Parte 12

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  El resto del día lo pasé intentando ordenar la escasa informacióncon la que contaba. Era obvio que Oliver vivía prácticamente solo yque la poca relación que tenía con su abuelo no era nada buena. Porla conversación que escuché a través del tabique del baño el primerdía de instituto, el hombre ni siquiera toleraba la presencia de su nieto.Pero ¿qué estarían buscando en el cuarto de Oliver? ¿Y quién era eseotro hombre?Mis amigas no vinieron a verme esa tarde. Al día siguientetenían el primer parcial de Lengua y aún les quedaba mucho queestudiar, sobre todo a Gabriela, porque Laura repasaba a diario losapuntes de clase.Álvaro volvió a bombardearme con un montón de mensajes.Quería venir a verme, pero me negué. Como insistía, le mentí diciendoque estaba mi padre, para que no se le ocurriera presentarse. Sabíaque algún día tendría que enfrentarme a él, pero aún no estabapreparada. Necesitaba estar fuerte física y mentalmente para podermantenerme firme en mi decisión, pues, con el paso del tiempo, cadavez me costaba más echarle la culpa de lo ocurrido.—Lo de este tío es muy fuerte —dijo Gabriela mientras echaba hacia atrás la cabeza para dejar caer en su boca los restos de unabolsa enorme de patatas fritas. Laura no había venido porque teníaque ayudar a su madre en la pastelería, así que estábamos solas—.De verdad que no sé qué le veis a Álvaro. Es idiota.—¿Qué ha hecho ahora?—¿No te has enterado? Laurita y él han tenido bronca otra vez.Resulta que, entre lo poco que la dejan salir y que él no hace más queponerle excusas, no se ven desde las fiestas. Además, está muy rara.Lleva así desde el día del accidente, pero cuando le pregunto nosuelta prenda. El caso es que esta mañana recibe un mensaje en elque ponía algo así como «Qué guay lo de ayer. A ver si lo repetimos,guapa».—¿En serio?—¡Te lo juro! Me lo ha enseñado. Que es un capullo no esnuevo, pero que sea tan bobo como para enviarle a Laura un sms queera para otra es el remate.—¿Crees que le está poniendo los cuernos?—¿Tú qué pensarías? —la verdad es que tenía difícil defensa—.Laura está muy mosqueada, pero él le ha dicho que era para suprima... ¿¡Su prima!? ¡Por favor! Lo peor de todo es que Laura está enfase de creerle. Ya lo digo yo siempre: el amor, de ciego, es idiota.Otro punto menos. ¿Sería verdad que estaba con otra? Salíacon Laura, tonteaba conmigo y ¿todavía le quedaba tiempo para unatercera? A lo mejor era un malentendido. El mensaje no era tan obvio.O sí. Lo único que me consolaba del asunto era que la destinataria delmensaje tampoco era yo; así que, al menos, Laura no podíasospechar de mí.—Si te soy sincera, Gaby, ya no sé qué creerme de Álvaro.—Ojalá Laura abriera los ojos y le mandara a la mierda. ¡Y lomismo te digo, guapa! Pero no soy tu madre y tú sabes lo que tienesque hacer, así que, tú misma.Sí, sabía perfectamente lo que tenía que hacer, que no era otracosa que seguir dejándole claro que solo éramos amigos. Únicamentepedía con todas mis fuerzas ser capaz de mantenerme firme.—¿A que hoy no ha venido tu vecinito?—¿Cómo lo sabes?—Pues porque esta mañana la rubia del grupo le ha traído aprimera hora en coche. ¡Cómo se lo monta el tío! Está claro que hanpasado la noche juntos, porque venían los dos recién duchados y conel pelo mojado. Lo que me alucina es que a él le dé igual que le vea la Miss.—Le da igual porque no tiene nada con ella...—¡Y dale! ¿Te crees que vas a saberlo mejor tú? ¡Si no sales detu casa!—Pero a mí toda esa historia me parece muy rara... Además,Morgan es su novia. No creo que tenga el morro de ponerle loscuernos tan descaradamente con la Miss.—Según Kobalsky, Oliver no tiene novia, que le he vuelto ahacer el tercer grado.—La verdad es que todo es un misterio con Oliver...Le conté lo que había ocurrido el día anterior, aunque omití quehabía dejado aquellos papeles en mi casa. De enterarse, no habríatenido ningún pudor en mirarlos y no quería que lo hiciera. Me habíacomprometido a guardarlos y no estaba bien cotillear. Además, encierto modo, me preocupaba encontrar algo que preferiría no saber.—¡Qué fuerte! ¿Qué crees que buscarían? —tenía los ojos tanabiertos que las cejas casi le llegaban al nacimiento del pelo.—No tengo ni idea. Tal vez debería avisarle de lo ocurrido...—Si vuelve, podías invitarle mañana por la tarde y así lesonsacamos entre las dos.—¿Ahora se llama así?Me sacó la lengua.Me desperté cansada y entumecida, como si me hubiera pasadola noche en tensión. Recordaba vagamente haber soñado con Oliver. No me sorprendía, porque no había hecho otra cosa que pensar en éldesde que oí a su abuelo y al otro hombre hurgando en su habitación.La curiosidad a punto estuvo de hacerme caer en la tentación de mirarlos papeles que había dejado en mi cuarto. Gracias a Dios, habíaconseguido vencerla: no estaba bien fisgonear en asuntos ajenos.Sentía una especie de aleteo en el estómago que no me dejabadesayunar. Quería hablar con él y no tenía modo de localizarlo. Podíahaberle pedido el número a Kobalsky, pero algo me decía que eramejor mantener la discreción y evitar preguntas. Tal vez mi urgenciafuera desmedida. Al fin y al cabo, él algo debía de olerse cuando habíadejado esos papeles en mi casa. Pese a todo, esperaba que volvierapronto para poder hablar con él.Decidí salir un rato a la terraza. El día era radiante y, aunque unviento frío me golpeaba la cara, resultaba agradable sentir sucontraste con la tibieza de los rayos solares. Me cerré bien la bata yme acomodé con una manta sobre las piernas dispuesta a terminar Ypor eso rompimos. Me había atrapado desde que la comencé y estabaansiosa por descubrir por qué Min terminaba con Ed. Los apuntestendrían que esperar a un mejor momento.Acababa de comenzar el capítulo cuando, una vez más, mealertaron unos ruidos que provenían de casa de Oliver. Casualmente,desde donde estaba, tenía un ángulo de visión bastante bueno de laterraza, pero los sonidos provenían del interior, así que no me servíade nada. ¿Me estaría convirtiendo en una cotilla profesional? Laverdad es que, con la escayola y la mantita, solo me faltaban unosprismáticos y el detector en la pierna para ser como Shia LaBeouf enDisturbia. Durante un instante, el ruido cesó y, cuando estaba a puntode sumergirme de nuevo en la lectura, oí el chirrido de la puertacorredera fundido con risas de fondo. ¡Eran de una chica! ¿Sería laMiss? Imposible, a esa hora debería estar dando clase. Pronto salí dedudas cuando pude ver claramente cómo Oliver y Morgan irrumpíanen la terraza. Él la llevaba a horcajadas, sujetándola por la espaldamientras ella le rodeaba con las piernas a la altura de la cintura. Labesaba de un modo que solo había visto en las películas. Era unamezcla de pasión e intensidad que rozaba la violencia, pero que, ajuzgar por la actitud de ambos, era más que deseada y consentida.Él la empujó contra las cajas amontonadas y, ahí, la siguióbesando y acariciando mientras la mantenía en vilo. Una de las cajascedió y ella tuvo que colocar los pies en el suelo. De nuevo, risas. Élvolvió a levantarla para dejarla sobre una de las tumbonas.¡Vaya! Ahí perdí parte de la visión. Mejor. No debía seguirobservándolos. Era algo íntimo y privado, aunque estuvieran a plenaluz del día, así que no me parecía bien seguir fisgando. Me sentíacomo una mirona que estaba invadiendo su espacio. Traté de volver ami libro, pero no era capaz de concentrarme. ¿Y si intentaba volver alcuarto? Mala idea. Me oirían, fijo, aunque quizá como estaban a «suscosas»... No podía arriesgarme, pero tampoco podía evitar mirar.Oliver se levantó y vi cómo se acercaba a la valla. ¡Mierda! Meiba a ver. Cerré los ojos haciéndome la dormida por si acaso. Unossegundos después volvieron los susurros y las risas y los abrí denuevo. Él se había quitado la camiseta y suponía que algo más, peroel hueco que dejaba libre el brezo solo me permitía verle desde lamitad de la espalda y de lado. Morgan estaba debajo de él. Podía vercómo los músculos de su brazo se tensaban haciendo más nítidos lostatuajes y cómo se movía de modo rítmico al tiempo que ella jadeaba.No debía seguir mirando, pero aquella espalda tan morena, lostatuajes y los músculos tan perfectos me tenían hipnotizada. DeMorgan solo podía ver por momentos sus manos blancas, de uñaslargas y perfectas en color intenso, que agarraban con fuerza laespalda de Oliver. Por un segundo, quise ser ella. Nadie me habíahecho sentir nada ni remotamente similar a lo que parecía estarsintiendo ella... No debía seguir mirando, pero no podía evitarlo. ¿Y sifuera yo la que estuviera en aquella tumbona? ¿Y si Oliver meabrazara y me... de ese modo? Un grito ahogado de Morgan, seguidode nuevas risas y un «Vas a despertar a todos los vecinos» de Oliverme hicieron regresar a la realidad. Noté que las mejillas me ardían.Tenía que desaparecer del lugar, al igual que los extrañospensamientos que me habían asaltado. Por suerte, ambos selevantaron y se dirigieron hacia dentro. Lo último que pude verfugazmente fue la espalda desnuda de Oliver.Me quedé un rato inmóvil, por si por casualidad decidían salir denuevo a la terraza. Cuando hubo transcurrido un tiempo prudencial,retomé la lectura, pero no podía concentrarme. Las imágenes quehabía presenciado a través del brezo no dejaban de asaltarme.Dudaba si contárselo a Gabriela. Por un lado, sabía que era unahistoria lo bastante jugosa como para que le encantara conocerla,pero, por otro, no me sentía bien conmigo misma por habermequedado ahí, espiando. Solo de pensar que alguien pudiera estarmirándome en tales circunstancias me daba un ataque. Así que no erapara andar difundiendo que me había quedado mirando como un voyeur cualquiera .

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  Primero pensó absurdamente que estaba en un baúl pero, comoera obvio, el lugar de su encierro era el maletero de un coche. Golpeóen vano con los pies hacia abajo: era imposible que el lateral cediera.Además, no le quedaban muchas fuerzas y el escaso espacio no lepermitía ejercer la suficiente presión. Hizo varios intentos para girarsobre sí mismo y así poder colocarse boca arriba; también fue inútil.Le dolía todo el cuerpo y cualquier movimiento de la cabeza pormínimo que fuera le hacía sentir que le estallaba. No sabía qué hacerni la razón por la que había acabado allí, pero su instinto le decía quedebía hacer lo posible por salir de su encierro cuanto antes. Le iba lavida en ello, y quizá no solo la suya.  


Pero A Tu Lado - Amy LabDonde viven las historias. Descúbrelo ahora