Íbamos en una camioneta negra. De esas que suelen usar las personas importantes y los policías que suelen ir de encubierto. Iba en el asiento de atrás mirando por la ventana, perdida en el camino a mi casa, donde estaba vigilada las 24 horas del día, los trecientos sesenta y cinco días del año. O al menos hasta que supieran algo relevante de Giovanni, en caso de que decidiera aparecer, escribirme, o alguna cosa similar, yo era su carnada. Eso me había estado explicando quien ahora hacía de chofer, su nombre si mal no recordaba empezaba por "C" <<car... -intenté recordar- car... Carmelo... Carlos... Cris... ¡Carl! ¡Carl! Así se llama>> Carl me había dicho, que no había cargos en mi contra, siempre y cuando colaborara, estaba colaborando, ¿pero y si era por eso que Giovanni no escribía? Entre más vigilancia, menos probabilidades de que se acerque a mí, menos mal que son de "inteligencia" - me reí bajo- Mi relación sentimental, me conectaba con él directamente, pero por supuesto que no recordaba nada por un accidente del cual aún tenía algunas cicatrices, en el rostro, el labio inferior me dolía al hablar, también tenía algunos raspones en los brazos y sentía la venda en mis costillas. Pero ahora, hablando en serio, ¿qué tan profunda era esa relación nuestra? No mucha, supuse, ya que no había escrito, incluso antes de -hice una pausa en mis pensamientos fruncí el ceño-... antes del accidente, ¿qué paso' antes? Eso era lo que debía concentrarme en averiguar, yo, no para ellos, necesitaba saber que era de él. Quizás si buscaba esos viejos contactos, pero ¿cómo podría escaparme de todos esos policías?, me sentí fastidiada por la idea de tener que estar al margen, me sentía maniatada -resoplé y torcí los ojos- necesitaba hacer algo, para encontrarlo, para saber de Giovanni y recuperar todas mis memorias o las que pudiera, necesitaba quitarme desesperadamente esa sensación en mi estómago.
- Creo que estoy enferma - coloqué mis brazos alrededor de mi estómago. A ver si se apaciguaba. Me hice bolita en el asiento. Gruñí.
Pude ver de reojo la mirada de Carl por el retrovisor. Se rio bajito y negó con la cabeza.
- ¿comiste algo que te calló mal?
- No, no que recuerde - me quejé impaciente.
- ¿Qué sientes? - preguntó con los ojos entrecerrados aun viéndome por el retrovisor.
- Es algo en el estómago, como un vacío, como una punzada, se siente frio y quiero llorar y no dejar de llorar. Y pegarle a algo - miré a Carl como si fuera el culpable de todos mis males - ¿me dejas golpearte Carl? -le pedí con voz maliciosa.
- No Constance, pero puedo llevarte a un lugar en el que podrías golpear algo.
- ¿en serio? - sonreí ampliamente- ¿harías eso por mí?
- Si, ¿por qué no? No es como si estuvieras presa o algo por el estilo - se encogió de hombros.
- Bueno -concordé-, estás en lo correcto.
- Y no, no estás enferma, sólo no te sientes bien, probablemente estás muy confundida
Llegamos a un gimnasio, donde habían muchos hombres robustos, como Carl y yo parecía un chihuahua al lado de sus corpulentos cuerpos, al entrar nos encontramos con una mujer que media el triple de ancho que yo, y me observo con cara de pocos amigos, abrí los ojos como platos y me reí, quizás era el exceso de hormonas masculinas, se había vuelto loca.
- ¿todos aquí deben tener mirada de asesino? - Le pregunté a Carl- porque si es así no cumplo ya con dos requisitos, ni siquiera llego al metro ochenta - me reí.
Carl me tomó del hombro y se rio conmigo. Entramos a un salón apartado y había un saco guindado en el medio. Rodeado de otro tipo de herramientas usadas para entrenar artes marciales. Carl se movió a un paso de mí y señalo el bulto negro de arena que colgaba en el centro, invitándome a dar el paso.
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OSADIA
Aksi"Este libro traduce la experiencia de esos años a una ficción cuyos personajes existen únicamente en la página impresa." Morris West: la jugada maestra De una u otra manera, aprendes que las cosas no son para siempre, que hay personas que llegan a t...