Precuela 1. Dos en una Tina

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 A Legolas siempre le había gustado la lluvia. 

Para su mente infantil, la lluvia significaba que habría un montón de agua. Agua quería decir un montón de charcos. Charcos querían decir un montón de barro. ¡Y el barro significaba montones y montones de diversión! ¡Diversión! 

Y en el barro era exactamente donde estaba sentado en este momento. 

Sonriendo, el príncipe más joven del Bosque Negro levantó la cara hacia cielo. La llovizna caía ligeramente sobre sus mejillas sonrojadas, corría a través de su largo cabello dorado y bañaba su cuerpo desnudo ya empapado. Su ropa se encontraba en el suelo donde la había arrojado, ahora completamente mojada. El barro se sentía húmedo y pegajoso sobre su piel. Ya estaba temblando por el frío, pero al principito no le importaba, porque, ¡se lo estaba pasando mejor de lo que lo había hecho en toda su vida! 

Y su padre definitivamente lo mataría cuando se enterara de esto. 

Riéndose, Legolas se puso en pie y jugó a saltar en el barro, disfrutando al ver la tierra húmeda salpicando a su alrededor. Entonces, al igual que había hecho varias veces antes, Legolas dio un salto hacia adelante cayendo sobre el vientre, resbalando en el barro varios metros hasta detenerse riendo como loco. 

Aún en los charcos, ladeó la cabeza para escuchar si alguien se acercaba. Al no oír a nadie, se relajó y gritó con alegría, a pesar de que sabía que el ruido llegaría lejos y atraería la atención de todos. Se dio cuenta de que, tarde o temprano, alguien vendría y lo arrastraría hacia el interior, fuera de la lluvia. Por lo tanto, disfrutaría de este momento mientras pudiera. 

Abruptamente, el momento terminó. 

"¡LEGOLAS!" 

El príncipe se irguió y se volvió. Palideció al ver a su padre de pie en la terraza, mirando hacia él con las manos posadas en la cintura. 

O­-oh. Legolas parpadeó, inmóvil. 

"¿Qué estás haciendo? Vuelve a entrar. ¡AHORA!" –ordenó Thranduil, casi gritando. Para su desesperación, su hijo se quedó sentado en el barro, parpadeando hacia él sin decir ni una palabra. 

¡Ai! El rey del Bosque Negro puso los ojos en blanco. Ese chico me va a matar, ¡si antes no se mata a sí mismo! 

Debería haber sabido que su hijo menor iba a hacer algo loco como esto cuando empezó a llover hacía una hora. Convencido de que su hijo dormía la siesta en la cámara de arriba de invitados, Thranduil se había reunido con su hospedador, Elrond, en el salón de té. Elrond había invitado a la Familia Real del Bosque Negro a Rivendel para asistir a la fiesta de cumpleaños de su única hija, que se celebraría al día siguiente.Thranduil y sus dos hijos acababan de llegar ese mediodía, y el rey había estado tan seguro de que Legolas estaba todavía cansado tras el viaje que se iría de inmediato a dormir. 

Pero no. El principito era un manojo de exceso de energía a punto de estallar. Y la siesta estaba muy lejos de lo que deseaba hacer. 

Thranduil estaba en medio de una profunda discusión política con su amigo, cuando el alto sonido de la risa infantil de repente llegó a sus oídos. 

"¿Por qué un niño está afuera en la lluvia?" -­se había preguntado en voz alta con el ceño fruncido. 

Elrond se había puesto de pie y miró por la ventana. Sus ojos se abrieron, y el señor de Rivendel sonrió al instante. 

"Debido a que ese niño no es otro que tu hijo más joven." 

"¿Qué?" 

Thranduil había saltado bruscamente de su silla, miró afuera, y corrió hacia la terraza que daba al jardín abierto donde Legolas estaba retozando. Y ahora, aquí estaba él, intercambiando miradas con su niño testarudo. 

Dos en una TinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora