Parte 15

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  El sonido del despertador me taladró el cerebro. Tenía quecambiar esa chicharra insoportable que hacía que me levantara demuy mal humor. No había dormido bien y tenía sueño. Mi primerpensamiento nada más despertarme fue para Álvaro. Lamentabaprofundamente que lo nuestro no pudiera ser, pero me sentía relajadapor haber aclarado por fin las cosas.Otro pensamiento más alegre eclipsó a Álvaro: si todo iba bien, alo mejor el doctor me daba al fin permiso para plantar el pie y podríaempezar a hacer una vida un poco más normal. Aunque estabanublado, el día se me presentaba de lo más luminoso.No me había incorporado del todo cuando Oliver irrumpió en lahabitación.—¡Qué susto me has dado! ¿Qué haces aquí tan temprano? Mimadre está en casa.Tenía que empezar a plantearme seriamente la posibilidad decambiar mi vestuario nocturno. Para mi vergüenza, Oliver me habíavisto con todos y cada uno de mis pijamas, incluso con los de franela ylos que tenían algún que otro agujerillo. Tampoco consistía en dormircon camisones de raso, claro está; pero si iba a seguir apareciendopor mi habitación sin avisar, tal vez debería llevar algo un poco más«maduro». Seguro que los pijamas de Morgan no eran como los míos,si es que usaba de eso.—Perdona. Oí tu espantoso despertador y pensé que era la horade todos los días...—No. Tengo médico —volví a susurrar.—Creí que era por la tarde.La voz de mi madre proveniente de la planta de abajo nosinterrumpió.—¡Cariño! ¿Necesitas ayuda? Mira que no podemos llegar tarde.Te voy preparando el desayuno.—¡Estoy bien, mamá! ¡Dame cinco minutos! —grité y me volví adirigir a Oliver—. Tienes que largarte. Va a venir en cualquiermomento para ayudarme a bajar las escaleras.—Tranquila, que ya me voy.Caminó hacia la terraza.—¡Eh! Espera, coge eso, que es para ti.Le señalé el paquete envuelto en papel de regalo que mi madrehabía dejado para él. Me miró intrigado.—Te lo compró mi madre el otro día. Es para agradecerte... loque hiciste por mí.Lo abrió con sumo cuidado y sonrió.—A lo mejor ya los tienes. Recordé que tenías muchas ganas dever Alta fidelidad y pensé que tal vez el libro te gustaría. El otro, el de31 canciones de Nick Hornby, se lo recomendó el librero... Si no tegusta, el tique está dentro.Se mantuvo en silencio al tiempo que miraba los libros como sise trataran de algún objeto no identificado. Se acercó y se sentó a lospies de la cama. Sin levantar la cabeza dijo:—Gracias.No mostraba mucho entusiasmo. ¿Le habría gustado?—De verdad que puedes cambiarlo por cualquier otra cosa. Esque no tenía ni idea de qué podías querer...—No, no, está genial, pero no tenías que... En fin, gracias —igual que mi padre. Le costaba mostrar el más mínimo sentimiento.—Dale las gracias a mi ma...No pude terminar la frase porque ya había desaparecido y,menos mal, porque un segundo después, ella irrumpía en el cuarto.—¿Todavía estás así? ¡Y la puerta medio abierta! Anda, que teayudo a vestirte o vas a coger una pulmonía y encima vamos a llegartarde.Nada más salir de la consulta, en el coche, lo primero que hicefue cambiar mi estado en el WhatsApp por «Feliz porque puedo pisar el suelo» y no tardaron en llegar los primeros mensajes de las chicas yKobalsky dándome la enhorabuena. Habría dado botes de alegría sipudiera saltar y el médico no me hubiera dicho que tuviera cuidado.Quién iba a pensar que volver al instituto me iba a hacer tanta ilusión.Aún tendría que ir a rehabilitación y seguir con una muleta un tiempo,pero la noticia había sido como una liberación.Entró un nuevo mensaje:Qué pena que se haya terminado la exhibición de saltos!Era un número que no tenía guardado. Llegó otro:No querías mi teléfono? Ahora ya lo tienes. Espero que tusintenciones sean buenas...¡Era Oliver! No sé si me sorprendió más que tuviese mi númeroo que mostrara cierto sentido del humor, aunque lo hiciera parameterse conmigo.Por la tarde vinieron a verme mi padre, Gabriela, Laura yKobalsky. Casi a última hora, mi madre recordó que tenía que ir a lafarmacia y, para sorpresa de todos, volvió con Oliver. Por la insistenciade mi madre, supuse que él había intentado resistirse a entrar, pero,como era de esperar, había resultado inútil. A partir de ese momento,toda la atención, y me temo que muy a su pesar, se centró en él. Gabriela se le adosó como una lapa, mi madre no paraba deinterrogarle y Laura se mantenía a una distancia prudencial, sin acabarde fiarse. Kobalsky la miraba con devoción, como siempre, al tiempoque asistía divertido a la escena, igual que yo.—¿No crees que tu amigo necesita que le rescatemos? —lepregunté a Kobalsky en voz baja.—Puede. Pero todavía no. Es demasiado divertido verle lidiarcon tu madre en plan Gestapo y con el acoso de Gaby.—¿Crees que caerá en sus redes?—¿En las de tu madre o en las de Gaby? —hice un gesto con lamano indicándole que ambas—. Tu madre seguro que ya le ha sacadohasta la talla de pantalón que usa. Gaby lo tiene más complicado. Noes su tipo.—¿Y cuál es su tipo?—Mmmm. No sé. No lo tengo muy claro. Pero ella, creo que no.Laura se acercó a nosotros. Intencionadamente, le indiqué quese colocara a mi derecha para así poder estirar la pierna, de tal modoque quedó encajada en el sofá, pegada a Kobalsky.—No parece tan malvado tu vecino. Es bastante normal, a pesarde sus pintas —dijo Laura sin perderle de vista.—Es un tío superlegal —terció Kobalsky—. Yo por él pondría lamano en el fuego.—No creo que, dado lo que sabemos, sea la frase más acertada—no pude reprimir una carcajada con el comentario de Laura. Mesorprendió que fuera tan sarcástica.—Laura, no sabéis nada. Son solo rumores. Además, no tepuedes fiar de todo lo que te cuenta Álvaro.—Es mi novio y confío en él. ¿Por qué no iba a creerle? ¿Quéinterés tendría para mentirme?Kobalsky hizo un gesto como si pretendiera ahogarla.—No voy a entrar más en el tema. Solo te digo que Oliver es unabuena persona. Lo sé y punto. Igual que sé que tú lo eres.Laura le brindó una amplia sonrisa y él, como siempre, seruborizó.Poco después, mi padre, que había estado casi toda la tardepegado al móvil, se despidió porque al día siguiente salía temprano deviaje. Mi madre saltó del sofá como un resorte para recordarle quehabía quedado en que él me llevaría al instituto durante los primerosdías. Se enzarzaron en una discusión, bastante comedida, sobre lasresponsabilidades paternofiliales. Todos los observábamos en silencio, como si se tratara de un partido de tenis. Aunque intentaban mantenerlas formas, la tensión se podía cortar con cuchillo, así que nosquedamos pasmados cuando Laura, con su suave vocecilla, losinterrumpió para decir:—Puede ir con Oliver, ¿no? Viviendo al lado, es lo más fácil. Yademás tiene coche...Se hizo el silencio y todas las miradas se volvieron hacia él. Creoque era la primera vez en mi vida que veía ponerse rojo a alguienmulato.—Bueno —respondió él después de carraspear varias veces—,es que no tengo clase a primera hora todos los días...—Nos harías un gran favor... —mi padre le habría suplicado.Estaba metido en un buen lío con mi madre si no encontraba unasolución—. Por supuesto, te pagaré la gasolina y algo más si hacefalta.—No es necesario —le interrumpió cortante. Parecía que elofrecimiento le había molestado—. No me importa hacerlo duranteunos días.Mi padre respiró aliviado. Mi madre le dedicó una amplia sonrisade agradecimiento a Oliver, pero no me pasó desapercibida la miradacon la que intentaba fulminar a mi padre.Estaba seleccionando los libros para no ir muy cargada cuandoescuche un bip:Estás lista ya?Era Oliver. Le contesté que en un minuto le esperaba en lapuerta. El mensaje no había tenido tiempo de llegarle cuando aparecióen la terraza.—¿Vas a bajar sola las escaleras?De no haber tenido el cerebro inoperativo por el sueño, le habríasoltado alguna bordería.—Puedo hacerlo —me limité a responder mientras me ponía elabrigo.—No creo que tu cabeza pueda aguantar muchos más golpes.Anda, dame eso —dijo con tono burlón mientras cogía mi carpeta y mimochila. ¿Por qué de repente se había vuelto tan graciosillo? Casi megustaba más el tipo callado de antes. Resultaba menos molesto, sobretodo a esas horas.Salimos a la calle, él unos metros por delante, porque yo iba ados metros por hora. Me sentía como House: balanceándome con mimuleta y de mal humor.Allí estaba su coche. Era lo más viejo que había visto en mi vida,tanto, que parecía sacado de un capítulo de Cuéntame: de color rojoreluciente, en vez de techo, tenía una especie de lona. ¿Arrancaría?Por un momento, hizo el amago como de ayudarme a acomodarme,pero le pisé intencionadamente con la muleta. Si íbamos a ir juntostodos los días, más le valía darse cuenta de que, por las mañanas, noestaba para bromas. No tenía dos butacas delanteras como loscoches normales, sino un asiento corrido, como un sofá. A pesar de loviejísimo que era, estaba impecable. Todo lo contrario al de Eduardo,donde estaba segura de que había un microcosmos propio entreperiódicos viejos, botellas de agua vacías, envoltorios de chicles y milcosas más. Se sentó a mi lado después de quitarse la cazadora, eljersey y la camisa, hasta quedarse en camiseta de manga corta.—¿Te gusta conducir desnudo? ¿No quieres quitarte nada más?—dije mientras me ponía el cinturón.—¿Te importa abrirme el retrovisor de ese lado? —estaba claroque había decidido obviar mi pregunta.Evidentemente, no había botón para bajar la ventanilla y lamanivela estaba tan dura que solo pude girarla media vuelta.Entonces, él se cruzó ante mí. Su brazo izquierdo, moreno y libre detatuajes, al contrario que el otro, pasó ante mis ojos y, dado lo angostodel espacio, su cuerpo quedó muy cerca del mío sin llegar a tocarme. No llevaba colonia, pero desprendía un olor a jabón muy agradable.Tiró hacia sí de la manivela y esta casi giró sola, de tal modo que laventana quedó abierta de par en par. Con un pequeño empujón,desplegó el espejo.—Es que tiene truco —dijo mientras sacaba algo del lateral desu puerta—. No te rías —me indicó muy serio.—¿Lo dices por el coche?—¿Qué le pasa al coche?Glups, trágame tierra.—Nada. Es, es, muy, muy... ¿retro? —me hubiera dado degolpes contra el salpicadero para evitar la risa, pero no pudecontenerme—. Lo siento. Es que nunca había visto un coche tan, tan,tan viejo. No me lo esperaba.Me miró con cierta reprobación pero, enseguida, cambió sugesto por una sonrisa.—No hace falta recalcar lo de «tan, tan, tan». Le vas a ofender.Es antiguo, pero no viejo. Era de mi tío Rubén. Se lo compró a finalesde los ochenta, poco antes de que dejaran de fabricarse, y solía viajarcon él a Ibiza todos los veranos. Es un dos caballos con muchahistoria. Lo dejó durante unos años parado y, cuando me estabasacando el carné de conducir, me lo regaló y estuvimos arreglándolojuntos —¿dos caballos? ¿Qué era eso? Ya había metido la patabastante, así que preferí ahorrarme la pregunta. Ya lo buscaría en SanGoogle—. Y aunque tú te lo tomes a risa, que sepas que lo healquilado varias veces para vídeos musicales, alguna peli y una vezme lo pidieron para una boda. Quedan muy pocos en tan buenascondiciones y que, además, anden.—Vale, vale. Me parece chulo, pero entiende que no escorriente.Su gesto de condescendencia lo decía todo: estaba claro que élera aún menos corriente que su coche.—Bueno. Ahora sí que me tienes que prometer que no te vas areír.Asentí. ¿De qué narices hablaba? Sacó unas gafas de una funday se las puso. Giró la cabeza hacia mí y... flipé. ¿Cómo le podíanquedar tan bien unas gafas? Le daban un aspecto de chico bueno ylisto. Encantador. Dulcificaban sus rasgos y, contra todo lo previsible,resaltaban sus intensos ojos grises. Estaba imponente y me quedé sinhabla. ¿Tendría que darle la razón a Gaby y a mi madre? Porque así,con esas gafas, el pelo recogido, la camiseta gris... Era como Superman y Clark Kent, solo que al revés.—Estoy horroroso. Lo sé. Y debería darme igual, pero no sé porqué llevo tan mal lo de las gafas. Me veo cara de pardillo con ellas.Pero es que, de lejos, no veo nada. Anda, te doy permiso para que terías de mí un poco y hagas cualquier comentario sarcástico.¿Reírme? ¿Comentar? No podía articular palabra. ¿Sería esa larazón por la que el primer día de instituto no me saludó?—Vaya, es peor de lo que pensaba. ¡Qué le vamos a hacer! —giró la llave del contacto.—No. Te quedan bien, de verdad —dije en un hilo de voz,intentando no mirarle para no delatarme.Ese «te quedan bien» realmente era un «estásimpresionantemente guapo con esas gafas. Tanto que me gustaríaque fuera lo único que llevaras puesto en este momento»... ¡Dios!Tenía que hacérmelo mirar: empezaba a parecerme demasiado aGaby.Llegamos enseguida. El instituto estaba a diez minutos andando,así que en coche no debimos de tardar ni cinco. Íbamos en silencio,escuchando la música que salía del reproductor de MP3. Era extrañover un coche tan viejo con un equipo tan moderno, como un abuelocon gorra y patines.Estaba lloviznando y hacía bastante frío, aunque no sabría decircuántos grados, porque el salpicadero, como era de esperar, no tenía termómetro. El calefactor sonaba mucho, pero apenas conseguíaechar un pequeño chorrito de aire caliente.Era absurdo, pero después de tanto tiempo en casa estaba unpoco nerviosa y notaba un ligero movimiento en el estómago. Mearrebujé en el abrigo y le miré de reojo. ¡Qué guapo estaba con gafas!Por un momento, dudé si mi inquietud vendría exclusivamente porvolver a clase o si él tendría algo que ver. Enseguida deseché esepensamiento: le sentaban bien las gafas, sí, pero seguía sin ser paranada mi tipo.Al llegar, me sorprendió ver que las aceras que rodeaban el viejoedificio estaban llenas de vallas.—No sabía que estaban haciendo obras.—Creo que será mejor dejar el coche en el parking deprofesores. No creo que nos digan nada. Con la calle así, te vas amatar.Se equivocó. Nada más atravesar la barrera, el conserje saliómalhumorado a regañarnos. Por suerte, Fran entraba con su cochedetrás de nosotros y le dio permiso para que me dejara en la puerta deprofesores, aunque tendría que aparcar fuera.Es increíble lo rápido que se impone la rutina. A tercera hora yatenía la sensación de no haber faltado nunca. Cuando por fin sonó eltimbre para salir al recreo, estaba tan cansada como si me hubierapasado toda la mañana corriendo.Me llevó lo mío llegar hasta la cafetería sana y salva. Venía de laclase más alejada y el pasillo estaba lleno de gente a la que mi muletano le parecía razón suficiente para no empujarme. Allí me esperabaGabriela.—¿Estás sola? —me senté en el taburete que me habíaguardado. Los días en casa me había acostumbrado a tomar varioscafés durante la mañana y tenía verdadera necesidad de cafeína.—Es que, como no ha venido el profe de Historia, Laura yKobalsky se han acercado un momento a una agencia. Se estánencargando de lo del viaje de fin de curso. Estarán a punto de volver,a no ser que él haya decidido raptarla y se la haya llevado a Polonia,¿te imaginas? ¡Sería un punto! ¿Y tú, qué? ¿Al final has venido conOliver?Asentí con la cabeza.—Así que el buenorro de tu vecino te recoge por las mañanas yte trae a clase en el cascajo ese de coche que tiene; algunos díasqueda con la Miss y otros Morgan viene a verle y se piran juntos... Es evidente que no puede estar conmigo por problemas de agenda, nadamás —concluyó Gabriela.—Obviamente, Gaby.—No te lo tomes a guasa, que es muy serio. Estoyaprovechando los apuntes de estadística para calcular probabilidadesinteresantes.—A mí puedes sacarme de la ecuación ya mismo. Y creo que ala Miss, también.—Holaaaaa. Ya estamos aquí —dijo Laura al tiempo que sequitaba los guantes, la bufanda, el abrigo, dos chaquetas... Kobalsky,como buen europeo del norte, solo llevaba un fino jersey—. Nos handado bastantes folletos. Hay ofertas que no están mal. Habrá quedecidir el destino.—Y conseguir la pasta —apostilló Gabriela—. Mis padres nopueden poner tanto dinero ahora y, por mucho que ahorre, con la pagano me da.—Ya, por eso también hay que pensar en alguna idea pararecaudar fondos —Laura torció el gesto al ver el precio que figurabaen los panfletos—. Espero que mi padre me deje. Si no, os juro queme escapo.—Si decides hacerlo, siempre tendrás un sitio para ocultarte enmi casa de Polonia —añadió Kobalsky sonriente, tras lo que Gabrielame dirigió una mirada triunfal de «te lo dije».—Yo no sé si podré ir, al paso que llevo... —en casa todoresultaba más fácil. Pensaba que ya estaba mejor, pero después detanta escalera y tanto subir y bajar, sentía la pierna muy dolorida einestable.—¿Tú estás tonta? —Gabriela me golpeó con uno de losguantes de Laura—. De aquí a junio, tú estás corriendo como unaloca, te lo digo yo. Y si no, te llevamos en silla de ruedas. ¡Seguro quenos hacen descuento!—¡Dejaos de chorradas y poneos a pensar! —era tan extrañoque Laura hablara en ese tono que nos callamos inmediatamente.—Siempre está el recurso de las papeletas —propuso Kobalsky.—Con eso no hacemos nada. La mitad de los padres están enparo y no van a comprar papeletas para algo que nunca toca. Tieneque ser otra cosa... —por su cara de concentración, era evidente queLaura se estaba devanando los sesos.—¿Y por qué no seguimos con la idea de la fiesta? —dijoGabriela.—Pues porque ya vimos que no funciona. Tendríamos quehablar con el dueño de algún garito y subir el precio de las copas parallevarnos un porcentaje. No iría ni dios —Kobalsky tenía toda la razón.La situación era tan mala que nadie estaba dispuesto a pagar un eurode más.—Pero ¿y si hubiera algo especial? ¿Algo que normalmente nohay? No sé..., en plan una fiesta de disfraces, o de la espuma, o unconcierto... Algo así. Podríamos cobrar la entrada y luego las copasestarían al precio de siempre —dije. Quizás resultara un pococomplicado de organizar, pero tal vez funcionara.—¡Un concierto sería genial! —Gabriela parecía entusiasmada—. Ojalá pudiera venir David Guetta, seguro que sacábamos pastasuficiente para irnos a Tailandia.—Mejor Pablo Alborán —a Laura se le iluminó la cara.—No. Mejor James Blunt —puestos a soñar...Gabriela sacó la lengua a nuestras propuestas e impuso su dosisde realismo.—Aunque los convenciéramos, no podríamos asumir el caché deninguno de ellos. Seguro que cobran un pastizal. Hay que buscaralternativas.—¿Y si contratamos a un mago? Quizás no saldría muy caro y...—dijo Laura y Gabriela la interrumpió.—¡Ya lo tengo! ¡Un boy! Musculoso, sexy, sudoroso...Kobalsky puso cara de asco y añadió.—Prefiero el mago. Me parece una idea MUCHO mejor.—A mí no me convence. Es como de fiesta de críos —contestóGabriela enfurruñada por que su propuesta de striptease hubieraquedado descartada.—¿Y por qué no tocáis vosotros? —dijo Laura dirigiéndose aKobalsky.—¿Nosotros?—Sí, lo hacéis fenomenal. Me haría mucha ilusión veros otravez.—B-bu-bueno, no sé... Si tú me lo pides... —se ruborizó—.Puedo intentar convencer a los demás, a ver si quieren hacerlo gratis.La verdad es que en las fiestas vino bastante gente y parece que lesgustaron las cuatro canciones que tocamos. De hecho, ya nos hanpreguntado varias veces si tenemos algún disco grabado.Nos miramos las tres en silencio.—¡Es genial! —dijo Laura al tiempo que abrazaba el recio brazo de Kobalsky. Este se puso tan tenso que parecía que hubiera crecidodiez centímetros de repente.—Tendrás que hablar con Oliver y los demás... —no sé por qué,pero me daba que no iban a estar muy por la labor.—No os preocupéis —dijo Gabriela—. A Oliver ya me ocupo yode convencerle.A última hora recibí un whatsapp de Eduardo en el que me decíaque vendría él a buscarme. La clase de Izquierdo se me hacíainsoportable. No me estaba enterando de nada y el empollón deTejeda no paraba de hacer preguntas con el único fin de demostrartodo lo que sabía. Por fin sonó el timbre. Salí todo lo rápido que medejaba la muleta y me dirigí hacia la puerta. Cuando quise llegar, yaestaban esperándome Gabriela y Laura bajo el porche, porque estaballoviendo a mares.—Hoy Oliver se va con la Miss —susurró Gabriela. Ante miexpresión de incredulidad, añadió—: Siempre es igual. Los martestenemos Lengua a última. Al terminar la clase, esperan a quesalgamos todos y luego se ponen a hablar. ¡Son tan monos los«Olivos»! Como las dos últimas aceitunillas en un aperitivo... —Gabriela era la única que se reía de su propia broma. A mí no mehacía ninguna gracia y Laura no parecía haberlo pillado—. Imaginoque quedan o lo mismo se dicen guarradas para ir calentando el tema,yo qué sé. Ella tarda bastante en salir, supongo que para disimular. Aunque él sea mayor de edad, no creo que esté muy bien visto que selo tire una profe, ¿no?—No me creo nada, Gaby. A lo mejor él tenía una duda deLengua y por eso se ha quedado para hablar con ella.—Te apuesto lo que quieras a que la está esperando en lacallecita de detrás.No me dio tiempo a responder. Eduardo me pitó desde el coche.—Me voy a empapar... —era frustrante. No podía llevar lamochila, la carpeta, la muleta y encima un paraguas.—Nosotras te cubrimos.Gabriela con su abrigo y Laura con el suyo hicieron una especiede capota sobre mi cabeza bajo la que nos cobijamos las tres hastaque llegamos al coche.—¡Subid, chicas! —Eduardo estaba visiblemente nervioso.Parecía tener bastante prisa—. Os acerco en un segundo, que estádiluviando.—¡Gracias! —dijeron a un tiempo mientras se sentaban en elasiento trasero.—¿Te importa pasar un momento por la callecita de atrás? Esque he olvidado darle una cosa a una amiga que vive en esos chaletsy a lo mejor la vemos de camino... —¿cómo podía echarle tanto morroGabriela?Eduardo miró el reloj contrariado. Debía de ser su hora de lacomida y, aunque no trabajaba lejos, no le sobraba mucho tiempo.—Está bien —dijo resignado—. Pero si la ves, no te enrolles.Hoy ya no creo que me dé tiempo a comer...—Será solo un momento —respondió Gabriela con la mejor desus sonrisas.Unos segundos más tarde, no tuve más remedio que darles larazón. Llegamos en el instante justo en el que la Miss detenía el cochey Oliver salía del suyo, donde se resguardaba de la lluvia, paramontarse a su lado. Desgraciadamente, el cristal trasero estabacubierto de gotitas y no pudimos ver si se besaban. Seguimos al cochedurante parte del trayecto, aunque después ellos giraron a la derechapara entrar en la urbanización de la Miss y nosotros continuamosrecto.No necesitaba volverme a verlas para adivinar la sonrisa triunfalen sus caras. Sin embargo, a mí aquello me había molestado más delo que me atrevía a admitir. Intenté pasar por alto mi propio malestarpara pensar en la pobre Morgan. Hacía apenas dos semanas que los había visto en la terraza y era evidente que tenían una grancomplicidad. Aunque él afirmara que no era su novia, no era unaescena de sexo entre dos extraños, sino entre dos personas que seconocen y se entienden bien. ¿Sabría ella lo que había entre Oliver yla Miss?  

Pero A Tu Lado - Amy LabDonde viven las historias. Descúbrelo ahora