Tuve que parpadear varias veces hasta adaptarme a la claridad.La música y las voces habían cesado para dejar paso a un sonidorítmico: bip, bip, bip... Un frío intenso me obligaba a permanecerinmóvil para no desplazarme lo más mínimo del espacio de la camaque se mantenía caliente.Poco a poco fui cobrando conciencia de mi propio cuerpo y dellugar en el que me encontraba. Me sentía abandonada y vulnerableentre aquellos paneles de tela verde, rodeada de aparatos y cables.Era desconcertante no recordar nada de ese lugar ni cómo habíallegado a él. No tenía fuerzas para intentar reconstruir lo que habíapasado. Me sentía aturdida, como si mi capacidad mental hubieraentrado en modo de ahorro de energía.Tenía la boca seca. Intenté hablar, pero un tubo que me raspabaen la garganta me lo impedía. No sin gran dificultad, levantéligeramente la sábana que me cubría y comprobé que tenía la piernaderecha escayolada. Intenté moverla, aunque pesaba demasiado paramis exiguas fuerzas, al igual que mis párpados, que se empeñaban encerrarse. De nuevo, solo había oscuridad.—Álex, Álex... Despierta. Álex, Álex...Como si de un eco lejano se tratara, empecé a oír la voz suavede mi madre, pero mi cuerpo y mis sentidos respondían condemasiada lentitud. Poco a poco, sus palabras se fueron haciendomás cercanas, al tiempo que yo salía de mi letargo. Logré abrir lospárpados y la vi mirándome con una sonrisa y los ojos empañados enlágrimas.—Cariño, no hables. No tengas miedo. Has sufrido un accidentepero estás bien —su voz se quebró—. Te van a quitar el respirador ytienes que estar muy tranquila y hacer lo que te indique el médico, ¿deacuerdo? ¿Me has entendido?Asentí, aunque estaba aterrada.—Mamá...Fue un hilo de voz ronca pero suficiente para que mi madre seabalanzara sobre mí llorando desconsoladamente. Detrás de ellaestaba mi padre, que intentaba ocultar las lágrimas simulando que sele había metido algo en un ojo.Me conmovió ver llorar a mi padre. Era la primera vez que lohacía en mi presencia. Creo que se dio cuenta de la angustia que meproducía, porque se recompuso enseguida y comenzó a gastarbromas sobre mi aspecto. Apenas me atrevía a sonreír. Estaba tandolorida y cansada que me costaba hasta mover los dedos de lasmanos. Tenía raspones en los brazos, una muñeca vendada y en laotra conectados varios tubos. La pierna derecha estaba escayolada yla izquierda tenía una costra sanguinolenta que cubría toda la rodilla.El miedo se apoderó de mí cuando hicieron salir a mis padres yla enfermera me pidió que relajara la garganta. No quería enfrentarmea aquello sola.Varios días más tarde, me trasladaron a una habitación. Debíade ser muy temprano porque, aunque a través del inmenso ventanalsolo alcanzaba a ver el ala de enfrente del hospital, la luz que llegabaera muy tenue. Fue un alivio encontrarme en un lugar tan tranquilo, sinmonitores, ni ruidos, ni movimiento constante. Pero necesitaba ayudapara todo. Hasta incorporarme en la cama suponía un esfuerzosobrehumano. Menos mal que las enfermeras eran muy amables y mimadre no tardaría en llegar. Mi sorpresa fue mayúscula cuando a laque vi aparecer fue a Gabriela; aunque, al ver su reacción —cómodejó caer de golpe la carpeta y la mochila—, creo que la realmentesorprendida fue ella.—¡Vaya susto que nos has dado!—Sí que ha debido de ser grande para que te pegues estemadrugón. ¿Qué hora es?—Las siete y cuarto. Es que tenía muchas ganas de verte y hepreferido pasarme antes de ir a clase.—Casi madrugas para nada, porque me acaban de bajar a lahabitación ahora mismo.—Ayer me dijo tu madre que lo más seguro es que te trajeran aplanta a primera hora. ¿Qué tal estás?—Se supone que bien o, al menos, mejor. Pero estoy dolorida ymuy torpe en todos los aspectos...—¡Ah! Entonces, estás como siempre —sentenció sacándome lalengua—. Que sepas que nos has tenido muy preocupados, sobretodo los días que estuviste en coma. No hemos venido a verte porqueen la UCI solo dejan a familiares. Laura y yo intentamos entrar cuandote despertaste diciendo que éramos tus hermanas, pero no coló. ¡Y tehas vuelto de lo más popular, guapa! Que tenemos a todo el mundodetrás preguntándonos por ti: Kobalsky, Charlie, la Miss, Fran...¡Hasta el macizo de tu vecino un par de veces! ¿Sabes que fueron él yMorgan los que avisaron a la ambulancia cuando tuviste el accidente?Menos mal que andaban por allí, que, si no, no sé si hoy estarías aquícon esa pinta horrorosa.—Gracias —puse todo el retintín que me permitían mis fuerzas.—¡Que no, boba! Que estás estupenda —me abrazó, pero nopude reprimir un gesto de dolor cuando dejó caer su peso sobre mipierna—. Perdón, perdón, no quería hacerte daño —dijo retirándose agobiada.—Tranquila. Creo que me duelen hasta las pestañas. Pero si espor un beso de mi mejor amiga, me aguanto —le tendí la mano.—Ya verás como dentro de poco estás perfecta —dijoacariciándome el pelo. Me sorprendió que se mostrara tan cariñosa.Siempre ha odiado todo tipo de sentimentalismos.—¿Has dicho que Oliver llamó al SAMUR? —era incapaz derecordar cómo había llegado al hospital.—Sí, pero tranquila, que de devolverle el favor con grandesdosis de agradecimiento ya me ocupo yo...—Pensé que ya había caído en tus redes. ¿No quedaste al finalcon él después del concierto? ¡Estás perdiendo facultades!—No. Y eso que lo intenté, porque el imbécil de Hugo se lio conla pija asquerosa esa y me dejó tirada; pero Oliver me dijo que teníaque recoger. Gracias a ti ahora sé que se había ido con Morgan. Nome sorprende: hay que reconocer que su novia no está mal...—¿No te dijo nada de lo que pasó? —cada vez que intentabarecordar lo ocurrido me invadía una angustia insoportable. Estaba enla moto y, de repente, todo se oscureció, como el clic-clac de uninterruptor.—No es mucho de hablar tu vecinito. Mejor. Por muy bueno queesté, no deja de ser un hombre, y cada vez que abren la boca loestropean...—No hay mal que por bien no venga —bromeé—. Me alegrasaber que mi piñazo al menos sirvió para que te lo quitaras de lacabeza.—¿Quitármelo de la cabeza? ¡Ni mucho menos! De hecho,ahora sé muchas cosas sobre él... —dijo levantando varias veces lascejas con ese característico gesto que ponía cada vez que seenteraba de algún cotilleo.—¿Algo interesante?—¿Interesante? ¡Es como una peli! Aunque me dé náuseasreconocerlo, Álvaro tenía razón: su casa se quemó. Pregunté al padrede Laura y se acordaba de aquello. Resulta que antes ya le habíandetenido varias veces por trapichear. Pero luego vino lo fuerte. Alparecer, fue un incendio de la leche y no se explican cómo salió de allícon vida. Su casa quedó completamente en ruinas y por poco quemala del vecino, porque el jardín ardió por completo. Pero lo que Álvarono sabe es que todo este tiempo no ha estado en la cárcel...Era típico de Gabriela hacer esas pausas dramáticas. Le encantaba que le insistiéramos una y otra vez para que continuara lahistoria.—¿Y dónde se supone que ha estado? —procuré no demostrardemasiado interés para no darle el gusto.—En un loquero, bueno, en un centro de internamientoterapéutico. Vamos, en lo que viene siendo un reformatorio para locos—respondió después de mirar hacia todos lados y bajar la voz.Aquello trajo a mi mente las extrañas voces de mi cabeza y unescalofrío me recorrió el cuerpo.—¿Y cómo lo has sabido? ¿Te lo dijo también el padre deLaura?—No, fue Kobalsky. Me costó sonsacarle, pero se rindió cuandole prometí que me quitaría de en medio para que vinieran él y Laurasolos a verte... ¡Uy! Me marcho o me perderé la magnífica clase deLengua —dijo con sorna—. Ya me imagino a la Miss con ese tonito decreída diciendo: «¡Gabriela Schneider! Analiza la frase Presentarse aSelectividad en septiembre por hacer pellas en Lengua es unasoberana estupidez». Me paso a verte por la tarde.Tras darme un sonoro beso en la mejilla salió corriendo endirección a la puerta, pero acto seguido regresó para, en un segundo,alisar la sábana y la colcha y taparme amorosamente.Gabriela me había dejado perpleja con lo de Oliver. La verdad esque no sabría decir si resultaba más tranquilizador que hubiera estadoen un psiquiátrico o en la cárcel. En cualquier caso, tenía queagradecerle que hubiera llamado al SAMUR. Lo último que recordabade aquel día era que creía haberle visto con Morgan bajo la farola,pero tampoco estaba muy segura de que fueran ellos. A partir de ahí,y hasta el momento en el que oí la voz de mi madre en la UCI, todoera una incógnita. Aunque me habían contado que había pasadovarios días en coma, para mí, el mundo se había detenido y esetiempo había desaparecido de mi vida. Si me hubieran dicho quehabía estado inconsciente unas horas o unos minutos, lo habría creídoigualmente. No recordaba haber soñado, solo la canción, que serepetía una y otra vez. Ni siquiera tenía conciencia de estar viva.Ahora empezaba a entender cómo se sentían los protagonistas deResacón en Las Vegas, aunque lo mío no pintaba tan divertido.No pude pensar mucho más, ya que enseguida aparecieron mispadres. Debían de haber discutido, porque se notaba que mi padrequería salir de allí lo antes posible. Además, para acabar de sumarletensión al ambiente, llegó Eduardo. No es que se llevaran mal, simplemente mantenían un cordial equilibrio de respeto mutuo,aunque, a mi entender, algo frágil.Me ayudaron a levantarme para ir al baño a ducharme. Porsuerte, mi madre me había traído un camisón decente, porque el delhospital, aparte de ser horrible, tenía toda la espalda abierta. Porprimera vez me pude mirar al espejo. Estaba demacrada. Mi piel sehabía vuelto de color amarillo y unas oscuras ojeras rodeaban los ojoscomo si me hubiera disfrazado para Halloween. Tenía varios puntosde sutura en la frente. El pelo estropajoso se me pegaba a la cara ylos labios estaban completamente secos y agrietados. Me veíahorrible.Intenté no desmoralizarme. Tenía suerte de seguir viva y queríapensar que, con el tiempo, mi aspecto mejoraría. Menos mal que soloalcanzaba a verme de cuello para arriba. Mi madre se ocupó delavarme la cabeza en el lavabo. Aunque ella le ponía mucho mimo y lequitaba importancia, me sentía una auténtica inútil que, hasta para lascosas más simples, dependía de los demás.Pasé la mañana entre visitas de médicos y enfermeras. Despuésde comer, estaba quedándome dormida cuando oí que alguiengolpeaba la puerta con suavidad.—¿Se puede?—Sí, claro, adelante.Había reconocido perfectamente la voz de Laura, y tras ellaentró Kobalsky.—No me miréis con esa cara, que no ha sido para tanto... ¿Novais a darme besos?Ambos se acercaron muy despacio, como si aprovecharan eltrayecto para asimilar mi aspecto. Sin embargo, yo, solo con verlos, yame sentía reconfortada.—Te hemos traído esto —dijo Kobalsky al tiempo que meacercaba la caja de bombones más grande que había visto en mi vida.Iba acompañada también de un sobre enorme que me apresuré aabrir. Contenía una tarjeta de esas de muñequitos graciosos y dentroun montón de firmas con buenos deseos. Casi se me saltan laslágrimas—. Hemos colaborado todos —añadió.—¡Gracias! ¡Me encanta! Sobre todo la tarjeta.—Vale, pues entonces nos llevamos el chocolate y nos lozampamos nosotros. Por un día, mi endocrino no se lo va a tomarmal...—Agárralos bien, que todavía no sé cómo han llegado vivos hasta aquí —intervino Laura—. Álvaro me ha mandado un mensaje yme ha insistido en que te diera recuerdos. Es que está hasta arribacon las clases y las prácticas, por eso no ha podido venir. Hace díasque no nos vemos... —su tono era triste. Algo no iba bien.—Lo mismo ha pillado una venérea —masculló Kobalsky entredientes para asegurarse de que solo yo podía oírlo.Esbocé una sonrisa. Álvaro... ¡Cretino! Pero ¿cómo podía tenerla poca vergüenza de mandarme un recadito a través de Laura? Delaccidente no me acordaba, pero de lo de antes, perfectamente. Si nome hubiera dado plantón, no me habría pasado nada. No es que leechara la culpa a él de lo sucedido, porque la culpa era toda mía porestar pendiente de un imbécil como él, pero... Mejor dejar el tema.—Contadme, ¿me he perdido algo interesante estos días?—Te has perdido unas clases geniales, divertidas, de esas delas que no quieres marcharte porque son como una fiesta...—¿En serio, Kobalsky? —pregunté socarrona.—¡Qué va! No ha pasado nada, el mismo rollo de siempre... Porcierto, como sabía que venía a verte, te he traído fotocopiados losapuntes de Física y Mates. Me ha costado lo mío, pero he conseguidoque me los dejara Tejeda —hizo sonar los nudillos y adoptó una posede matón. Me hizo gracia porque, si había alguien poco violento en elmundo, ese era Kobalsky; pero con semejante tamaño, nadie en susano juicio, y menos el tirillas de Tejada, se arriesgaría acomprobarlo—. Hubiera preferido pedírselos a otro, pero seguro quelos suyos son los mejores. Lo he comprobado y están todos. Como elmuy empollón numera las hojas de los apuntes, no ha podido quitarninguna.—¡No te metas con él! —intervino Laura—. No es mal chaval.Conmigo siempre es muy majo...Kobalsky y yo intercambiamos una mirada cómplice. ¡Todos eranmajos con Laura! Ella no parecía entender que su cuerpo esculturaltenía bastante que ver en eso.—Muchas gracias, Kobalsky —lo último que me apetecía eraponerme a hacer problemas de Mates y Física.—Por cierto —dijo Laura mientras se recogía su larga melenarubia en una coleta y se sentaba en una esquina de la cama—, estánhablando de organizar una fiesta para recaudar fondos y hacer unviaje después de la PAU.—¡Guay! —me había perdido el viaje de cuarto por estar enEstados Unidos, así que me parecía un gran plan. Además, me daba penilla dejar el instituto y esa podía ser una despedida inolvidable—.¿Han pensado en algún sitio en concreto?—Han hablado de Ibiza, Mallorca, Italia, Croacia..., perodepende del dinero. Si no sacamos mucho, nos iremos de excursión aToledo. ¡Qué le vamos a hacer! Espero que mi padre me deje ir y quea Álvaro no le importe...—Si no, te raptamos —dijo Kobalsky. Laura sonrió pensandoque era broma, pero creo que lo decía completamente en serio.—¿Qué ha pasado con tu móvil? Te hemos mandado un montónde chorradas por WhatsApp y no contestas —preguntó Laura.—No tengo. Se estropeó en el accidente. Mi madre quieretraerme uno viejo que anda por casa, si es que lo encuentra, queespero que no. Pero Eduardo me ha dicho que me va a regalar unonuevo. Menos mal, porque mi madre es capaz de endosarme unladrillo de esos de hace siglos...—¿Y no te sientes incomunicada? Cuando yo me quedo sinbatería, me dan los siete males. Menos mal que mi padre no tiene niidea de móviles y no sabe que se puede chatear y esas cosas, porqueya sabes que no me deja tener Messenger ni Tuenti ni Facebook ninada... —¡pobre Laura! Y luego yo me quejaba de mi madre.—Sí que lo he echado de menos. En la UCI no podía hacernada. Cuando estaba en coma, vale, pero es horrible volver a la vida ydescubrir que no tienes teléfono...Solo pretendía hacer una broma, pero mi comentario debió deresultar algo más dramático para Laura, porque se le inundaron losojos de lágrimas y me apretó fuerte la mano. También Kobalsky se diola vuelta mientras se apretaba con fuerza los lagrimales para que noviéramos que se había emocionado.—Por suerte, todo ha ido bien y se ha quedado en un mal susto—dijo Laura con su habitual dulzura, sin soltarme la mano—. Comodice mi madre, debes de tener un ángel de la guarda trabajando fulltime.Sonreí. En ese momento entró mi madre. Les saludó y les dio lasgracias por haber venido a verme y luego se sentó en la butaca delrincón con una revista.—Y entonces, ¿cómo terminaron las fiestas? ¿Qué tal os fue laactuación? ¿Cuántos temas tocasteis? —quería cambiar de terciopara que mi madre no viera que mis amigos se habían emocionado:necesitaba mucho menos que eso para echarse a llorar como unamagdalena. Según estaba lanzando la pregunta, me di cuenta de que había metido la pata.—¿Te lo perdiste? Pensábamos que lo estabas viendo desdeotro sitio, como había tanta gente... Pues estuvo superchulo... Tocanque te mueres, y eso que me perdí un trozo —respondió Lauramientras golpeaba cariñosamente en el brazo a Kobalsky, que se pusodel mismo color que el extintor que tenía al lado—. Entonces, ¿dóndeestuviste todo ese tiempo?Pude ver cómo mi madre levantaba una ceja y ponía atención enla conversación.—Ah, bueno, sí... ¡Qué tonta estoy! Claro que estuve. Es queaún tengo algo desordenados los recuerdos de ese día...Titubeé pero, antes de que el desaguisado fuera mayor, la divinaprovidencia hizo que una enfermera irrumpiera para traerme laspastillas y revisarme los vendajes, momento que aprovecharon paramarcharse.Pensé que al día siguiente estaría mejor pero, al contrario, medolía todo el cuerpo y estaba aún más entumecida. Según lasenfermeras, era normal. Seguía sin poder asearme sola, así que mimadre una vez más tuvo que ocuparse. Al salir del baño nos dimos debruces con Charlie. Parecía que iba a decir algo, pero me miró dearriba abajo y, por primera vez desde que le conocía, me di cuenta deque, sorprendentemente, se había quedado sin palabras.—Si tú no hablas, debe de ser que tengo un aspecto máslamentable del que pensaba.—No, no, yo... —titubeó—. ¡Estás estupenda! ¡Me alegro deverte!Le sonreí. Se acercó para ayudarme a llegar a la cama. En losescasos dos metros que nos separaban de ella, él y mi madre sepusieron al día sobre mi evolución, últimas noticias, perspectivas, susclases de Periodismo... La cantidad de palabras que podíanpronunciar cada uno por minuto daba vértigo. Tras acomodarme lasalmohadas, mi madre salió a buscarme un zumo, momento queCharlie aprovechó para sacar un paquete de la mochila.—Es de Álvaro. Me ha dicho que te lo diera. Vino a vertemientras estabas en la UCI, pero no se atrevió a dejárselo a tuspadres.No supe qué decir. ¿Gracias? A él, bueno, por haber hecho demensajero; pero a Álvaro no pensaba darle ni los buenos días. Y queno se le ocurriera aparecer, porque iba a pedir que me pusieran uncartel en la puerta de la habitación de esos de visitas restringidas paraque solo entrara quien me apeteciera. O mejor, como en lasdiscotecas: «Reservado el derecho de admisión». Él, desde luego, noestaba admitido.No pensaba abrirlo. Al menos, no por ahora. Estaba dejandocaer el paquete en el hueco entre la cama y la mesilla cuando mimadre entró de nuevo en la habitación.—¿Le has traído un regalo? —le espetó lanzándose al paqueteque casi había caído al suelo—. Pero qué majo eres, Charlie. Venga,Álex, ábrelo.Charlie me miró y entendió que no debía sacarla de su error. Notenía escapatoria. No sabía lo que aquel envoltorio brillante podíacontener, así que lo que menos me apetecía era abrirlo en público;pero luchar contra una madre expectante era inútil.Quité el celo cuidadosamente y apareció una tela de cuadritosescoceses. Era un pijama.—¡Uy! ¡Monísimo! Además, cariño, te viene estupendo. Muchasgracias, Charlie. A ver si te vale...Según cogía la parte de arriba para sobreponérmela y calcular,un sobre azul se deslizó sobre la cama.—¿Y esto?Me lancé a por el sobre y se lo arrebaté de las manos.—Muchas gracias, Charlie. El pijama es muy bonito. Luego leeréla tarjeta, cuando mi entrometida madre me deje hacerlo en privado.Ella negó con la cabeza.Gracias a la habilidad de Charlie para sacar temas deconversación, mi madre pronto olvidó lo del sobre. Yo no podía. Lotenía bajo mi mano derecha, entre las sábanas, con la intriga de saberqué es lo que podría contener. La animada tertulia la interrumpió elmédico y Charlie optó por marcharse. Al parecer, mi evolución erabastante buena. Me llamaba la atención ese modo que tenían dehablar de mí, como si yo no estuviera presente. Luego vinieron unasenfermeras a revisarme las heridas y, después de comer,afortunadamente, mi madre tuvo que salir a hacer algunos recados.Dejé pasar un tiempo prudencial para asegurarme de que noregresaría para recordarme algo o porque se había dejado algunacosa y me dispuse a abrir el sobre. Dudé si debía hacerlo. Quizáhubiera sido mejor romperlo sin mirar siquiera su contenido, pero lacuriosidad me superaba.Despacio, lo rasgué y allí estaba la carta.Álex:Llevo días pensando en escribirte, pero no me atrevía. La ideade que las cosas no fueran bien y de que me quedara para siemprecon esta carta sin que la hubieras leído resultaba demasiado dolorosa.Ahora sé que estás a salvo y eso me ha dado valor. Llámame cobardesi quieres. No me importa, sé que lo soy.Siento muchísimo no haberme presentado en el parque. Cuandosalgas y todo haya quedado en un mal trago, te lo explicaré y esperoque puedas perdonarme. Aunque lo hagas, te aseguro que yo siemprecargaré con esa culpa.Álex, no sé cómo hacer las cosas. Por más vueltas que le doy,no encuentro una solución en la que nadie sufra. Solo sé que missentimientos son reales y que, por más que lo intento, no soy capaz decontrolarlos.Cada vez tengo más claro que me equivoqué. Solo debíaesperar y no lo hice.Termine como termine esta historia, ahora sé que no quieroperderte. Espero que, al menos, seamos amigos siempre.Ya sabes que tú siempre serás mi chica,ÁlvaroNo daba crédito a lo que había leído. Traté de evitar llorar, perofue imposible. Estaba demasiado sensible por todo lo ocurrido y estoya era el remate. Guardé la carta bajo la almohada y me aovillé todo lo que las escayolas, las vías y las vendas me permitían.Los días siguientes fueron muy aburridos y eso que tuvebastantes visitas; Fran, el jefe de estudios, entre otros. Casi todas lastardes venía Gabriela, pero, aun así, las horas pasaban muy despacio.También Beatriz se dejaba caer por el hospital cada vez que tenía lacerteza de que mi madre no andaba por allí. Además de comprarmetodas las revistas que encontraba en el kiosco en las que salía JamesBlunt, traía amuletos raros que escondía bajo la cama para que mimadre no pudiera verlos. Al parecer, la orquídea empezaba a mejorarligeramente, así que estaba más tranquila. Se sentía responsable delo ocurrido por no haber hecho nada cuando sabía que algo malo iba apasarme. Yo seguía sin creerme demasiado sus teorías, pero,después del accidente, empezaba a tener mis dudas.Lo peor eran las mañanas. En la habitación había una tele pero,aparte de que era minúscula, funcionaba con monedas, así que habíaque estar echándole cada dos por tres. Además, sintonizabapoquísimas cadenas y la programación matinal era espantosa. Dabaigual el canal que pusieras. Afortunadamente, Eduardo me consiguióun smartphone muy chulo y entre el tiempo que pasé configurándolo ycon algunas aplicaciones, pude entretenerme a ratos.Álvaro no paraba de mandarme mensajes a todas horas:Te echo de menos.Mejórate.Estoy preocupado.Me siento tan culpable.Tenemos algo pendiente.Uno a uno iba borrándolos después de leerlos. No queríahacerme esperanzas de nuevo. Era el novio de Laura y ella no semerecía que su mejor amiga la engañara. Ni siquiera me molestaba enresponder, a la espera de que se cansase y dejara de escribirme.Hasta que recibí uno en que decía que esa misma tarde pasaba avisitarme, que no soportaba más no saber de mí.Tenía ganas de verlo. Yo también echaba de menos los días deverano que habíamos pasado juntos. Pero estaba demasiado débil. Nohabría tenido fuerzas para resistirme ni oponerme a cualquier cosaque intentara.Dame tiempo, por favor. Te prometo que hablaremos cuandoesté mejor. Te agradezco mucho tu regalo.Y la carta? La has leído?El mensaje entró casi de inmediato.Tú solo dame tiempo.
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Debía salir de allí. Un dolor agudo en la parte posterior de lacabeza le había despertado. No sin gran esfuerzo, abrió los párpados,pero todo estaba tan oscuro que no podía ver nada. Intentó frotarselos ojos con las manos y fue cuando se dio cuenta de que las teníaaprisionadas por las muñecas con una cuerda de nailon. Aun así,intentó subir los brazos al tiempo; pero sus puños chocaron con unapared de moqueta y, al tratar de estirar las piernas, sus pies toparoncon algo metálico. El espacio en el que se encontraba era tan angostoque casi no podía respirar.¿Qué había ocurrido? ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo llevabaallí encerrado? Se esforzó en recordar algún detalle, algo. Nada. Sumente no respondía. Únicamente notaba como si su cerebro palpitaray que el dolor de cabeza no cesaba.Tomó una bocanada de aire para intentar relajarse. Fue inútil.Solo logró que un fuerte olor penetrara en sus pulmones provocándoletos. Era un olor que conocía perfectamente: gasolina. Le entraronarcadas. Debía mantener la calma para intentar salir. No era tareasencilla.
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Pero A Tu Lado - Amy Lab
RomanceÁlex es una estudiante de segundo de Bachillerato. Es divertida, inteligente y tiene muchos amigos. Pero su vida amorosa no está al mismo nivel. En realidad, ha sido bastante decepcionante hasta el momento, así que este año Alexia ha decidido centra...