Ya había oscurecido cuando, al fin, se despidió del hermano Frisst y salió por la pequeña puerta oscura hacia la calle. De modo que, cuando vio a Arlo parado junto a la entrada, casi creyó que se trataba de un truco de luces que la luna le había jugado.
Él se posicionó frente a ella, con el entrecejo fruncido.
—¿De verdad creíste —le dijo— que no lograría encontrarte?
Sus ojos eran grises. Sye lo sabía porque se había fijado en ello, pero en la penumbra de la noche y con aquella expresión de intensa molestia, le pareció que lucían tan negros como los mechones de largos cabellos ondulados que le caían sobre la frente.
—¿Cómo fue que...? —murmuró. Pero se interrumpió a sí misma—. No importa. Escucha: necesito que dejes de seguirme. Tienes que volver a casa. Hay gente a la que le importas allí. Tienes amigos y a esa chica, Elyara, que está sufriendo porque te has marchado...
—¿Cómo sabes su nombre? —La voz de él fue tajante y dura.
—Eso no importa. —Negó con la cabeza. No pensaba revelarle que se lo había oído murmurar en sueños—. Lo importante es que ella te quiere. Y tú la quieres. Ve a casa, no te separes nunca de su lado y hazla muy feliz, ¿de acuerdo? Tengan muchos hermosos niños de cabello negro y...
—¡Elyara es mi hermana! —él exclamó, como si no pudiera soportar siquiera la idea.
—Oh.
Sye lo observó con las cejas levantadas.
—Somos mellizos —explicó, exasperado—. Y no pienso volver allá. El destino ha hecho que te encontrara para que pudiera aprender a usar la magia.
Sye casi se echó a reír a causa de aquella tontería del destino.
Consideró por un segundo utilizar un poquito del polvo de ajath que acababa de obtener y volverse invisible para después perder definitivamente —y de una vez por todas— al molesto muchacho. Pero no lo hizo. Aquel polvo era demasiado valioso como para desperdiciarlo en aquello.
—¿De dónde sacas tal estupidez? —dijo en cambio, un borde burlón afilando su tono de voz.
Arlo frunció el entrecejo más aún.
—Yo siempre lo he sabido —dijo—: que estaba destinado a aprender magia. Y, justo cuando había desechado la idea creyendo que no era posible, entonces apareciste tú: una bruja. En mi pequeño y olvidado pueblo. ¡Tú me lo demostraste!
Aquella tenía que ser una de las frases más largas que Arlo le hubiese dirigido. Sye reparó en ello y después sus pensamientos fluctuaron hacia la razón por la cual había decidido pasar por su estúpido pueblo en primer lugar. No había sido causa de un impulso inexplicable. Simplemente, había sido la mejor opción.
En aquel momento, había estado viajando con una caravana que se dirigía a Lagde y el dueño de los carromatos se había intentado propasar con ella, por lo que, después de herirlo de gravedad con su daga, había decidido abandonar la caravana y hospedarse por algunos días en el pueblo más cercano.
No parecía nada orquestado por el destino. Aunque tal vez...
Observó a su alrededor.
La calle, iluminada solo por el resplandor de la luna, estaba casi vacía. Durante el día, la ciudad era un hervidero de gente y ruido, de colores y de vida. Pero tan pronto como el sol se ocultaba en el horizonte y las sombras se apoderaban de sus venas, se convertía en silencio y en fantasma.
Sye se sentía agotada y hambrienta. Lo único que deseaba era algo de comida caliente y una cama donde descansar.
—Ha sido una coincidencia —le dijo a Arlo con voz cansada.
ESTÁS LEYENDO
La Sombra del Fuego
FantasyAlgo oscuro y peligroso se retuerce muy al norte de Yrdi, al abrigo de las humeantes y negras montañas de la Cordillera de Azkhar. Sye, una joven hechicera encubierta, se dirige hacia allá en busca de respuestas y por el camino conoce a Arlo, un sen...