Cinco: Hojas secas.

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Muchas veces, procuro caminar mirando al frente, lo prometo. Hay incluso veces que lo consigo.

Pero es que mis ojos son indomables y recorren todo el entorno con ansia. Como queriendo descubrir algo importante, algo que solo ellos pueden captar.

Como la lágrima que se le escapó a un chico que miraba hacia el interior de una cafetería con un casco de moto bajo el brazo.

Como el subtono amarillo de las hojas secas que ya empezaban a ocultar el suelo.

Como la sonrisa que soltó esa chica al teléfono. ¿Estaría hablando con un amor secreto? ¿Con un familiar? ¿Con alguien de otro planeta?

Lo que seguramente sí era de otro planeta era el olor a gofres con chocolate que desprendía el puesto de la calle Verdi.

Crucé la esquina mirando todo a mi alrededor y por fin mis botas pisaron el suelo de la plaza Mayor.

Casi suelto una carcajada de lo feliz que me hizo ver todos los puestos en fila como invitándome a contemplar los objetos que ofrecían, a intentar averiguar sus historias, las manos por las que habían pasado, lo que les deparaba el futuro.

Parecía una loca andando entre los puestos y sinceramente, soy demasiado buena regateando y es por eso que conseguí verdaderas gangas.

Como un jersey a rayas rojas y blancas que seguramente me pondría cualquier día de estos para ir al instituto. O la película de desayuno con diamantes en versión original. Y tres discos de música indie. Y una falda gris oscura. Y dios, una cámara polaroid que me cambió la vida y...se me pasó la hora.

Miré el reloj asustada dándome cuenta de que la hora había volado, como mi periquito lo hizo el día que “sin querer” dejé la jaula abierta.

Así que me despedí del amable señor al que acababa de comprarle un libro tan viejo que parecía haber sido escrito a mano y me eché a correr por las calles en dirección a la tienda.

De verdad que procuraba mirar al frente cuando andaba por la calle...de verdad.

- ¡Eh tú!

Mis ojos observaban una gota que caía desde un aparato de aire acondicionado cuando mis oídos captaron ese grito.

Y de repente no vi nada. Cerré los ojos esperando el impacto y este llegó acompañado del sonido de miles de crujidos.

Caí de espaldas dañandome el trasero y me di un ligero golpe en la cabeza y la bolsa con todas mis gangas voló de mis manos.

Y ese enorme cuerpo calló sobre mí.

Y su casco golpeó mi frente y sus piernas se enredaron con las mías y joder, me dolía el trasero.

Por mis fosas nasales se introdujo el olor a desodorante varonil y a sudor mezclados.

Que asco.

Abrí los ojos de a poco encontrandome con el pecho de un chico sobre mí.

¿Qué narices había pasado?

- ¿Es que acaso no miras por donde vas?- La voz del chico se hizo presente y el mismo se impulsó con las manos alejándose de mí.

Intenté enfocar algo con mis ojos pero no lo logré fácilmente.

¿A caso sufriría ceguera por el impacto?

- ¿O simplemente te entusiasma ser atropellada? ¿Es que no has visto que andabas por el carril bici? Joder, ¿Me estás escuchando?

Sus gritos hicieron que mis mejillas se coloreasen de un rojo potente. Qué vergüenza.

Poco a poco mi vista se aclaró y vi un par de patines parados a mi lado. Subí la vista recorriendo unas piernas que me llevaron a ese pecho que hace segundos estaba a la altura de mi nariz y finalmente acabé posando los ojos sobre el ceño fruncido de aquel chico que me sonaba demasiado.

Entrecerré los ojos clavando mi vista en él a la vez que procuraba levantarme.

- Lo siento- Dije una vez estuve de pie.

Me di la vuelta y comencé a recoger mis cosas mirando que nada se hubiese roto.

- Es que soy un poco distraída y bueno...lo siento.

Me giré hacia él al darme cuenta de su silencio, pero ya no estaba.

Solo quedaba el rastro de las hojas secas sobre las que habíamos caído, hojas que debido al impacto estaban rotas en pequeños trocitos.


A messy girlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora