy aquí tumbado, esperando dormir o morir... o algo. Probablemente, que ella me extienda la huesuda mano y me reúna contigo.



Desvaríos de una mente en fugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora