12. Enemigos

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—Muy bien chicas. ¡Gracias!— Saludé a Surina y a las chicas, cuando me dejaron en la puerta de mi casa.

Entré en la casa y cerré la puerta. Camine hasta el sofá y solté todo lo que llevaba encima, comencé a hacer mi camino hacia mi habitación. Cerré la puerta con llave. Fui a mi cuarto de baño. Terminé de hacer mis necesidades, y volví a mi habitación, despojándome de mi ropa. Quede en sujetador y bragas.

—Así que no sabes trabar la puerta. — Dijo una voz detrás de mí.

Grité, cubriendo mi cuerpo con amabas manos mientas me daba la vuelta.

—¡Justin!— Grité. —¿Por qué coño estás en mi habitación?

Sostuve mi mano delante de mis pechos, a pesar de que ya los haya visto y haya puesto la cabeza en ellos innumerables veces, pero eso no viene al caso. El punto es que él está en mi habitación, en el momento no deseado. Y por no hablar de que sólo estaba parado sin inmutarse.

—Tal vez si compruebas la puerta antes, esto no pasaría. —Se encogió de hombros.

—Tal vez si no acabarás de aparecer escalofriante mente en mi dormitorio, el lugar que se supone que es privado. — Dije.

—El rojo es tu color. —Comentó ignorando lo que le dije.

—Gracias, ¿Puede salir? — Señalé la puerta.

—Yo no creo que tu realmente quieras que me vaya. ¿Verdad? — Se levantó de la silla y se acercó a mí, sus manos se colocaron en mi cintura. Mi aliento estaba atrapado en mi garganta, la sensación de sus manos acariciando mi piel me envió a un trance junto una pérdida repentina de mi voz, y se me olvidó como respirar.

—Yo creo que sí.

—Sólo por la forma en la que estas actuando, te puedo asegurar que no. —Susurró en mi oído, su aliento abanicando sobre mi cuello y enviando escalofríos por mi espina dorsal. —Sabes, —se rió entre dientes, sus dedos trazaban líneas imaginarias por mi espalda y por los lados, — Yo siempre he pensado que eras caliente, y tuve así como un flechazo   sobre ti cuando te conocí. —Él sonrió levemente. — No sé cómo me he mantenido al margen todos estos años. Siempre he querido verte sin nada en absoluto, y bien ahora — Dejó escapar un suspiro, — Ahora me odio a mí mismo por esperar una eternidad para tenerte en mi cama. — Él sonrió, mordiéndose el labio inferior mientras miraba hacia abajo en mi cuerpo. Dejé que sus ojos me escanearan.

—Así que siempre me has querido en tu cama, ¿eh?— Me mordí el labio, poniendo mis manos sobre sus hombros. Él asintió con la cabeza, dejando que sus ojos perezosamente se levantaran hasta hacer contacto visual conmigo. —Bueno,— Puse mis labios en su oreja. — es una pena que nunca me vayas a tener de nuevo. — Susurré, levantando mi rodilla a su entre pierna pero su mano fue más rápida y me la cogió antes de que esta llegue. Rápidamente me dio la vuelta hasta ponerme contra la pared. 

—¿Crees que yo voy a dejar que me des en las pelotas? — Él se rió. —Estás loca si crees que he terminado contigo. — Su mano se deslizó hasta mi culo. —Para ser una chica delgada, tienes un culo bonito. — Agarró mi nalga en su mano grande

—Vete a la mierda. — Escupí. Apreté las manos contra la pared.

—Me aseguraré de que te vayas conmigo. — Me dio la vuelta, con los ojos fijos en los míos. —Ya sabes, cada vez que nos vemos, terminamos follando. — Él se rió entre dientes.

—¿Cuál es tu punto?— Muevo un poco mi cabello fuera de mi cara.

—¿Por qué no sólo nos utilizamos para el sexo? —  Sugirió, sus cejas se  sensibilizaron con una mirada astuta en su cara. —Porque no somos amigos, pero podemos ser amigos con beneficios. — Negué con la cabeza, poniendo mis brazos alrededor de su cuello. —No tenemos por qué ser amigos. Podríamos ser enemigos.— Él sonrió, sus manos se deslizaron hacia arriba y hacia abajo por mis brazos.

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