Llevaba tres días sin estudiar una línea y la pila de apuntes quese acumulaba sobre el escritorio crecía por momentos, así que optépor ponerme con ellos antes de que la cosa no tuviera remedio.—¿Ocupada?Era la voz de Oliver, cuya cabeza asomaba por la puerta de laterraza.—Más o menos. Iba a estudiar un rato...—Solo te molesto un minuto. Es que estoy componiendo ynecesito uno de los papeles que dejé aquí el otro día...No se atrevió a poner un pie dentro hasta que le hice un gestopara que pasara. Y debía de tener frío, porque llevaba una camisetade manga corta y el aire que se colaba era helador. Mi padre era igual,le costaba saber cómo tenía que comportarse en cada momento. Sihubiera sido él, podría haber muerto congelado antes de decidirse aentrar.—Puedes quedarte un rato, si quieres. No me apetece lo másmínimo estudiar. Así tengo excusa —intenté que se sintiera cómodomientras me acercaba a la pata coja hasta el mueble para darle sucarpeta.—No, no puedo. Tengo cosas que hacer. Gracias por guardarmeesto —respondió mientras agitaba el portafolios y se dirigía de nuevo ala puerta.—Espera, tengo que contarte algo... Ya sé que no es asuntomío, pero estuvieron registrando tus cosas.Se paró tan en seco que me sobresalté.—¿Estuvieron? —su mirada se volvió tan dura que tuve quedesviar la mía.—Sí, el otro día, cuando dejaste...—¿Cómo que estuvieron? ¿Quiénes? —me interrumpió. Nosabría decir si estaba asustado o solo enfadado.—Pues... tu abuelo y el otro hombre.—¿Qué hombre?—No sé quién es, no llegué a verlo. Buscaban algo en tuhabitación...Apretó tan fuerte los puños que los huesos le crujieron. Sinembargo, su cara no reflejaba rabia, sino abatimiento. Se dejó caersobre la cama. No sabía muy bien qué hacer. Me deslicé hasta sulado.—¿Estás bien? ¿Quieres beber algo?Negó levemente con la cabeza y pasó un buen rato ordenandosus pensamientos en el que no me atreví a molestarle.—¿Te importaría seguir guardándome esto? —dijo al fintendiéndome el portafolios después de sacar unos documentos.—No, claro que no —no tenía ni idea de lo que podía conteneraquella vieja carpeta y no me hacía ninguna gracia guardársela, perono podía negarme. Me sentía en la obligación de ayudar a alguien conuna vida aparentemente tan complicada.—Gracias —su sonrisa no sirvió para disimular su tristeza.Iba a responderle cuando comenzó a sonar mi móvil con High deJames Blunt como sintonía de llamada. Colgué en cuanto vi que eraÁlvaro.—Ya veo que tienes a James Blunt para todo —se estababurlando de mí, aunque sus ojos seguían tristes.—Es que High es mi canción favorita —no sé por qué, pero meavergonzó un poco reconocerlo.Otra vez sonó y de nuevo colgué. Él miraba intermitentemente almóvil y a mí, sin entender nada. Al momento, comenzó a llegar unaluvión de mensajes a través de WhatsApp. Desactivé el sonido y lavibración. Ya hablaría con Álvaro en otro momento.Me hubiera gustado hacerle un montón de preguntas, pero nome atrevía. Era evidente que no le gustaba hablar de su vida y yo noquería incomodarle ni parecer cotilla. El silencio volvió a reinar entrenosotros.Él permanecía sentado en la cama y no parecía tener intenciónde irse. Como estaba enfrascado en sus pensamientos, aprovechépara examinar con detenimiento sus tatuajes. Las notas musicales detrazos sinuosos contrastaban con la dureza de las serpientes. Mepreguntaba qué canción podría gustarle tanto como para grabárselapermanentemente en el cuerpo. Bajo los dibujos se entreveían unasmarcas blancas en la piel, iguales que las cicatrices que tenía en lacara. Nunca me habían entusiasmado los tatuajes, pero, después dela tórrida escena de la terraza, tenía que reconocer que aquel meparecía muy sexy. Al levantar la vista, nuestras miradas se cruzaron yno pude evitar sonrojarme.—Voy a guardar esto —me levanté torpemente con el portafoliosy me dirigí de nuevo dando saltos a la cómoda.—Si andar a la pata coja fuera deporte olímpico, te llevabas lamedalla de oro —me hizo sentir un poco ridícula, aunque me alegró verle de mejor humor—. ¿Qué tal sigues?—Bien, bueno, no sé... quizá peor de lo que parece —mesinceré—. Noto que voy mejor, pero es muy lento y estoy muy, muytorpe. Además, llevo fatal depender de todo el mundo para cualquiercosa. Me siento como un estorbo.Me miró en silencio. Tenía la sensación de que hablabademasiado, como el pobre Charlie, al que el capullo de Álvaro le habíapuesto ese mote por lo «charlas» que era. O como algunas vecinas,que cuando les preguntabas qué tal, te soltaban un rollo de dos horas.—Te entiendo —dijo finalmente con voz grave—. No duelentanto las heridas como la frustración de no poder valerte por ti mismo.Tú tienes suerte, se ve que te cuidan mucho y que tus padres estánencantados de ayudarte.—¿Conoces a mis padres?—Bueno, no mucho, en realidad. Me he cruzado algún día conellos en el edificio y la noche del accidente esperé en Urgencias a quellegaran. Cuando vi que ya estaban hablando con la enfermera, memarché.Tal vez fuese una tontería, pero agradecí que no me hubieradejado sola.—A quien has visto es a mi madre y a Eduardo. Es su marido.Mis padres se divorciaron cuando yo tenía siete años.Se revolvió como si hubiera dicho algo inconveniente, aunque nollegaba a adivinar qué podía ser.—¿Y qué tal lo llevas?—Ahora bien. Al principio no acababa de entender por qué nopodíamos estar juntos toda la vida, pero con el tiempo me di cuenta deque era mejor que fueran felices cada uno por su lado que infelicesjuntos. Además, Eduardo es majo y cariñoso —no sin cierto temor, meanimé a preguntar—. Aparte de tu abuelo, ¿no tienes más familia?—Sí, tengo un tío, Rubén. Y..., bueno, también está Morgan.Para mí, es como si fuera de mi familia.Me asaltó un flas de la escenita en la terraza y pensé que susrelaciones familiares eran realmente muy estrechas...—Es normal que tu novia sea tan importante o más que alguiende tu sangre.—¿Mi novia? —arrugó la frente.—¿No lo es?—En realidad, no. Solo somos buenos amigos. ¿Por qué lopiensas?Por nada, ¡qué cosas más raras pregunto! Si lo más normalentre los amigos es meterles la lengua hasta la campanilla y otrascosas... Por la cara con la que me miró, que era una mezcla decomplicidad y picardía, creo que los dos estábamos pensando en lomismo. ¡Ay! ¿Sabría que los había visto?—Tengo que irme —se levantó de la cama y fue hacia la puerta.—Tal vez deberías dejarme tu número... por... por si vuelve apasar algo y tengo que avisarte —¿por qué me sentía como siestuviera intentando ligar con él?—Mejor no. No me gusta ir dando mi teléfono —ni siquiera se diola vuelta para responder—. Además, ya has hecho bastante.Si no me hubiera quedado tan cortada, le habría lanzado la únicazapatilla que me podía calzar.Las visitas matinales de Oliver se sucedieron los días siguientes.Siempre que venía, traía algo para que se lo guardase. De hecho, lacolección de carpetas y portafolios se hizo tan grande que no tuve másremedio que dejar uno de los cajones solo para sus cosas.Cada vez se quedaba más tiempo y daba la sensación de queiba tomando más confianza y sintiéndose más a gusto. Vimos algunasotras pelis de mi madre, como El silencio de los corderos y Elresplandor. No sabía cómo Oliver podía quedarse después solo en sucasa, porque yo, cada vez que iba al baño, tenía que mirar detrás dela mampara con el estómago hecho un nudo esperando que nohubiera nadie. En varias ocasiones jugamos al Guitar Hero. A Eduardo siempre le ganaba, pero a Oliver solo pude vencerle las dos primerasveces. Después le cogió el tranquilo y no hubo manera. Tambiénhablamos, y eso que estaba claro que no era el rey de la socialización.El tema más recurrente era la música: le fascinaba. Me hablaba demúsicos que a mí ni me sonaban y, a veces, los buscaba en Spotifypara que los oyera. Me hizo una lista que se llamaba «Canciones queAlexia debería escuchar antes de matarse en la moto» y enseguidaperdí la cuenta de la cantidad de temas que había añadido de PinkFloyd, The Lovin' Spoonful, Bob Geldof, Dire Straits, Led Zeppelin,Nirvana, The Cure, Rufus Wainwright, Noir Désir, Belle and Sebastiane infinidad de grupos más.Cada vez estaba más cómoda con él, aunque seguíaintrigándome mucho. Tenía miles de preguntas que hacerle, pero nome atrevía. Sin embargo, él no se cortaba en interrogarme acerca decualquier cosa que le interesase.—Tu amiga Laura... tiene novio, ¿verdad?Siempre igual. No había tío al que no terminara gustándoleLaura. ¿Sabría Oliver que su querido amigo Kobalsky estabaperdidamente enamorado de ella?—Sí, tiene novio. ¿Por?—No, por nada...Oliver era hermético. Me recordaba a mi padre y, por miexperiencia, sabía que si le bombardeaba a preguntas se cerraría enbanda y no podría sacarle nada, así que mejor esperar. Si mi madrehubiera sido capaz de hacer lo mismo, tal vez todo habría sido distinto.—Su novio... ¿es un tío con el pelo castaño y con rizos? —preguntó al cabo de un rato.Me limité a asentir con la cabeza sin levantar deliberadamente lavista del móvil. Él repasaba por enésima vez los títulos de la colecciónde mi madre. A base de probar y probar, casi habíamos conseguidoguardar todas las películas en su caratula correspondiente.—¿Y le conoces mucho?—Bastante —respondí con total indiferencia.—Y a ti... ¿qué tal te cae?Me resultó tan rara la pregunta que dejé a un lado el móvil paramirarlo. ¿A qué venía eso? ¿Acaso era tan evidente mi problema conÁlvaro que hasta Oliver se había dado cuenta? Él seguía concentradobuscando entre las películas con los ojos entornados, lo queacentuaba la cicatriz que se extendía por su sien derecha.—Pues... me cae bien. Bueno, no sé... tiene sus cosas; pero... ¿a qué viene esa pregunta?Se rascó dubitativo la cabeza, como si reflexionara sobre algoimportante. No tenía ni idea de por dónde iban sus pensamientos.—A mí no me cae bien —contestó al fin—. Bueno, al menos esocreo. En realidad, no sé si lo conozco. El caso es que me suena, perono consigo acordarme...Cada vez entendía menos de qué estábamos hablando, peroparecía que para él era importante. Intuía que quería contarme algo yno sabía muy bien cómo abordarlo.—Tengo problemas para recordar ciertas cosas —dijo mientrasse sentaba a mi lado en el borde de la cama—. Hace tiempo, yo...tuve un accidente.Su nuez subió y bajó al tragar saliva y los músculos de su carase tensaron.—¿Cuando estuviste muerto y te reanimaron? —estaba tanexpectante que casi ni respiraba.Asintió con la cabeza y continuó:—Desde que ocurrió todo, me falla la memoria. Hay cosas quesé que debería recordar, pero, por más que me esfuerzo, no soycapaz.Era evidente que aquello le provocaba un gran sufrimiento.Tenía el ceño fruncido y la mirada muy lejos de allí.—Hoy, cuando he visto al novio de Laura en el instituto, me hadado mal rollo. Desde que he vuelto, creo que me he cruzado con élalguna que otra vez, pero hasta hoy no me había fijado en él. Nopuedo fiarme de mis recuerdos, así que tengo que hacerlo de missensaciones y no sé por qué, pero me ha dado muy mala impresión.Me pregunto si es solo una paranoia o si le conozco de algo...Dudé un momento. No sabía exactamente qué relación podíantener más allá de haber sido vecinos de la misma urbanización.Además, Álvaro podía ser un poco capullo, pero tampoco era malagente y, al fin y al cabo, a Oliver le acababa de conocer, y no es quesus antecedentes fueran de lo más recomendables. Sin embargo, medaba tanta pena verlo así de angustiado que no creía que tuvierasentido ocultarle lo poco que sabía.—Lo conoces.Al oír mi confirmación, abrió tanto los ojos que pude distinguirperfectamente aquella especie de pequeñas incrustaciones azulessobre el fondo gris.—¿En serio? —estaba muy sorprendido—. ¿De qué? ¿Cómo lo sabes?—Erais vecinos. Su casa está en la misma urbanización dondevivías tú. Me lo dijo el día que tocasteis en las fiestas.Se tomó un instante para ordenar sus pensamientos. Parecíamás tranquilo, incluso diría que contento. Es posible que se alegrarade que su intuición hubiera acertado.—Creo que ya me acuerdo. Me parece que jugamos al fútbolalguna vez cuando éramos pequeños.—¿Y qué es lo que te pasó exactamente? —como decíaHannibal Lecter, el culpable de que las últimas noches no hubierapodido pegar ojo, quid pro quo, «algo a cambio de algo». Si yo lehabía contado lo que sabía, tenía derecho a preguntar.Me miró en silencio, como si estuviera decidiendo si contestar.—No lo sé. Después del... accidente, empecé a tener problemasde memoria. Hay cosas que recuerdo que no han ocurrido, y de otrasque sí han pasado no me acuerdo de nada.—¿Tienes amnesia? ¿Como en las pelis?La cara de condescendencia con la que me miró me hizo sentirde lo más tonta por ese comentario tan absurdo. Pero es que todo enél me resultaba fascinante: para empezar, había estado muerto yhabían tenido que reanimarlo y, desde entonces, tenía amnesia; sinolvidar que todo había ocurrido porque había incendiado su propiacasa. Después, había pasado dos años en la cárcel o en unpsiquiátrico, según las versiones, y, ahora que se había mudadoenfrente, su abuelo registraba sus cosas buscando quién sabe qué. Ytodo sin dejar aparte la ajetreada vida amorosa del chaval, que lomismo se lo montaba con su «no-novia» en la terraza que se iba acasa de la Miss.A su lado, mi vida resultaba totalmente insulsa y aburrida. Allíestaba yo, con mi pierna escayolada sin salir apenas a la calle, y conel pijama que me había regalado Álvaro. Lo más interesante (ypatético) que me había pasado en los últimos dos años desde quevolví de Estados Unidos es que estaba enamorada en secreto delnovio de una de mis mejores amigas, que, además de conmigo,tonteaba con medio mundo, y que me había dado una leche en motoque casi me mato. Por no hablar de las extrañas voces que de vez encuando oía en mi cabeza y que la tía Beatriz se empeñaba enrelacionar con mi amnésico vecino.—Se me acaba de ocurrir algo —tal vez no fuera la mejor ideadel mundo, pero podía funcionar—. Mi tía Beatriz es psicóloga, además de estar metida en un montón de rollos extraños. Seguro queella puede ayudarte a recordar.—¿A qué te refieres con rollos extraños?—Hipnosis, regresiones... Yo no me acabo de creer quefuncionen pero, por intentarlo, no pierdes nada.Nunca hubiera esperado una reacción tan entusiasta. Por unmomento, levantó los brazos como si fuera a abrazarme, aunque alfinal no lo hizo. Comenzó a pasear por la habitación mientras golpeabarítmicamente las manos contra sus vaqueros.—¿En serio crees que querrá? Probé hace mucho con miterapeuta y no sirvió de nada. Fue justo después del accidente y quizáera muy pronto... Pero ando fatal de pasta. No podré pagarle.Era sorprendente ver cómo una persona pasa de la alegría aldesánimo en cero coma.—¿Pagarle? ¡Qué dices! Seguro que estaría dispuesta a pagarteella a ti por usarte como cobaya. Estará encantada, ya lo verás.Déjame que hable con ella y lo organice.Solo por esa sonrisa de agradecimiento que le llenaba la cara,merecía la pena intentarlo.
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Pero A Tu Lado - Amy Lab
RomanceÁlex es una estudiante de segundo de Bachillerato. Es divertida, inteligente y tiene muchos amigos. Pero su vida amorosa no está al mismo nivel. En realidad, ha sido bastante decepcionante hasta el momento, así que este año Alexia ha decidido centra...