Capítulo XII

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La mañana había llegado antes de lo que había esperado.

Sye se había visto enfrentada a tomar una difícil decisión entre dos alternativas: recuperar las horas perdidas de sueño o forzarse a sí misma a levantarse de la cama para tratar de conseguir más información acerca de Huria y Razzan.

La elección de descuidarse a sí misma en favor del par de contrabandistas había sido más dura de lo que pudiese parecer, pero poco después de que el sol hubiese salido por el Este, se encontraba ya despierta de nuevo, justo a tiempo para engullir el delicioso desayuno ofrecido en la posada donde se hospedaban.

Había pensado que Arlo protestaría ante aquello, en especial considerando que él había dormido incluso menos que ella, pero, en realidad, no parecía estar molesto en absoluto. De hecho, de no ser porque el joven era tan fácil de leer como una piedra, habría jurado que se lo veía un poco... animado.

Claro, tan animado como podía verse con aquel par de semicírculos oscuros colgando de sus ojos.

Un bostezo escapó de entre los labios de ella y los ojos se le humedecieron un poco al mismo tiempo. Sentía la cabeza pesada, como si gravitara por sí sola hacia alguna superficie en la que reclinarse.

Aquel día sería largo. Largo y tedioso.

Más valía que el esfuerzo mereciese la pena. Si regresaba a la posada sin saber nada importante acerca de Huria y Razzan se molestaría. Y mucho.

Apartó el plato con las migas de lo que habían sido dos rodajas de pan de centeno untadas con mantequilla de cabra.

Arlo, como de costumbre, no había terminado de comer aún.

Sye aprovechó para descansar una de sus mejillas sobre la palma de la mano, con el codo apoyado sobre la mesa de madera.

Previamente, había tenido la intención de escuchar de nuevo las conversaciones, con la esperanza de aprender alguna cosa útil acerca de Huria y Razzan, como, quizás dónde los tenían cautivos o cuándo los juzgarían. Sin embargo, la gente tendía a hablar de forma más silenciosa en las mañanas y, además, tenía tanto, tanto sueño...

Cerró los ojos.

Sólo por un momento, se dijo.

Y todos los murmullos alrededor se apagaron.

Una voz viniendo desde la izquierda la sobresaltó después de lo que pareció haber sido apenas un instante.

¿Acaso se había quedado dormida?

Estaba tan cansada que ni siquiera estaba segura.

―Parece que los dos enamorados han dormido muy poco anoche ―la voz había dicho.

A su mente espesa le tomó todo un latido de corazón reconocer quién le había hablado y otro más descifrar la variedad de significados encerrados en las palabras que había oído.

―¿Q-qué? ―acertó a tartamudear, volviéndose con tanta brusquedad que su cuello chasqueó. Se sorprendió de ver que la persona a su izquierda era el bardo de la noche anterior―. No es... ―murmuró―, es decir, no somos enamorados ―se las arregló para completar, frunciendo el entrecejo.

―¿No lo son? ―repitió el joven, como si la respuesta se le hubiese antojado de lo más entretenida.

Sye se percató de que sus ojos eran muy azules hacia los bordes, pero tenían un anillo de rayos de color ámbar hacia el centro, como si hubiese un par de diminutos soles atrapados detrás de sus pupilas.

La Sombra del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora