Lo miré de arriba abajo, él aún estaba muy sorprendido. Frunció el ceño y miró a Carl mientras rodeaba el mueble para sentarse a su lado, me senté en el mueble pequeño que hacía juego con el gran sofá, este estaba al frente, crucé mis piernas y lo seguí observando. Vestía una franela negra, unos jeans y zapatos casuales de goma, nada especial. Estaba igual de blanco, pero un poco más rellenito, en lo demás como estaba en mis recuerdos no había cambiado nada. Un sentimiento extraño recorrió mi cuerpo, como si lo hubiera extrañado y no lo supiera. Tenía miedo de que al quitarle la mordaza comenzara a gritar, miré a Carl y luego a Julián <<Carl no lo dejará gritar>>aseguré en mi fuero interno. No sabía que decir, pero sabía que teníamos mucho de qué hablar. Julián no salía de su asombro, estaba rojo, como un tomate. Sabía que algo le faltaba.
— ¿Julián no usaba lentes? — Incliné la cabeza hacia un lado al tiempo que entrecerraba los ojos.
— Eh, sí, respecto a eso — Carl sacó del bolsillo de su chaqueta la pata de unos lentes luego sacó lo que era una montura para el cristal partida en dos, con la otra pata aún pegada y luego dos cristales rotos —, le debo unos lentes.
Lo miré con cara de pocos amigos y negué con la cabeza.
— ¿Qué? — se encogió de hombros— él fue quien se quiso hacer el valiente — y terminé pisando sus lentes, no lo golpeé Constance, no fue necesario.
Carl miró a Julián y sonrió divertido.
— ¿Cierto? — le dio un leve codazo en el brazo.
Miré las manos de Julián, intentaba zafarse con movimientos suaves, pero fuertes. Entorné los ojos y suspiré.
— No te haremos daño Julián, sólo es cuestión de seguridad, ¿puedes por favor quedarte tranquilo? Sí no, seré yo quien te golpeé.
Dijo algo que no se le entendió y le pedí a Carl que le quitara la mordaza.
— ¿Qué? — lo insté a que repitiera.
— Definitivamente si eres tú.
Aunque su semblante parecía ser tranquilo, su expresión seguía denotando tensión, ahora tenía las orejas rojas y no paraba de sudar.
— ¿Cómo es que...? —el resto de la pregunta era obvia, pero, quería ideas completas, no estaba para adivinar de todas formas.
— ¿Cómo es que, qué? — presioné, con voz despreocupada.
— ¿Cómo es que... —hizo una pausa y me miró de arriba abajo, con ojos nerviosos. Era muy malo ocultando sus expresiones y no necesité recordarlo, para darme cuenta—... sigues con vida? Es decir luego del accidente... —agachó la mirada luego vio detrás de mi hombro mientras hablaba, con la mirada perdida—... luego del accidente, cuando no encontraron tu cuerpo, todos pensaron lo peor, al haber caído al río... —hizo otra pausa, negó con la cabeza—... todos pensamos lo peor, tu madre se desmoronó y dejó el país, se fue a Colombia — fruncí el ceño extrañada, ¿qué haría mi madre en Colombia? —... los chicos... bueno con los que aun mantenías contacto, tampoco lo aceptaron muy bien. Cuando empezaste a salir con Giovanni te separaste mucho del grupo —me reprochó— y gracias a eso mira en lo que terminaste.
Observó mis cicatrices. Tensé la mandíbula odiaba que me vieran de esa manera tan prepotente y ese comentario no me agradó, fue algo instintivo, quise golpear su rostro, no sabía por qué, sólo quería hacerlo. Tomé aire y lo boté sigilosamente.
— ¿En qué terminé, Julián? — lo miré directo a los ojos.
— Casi mueres —dijo al tiempo que se inclinaba y colocaba sus codos en sus rodillas para apoyarse, con las manos juntas aún atadas. También me miró a los ojos.
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OSADIA
Action"Este libro traduce la experiencia de esos años a una ficción cuyos personajes existen únicamente en la página impresa." Morris West: la jugada maestra De una u otra manera, aprendes que las cosas no son para siempre, que hay personas que llegan a t...