11.¿ Socios de la boda?

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—Entonces, ¿dónde  exactamente vamos? —Justin preguntó mientras nos montábamos en el coche de Derek.

—Voy a mirar vestidos para una boda. No quiero que me molestes. — Señalé.

—¿De quién es la boda? — Su rostro se arrugó en confusión. — No conozco a nadie que se podría casar.

Di un grito ahogado. — ¡Si conoces a alguien que se puede casar!

—¿Quién? —Preguntó él con cara de intriga.

—Surina. — Contesté. Justin siguió sin comprenderlo. — ¿La chica de Aarons?

Justin alzó sus cejas y las cosas parecieron aclararse en su mente. — Oh claro que sí, ya me había olvidado.

—¿Cómo es que sabias?

—Oh, soy el padrino de bodas. Surina tiene cuatro damas de honor y Aaron sólo tenía tres padrinos de boda y necesitaba otro así que contacto conmigo. — Se encogió de hombros.

—¿Estás bromeando, verdad? — Lo miré a él por sobre mis ojos, sacando la vista de la carretera. 

—¿Puedes poner la vista en el puto camino? — Gritó  señalando la carretera. Lo miré por unos segundos antes de conectar mi visión de nuevo en la carretera. — Ahora, ¿qué estabas diciendo?

—Que seré padrino en la boda de Aaron.

—¿Qué? — Pisé los frenos, Justin fue directo hacia adelante por la brusquedad.

—¿Qué demonios? — Gritó, mientras me miraba. — ¿Por qué coño no estás de acuerdo?

—¡Porque no! — Me volteé y comencé a golpearlo. — Maldito.

—¿Que haces? ¡Te has detenido en medio de la carretera! — Me gritó.

—¡Bien aquí nos quedaremos! — Grité hacia él, golpeando su brazo por última vez.

—Estas jodida. ¿Sabes? — Me dijo.

— Dime algo que no sepa ya. — Puse los ojos en blanco,  apretando el acelerador para comenzar a conducir.

— Eres una perra.

— Lo sé. — Le respondí.

—Eres fea.

— Sé que no lo soy. — Respondí con suavidad.

—Su coño está horrible. — Él sonrió.

—¿En serio? No decías que cuando me estabas follando. — Sonreí de vuelta.

—Sólo tengo una polla enorme a la cual alimentar. — Él replicó.

—Sí. Como sea. — Solté un bufido.

—¿En serio? No decías que cuando te follaba. —  Él sonrió ampliamente.
No contesté, manteniendo mis ojos pegados a la carretera, agarré con fuerza el volante con ambas manos.

—¿Qué? ¿Te comieron la lengua? ¿O simplemente no tienen una respuesta?

—Cállate. —  Respondí simplemente. A de verdad no tenía una respuesta.

—¿Eso es todo lo que puedes decir? ¿Cállate es todo lo que tienes? — Él se rió entre dientes.

—Cállate.— Le dije.

—¿O que? — Probó.

—O  perderás tanto la polla como las bolas, haciendo que te las meta por la garganta, luego te meta en el maletero y te lleve a dar un paseo con tus testículos en la boca. — Contesté. — ¿Quieres continuar? — Él sonrió dulcemente. Llegamos a un semáforo en rojo. Sus ojos se clavaron en los míos, los dos nos mirábamos frente a la luz roja.

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