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Los cuatro corrimos a más no poder, pero la nieve -ya convertida casi toda en fango al derretirse sobre la tierra- se nos pegaba a los zapatos y refrenaba nuestro ritmo.

Nos seguía un grupo de tres o cuatro tíos, todos con la musculatura bastante desarrollada. Estaba segura de que al menos uno de ellos iba armado, así que más nos valía salir de allí a toda leche si no queríamos acabar siendo una noticia en la prensa y los telediarios de mañana.
Cada vez estaban más cerca y nuestro paso desaceleraba por el cansancio.
Yo empecé a no sentir las piernas por el frío y el cansancio, era como si mi cuerpo no necesitará controlarlas y fueran ellas por su cuenta. Tenía la nariz helada y me dolía la garganta. Me di cuenta de que me estaba parando, así que respiré hondo, cerré los ojos y me preparé para dar un sprint y de ésta forma conseguir un poco de ventaja y alejarme lo que pudiera de nuestros perseguidores. Empecé a correr a la máxima velocidad que pude, pero pagué caro ese esfuerzo, porque cuando sólo había avanzado unos metros las piernas me fallaron y caí al suelo llenandome me barro y restos de nieve.

Lo siguiente que pasó fue muy rápido, aunque para mí fue como si se ralentizará el tiempo. Recuerdo a Will corriendo hacia mí para ayudarme a levantarme mientras que los matones de se acercaban a paso ligero.

- Por el amor de Dios, ¡no es momento de tumbarse a descansar! - Will tenía la vena de la sien muy marcada y palpitaba violentamente. Me agarró de un hombro y de la mano y tiró de mi hacia arriba - ¡VAMOS!

Alejandro y Claudia estaban varios metros adelantados y nos miraban mientras seguían avanzando a un ritmo mucho más lento para esperarnos.
Cuando estábamos a punto de emprender de nuevo la marcha, oí una voz grave y jadeante a la espalda.

-¡QUIETOS AHÍ, NIÑATOS!

Will iba un paso por detrás mía. No sé si lo hacía para protegerme o porque él también empezaba a resentirse de la carrera, pero yo me sentía más segura con él allí cerca.
Ambos paramos en seco y nos dimos la vuelta lentamente. Mi amigo miró a nuestros compañeros que ya estaban bastante lejos de reojo. Hice lo mismo. Ellos también estaban quietos y nos miraban con preocupación y curiosidad.

Conté a los energúmenos rápidamente. Eran tres. Uno con una pistola en la mano -con la cual nos apuntaba primero a mí y luego a Will, y así sucesivamente- y otro con una igual enganchada al cinturón. El tercero no llevaba arma, pero sí una navaja oxidada en el cinturón. No teníamos nada que hacer.

Mis ojos empezaron a lagrimear por el miedo y el frío. Me enfadé conmigo misma por ello. No quería parecer la típica damisela en apuros que llora en cuanto algo la asusta.

William, por su parte, había palidecido totalmente hasta convertirse en un vaso de leche andante y temblaba un poco.

Todo estaba en silencio. Era una escena aterradora, propia de una película de miedo. Empezaba a amanecer, pero el cielo estaba oscuro aún, sólo la parte de arriba de unas montañas era de un tono rosa anaranjado que se escapaba entre las nubes dejando verse pequeños rayos de luz. Algunos pájaros ya comenzaban a cantar y sobrevolar nuestras cabezas. La nieve de la noche anterior se había convertido en un fango casi negro, lo que le daba un toque oscuro a los alrededores.

En aquel horripilante silencio se escuchó el ruido de un gatillo -no menos inquietante que el silencio- y poco después, un gran estruendo. Alguien había disparado.

Todo es aburrido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora