Capítulo 6 (día 2)

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El funeral transcurrió lentamente y parecía interminable. Todos los presentes lloraban excesivamente, mientras que Lucía parecía congelada; también se encontraban sus amigos e Iván, al lado de su padre Guillermo. Álvaro también estaba allí, echándole un ojo a la ceremonia y custodiando los alrededores; pero le prestaba más atención a su hija, que parecía estar en shock.

La chica se sorprendió cuando la llamaron para que diga unas palabras sobre Peter.

— Peter era una persona muy preciada para mí. Nos conocimos de pequeños y desde aquél día tuvimos una interesante amistad. A pesar de que le gustaba hacerme bromas y esconderme los juguetes, nos teníamos un gran cariño y él ya era como un familiar para mí... pero todos tenemos que partir algún día.

»De la forma más violenta o más pacífica, de pequeños o de grandes. Nadie es inmortal y a todos nos llega aquél momento al cuál algunos les tienen miedo y otros esperan con ansias que llegue ese día. Peter no era uno de esos, era un chico religioso por lo que no le tenía miedo a la muerte pero tampoco despreciaba a la vida.

»Yo... todos lo vamos a extrañar. Era una buena persona y no merecía que lo asesinasen de aquél manera tan atroz. Disculpen las lágrimas que salen de mis ojos pero... ¿acaso no hay que llorarle a los muertos? Llorar no soluciona nada, solo desperdiciamos líquido de nuestro cuerpo y...— Hizo una pausa para secarse las lágrimas y volver a tener su tono de voz normal y no consumido por la tristeza—... y nos ponemos dramáticos.

»No tenía nada preparado, ni siquiera me habían avisado que se había ido; pero creo que he improvisado bien. Uno hace cualquier cosa por las personas que quiere... aunque ya no estén en el mundo de los vivos.

Todos estaban llorando. Volvió a sentarse en su silla y se secó las lágrimas con un pañuelo que llevaba en el cuello, preparado para la ocasión.

Cuando enterraron el ataúd, sonó una canción fúnebre la cual, si Peter hubiese tenido la oportunidad de elegir una, nunca sería esa. Luego de eso, la chica fue a saludar a los padres de su amigo y se fue a su casa, pero fue interceptada por su padre.

Trató de zafarse de él, pero Álvaro era más fuerte.

—Esta noche hay una cena en la casa del Intendente. Ponte tu mejor ropa— le dijo cuándo Lucía se calmó.

— ¿A qué hora? — Preguntó acordándose de la computadora que guardaba su cara— Ah, y también ¿qué dirección? Porque seguramente tendré que ir sola... como siempre.

Su padre le lanzó una mirada de fastidio.

—Respecto a eso no te tienes que preocupar, yo te llevo. Pero tienes que ir a la comisaría, eso sí.

Lucía asintió y se fue a su casa.

Cuando llegó, ya eran las siete de la tarde. Se fue a bañar y luego se peinó y se puso un vestido de color coral; se vistió rápidamente para tener el resto de la hora para borrar las fotos de la computadora de su papá. Álvaro le había dicho que vaya a las ocho a la comisaría, y eran las siete y veinticinco.

Fue al escondite de la notebook y la apoyó en su escritorio, para estar más cómoda; nuevamente puso la clave para prenderla y luego revisó el escritorio para ver si había algo que indicase la contraseña, pero no encontró nada. Luego de unos diez minutos, encontró la manera de borrar las fotografías, fue a la carpeta "imágenes" y afortunadamente no tenía contraseña. Se dijo que se iba a tatuar «idiota» en la frente, pero quizás en inglés para que sea más genial. Entró y vio la carpeta que tenía el nombre de la aplicación para proteger el dispositivo, hizo doble click y vio todas sus fotos, y empezó a borrarlas. Se rió al ver que en una estaba posando, lo había hecho a propósito porque ya sabía que esa contraseña no era.

Cerró la computadora y la puso en la sala de estar. A pesar de que no había descubierto nada, por lo menos ya no estaba en peligro. Se dirigió a la comisaria ya que eran las ocho menos diez.

Cuando su padre la vio entrar a su oficina, sonrió y se levantó de su asiento. Guillermo también había sido invitado a la cena que había propuesto el intendente; también la gran mayoría del departamento de policías iba a asistir con sus familias. Ambos hombres irían en el mismo auto, ya que sus familias consistían en un único hijo. Cuando Lucía se enteró de que iba a viajar en el mismo auto que Iván, se fastidió un poco; ahora el chico le parecía un amargado.

Al auto le costó un poco subir la colina, pero finalmente lo pudo lograr y Albino lo estacionó perfectamente enfrente de la mansión. Habían pasado por la casa de aquél Julio Castillo, pero todo seguía normal y corriente. Respecto a Cardona, quien había estado en shock, hacía dos horas que había salido del hospital y se encontraba perfectamente y no recordaba nada de lo sucedido ni por qué había gritado de esa forma. Su hijo parecía no saber nada, aunque probablemente lo sabía todo y más.

Era una gran casa y, como en esa época hacía bastante calor, los invitados podían ponerse el traje de baño y nadar en la colorida e inmensa piscina. Lucía se había puesto la maya debajo del vestido, porque sabía que los Aldes tenían semejante pileta. En el centro de esta, había una fuente y el agua de esta salía de una cascada artificial. La piscina estaba en el jardín, junto al tobogán, las hamacas y los demás juegos de Andy, el pequeño niño de seis años de la familia. Era el único hijo que tenían la señora y el señor Aldes y verdaderamente se había sacado la lotería, ¡tenía todo lo que quería! Ese espacio con césped y árboles estaba bien iluminado gracias a los faroles y las luces de colores que estaban en la pileta.

El pavo estaría listo a las once de la noche y mientras tanto, los invitados estarían cerca de la piscina. Debido a que la mayoría eran policías, la pileta no estaba llena de gente; aunque eran alrededor de treinta invitados.

A las once y punto, la señora Aldes y la cocinera comunicaron que el pavo y la perdiz estaban listos. Todos corrieron a tomar un lugar en la extensa mesa y esperaron a que los sirvientes depositaran alguna parte del exquisito pavo o de la sabrosa perdiz. Era un festín muy atractivo; para los mayores había un vino de la famosa bodega del señor Aldes y para los menores había jugo de frutas hechos en el momento.

Terminaron de comer a las doce y cuarto. Los invitados ya estaban dispuestos a irse, cuando el señor Aldes hizo callar a todos y preguntó:

— ¿Alguien ha visto al pequeño Andy?

Cardona se paró de su asiento y sin querer mojó un poco el mantel con sus manos aún húmedas; recién había vuelto del baño. Los demás policías, incluido Albino, se levantaron de sus asientos, esperando que alguien hable representando a ellos.

—Todos, busquen en las habitaciones incluido los alrededores. Si es posible llamen a las patrullas para que den una vuelta por el bosque— ordenó aceleradamente Albino.

Todos hicieron caso, incluida Lucía quien se fue detrás de un policía que iba a fuera para llamar a los demás. Se escabulló por la demás gente que iba hacia la entrada y se dirigió a la parte del bosque que se comunicaba con el jardín de los Aldes. Corrió algunas ramas de los árboles para poder pasar y aplastó alguna que otra hierba. De pronto, su celular sonó. Era el tono que tenía de alarma, pero se extrañó al ver que era una llamada. No le dio tiempo para decir su típico
« ¿hola? » debido a que una persona cuya voz le sonaba familiar, dijo:

—Andy, muerto.




Crimen NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora