Capítulo 5 (día 2)

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Ya había terminado de comer, cuando fue a donde se encontraba Santa; pero en vez de estar él sentado en el trono o por los alrededores, no había nadie. Ningún policía ni el hombre que interpretaba al gordo se encontraban por allí y mucho menos por el centro comercial. Se sintió traicionada por su padre que le dijo que le iba a contar todo, así que sin más rodeos decidió ir directamente a la estación de policías.

Pero cuando apenas salió de la gran estructura, en el estacionamiento vio como esposaban al hombre y lo metían adentro del carro de policías, donde iban siempre los criminales. No podía creer lo que estaba sucediendo, ¿qué había hecho aquél hombre para que lo esposaran? Fue corriendo hacia él y se dio cuenta que su padre también se encontraba allí; él no se dio cuenta de su presencia hasta que ella habló.

— ¿Qué motivo tienen para encarcelarlo? —Cuestionó— Simplemente hace su...

—Necesitamos la foto que te sacaste con este tipo, es una prueba— la interrumpió sin siquiera decírselo en la cara. Estaba tan ocupado llenando unos papeles que parecía que todo lo que decía ya estaba planeado, como si fuese un robot.

— ¿Pruebas? Espera, ¿es enserio? — Tiró al suelo los papeles que estaban apoyados en el capó del auto y se cruzó de brazos— Hasta que me pongas al día, no te voy a dar nada.

Ahora sí, su padre la miró pero solo por unos minutos y se dispuso a recoger los papeles esparcidos por el suelo, antes de que el viento se los llevase.

—Lucía, no te comportes como una niñita boba.

—Mejor averiguo YO lo que está pasando, y no quiero que me digas "oh, no hagas eso, deja de jugar con ese cráneo" y cosas así. Ahora todo lo que haga será problema mío.

No esperó para que su padre respondiera y se fue directo a su casa. No sabía muy bien cómo saber la más mínima cosa acerca de este asunto y ni siquiera sabía el nombre de aquél hombre.

Cuando discutía con su padre, reparó que el hombre no llevaba su traje de Santa Claus, por lo que quizás se lo había sacado en el shopping y cambiado de ropa. Generalmente, esos trajes eran propiedad del que organizaba ese "evento" y los dejaba en el edificio para no tenerlos siempre consigo. Pensó que quizás debería ir de nuevo a pasear por allí, pero ahora decidió tomarse un descanso.

Después de todo, aquél "descanso" solo fue palabra, porque cuando llegó a su casa hizo todo lo contrario. Llamó a Iván, aunque la última vez que habían hablado... no había salido tan bien. Extrañamente, su amiga Raquel y su amigo Robert no contestaban, y tras la llamada que había recibido, no se animaba a comunicarse con Peter.

Afortunadamente, Iván había aceptado a ir. Cuando lo llamó, notó su voz triste y apagada; cuando llegaría le preguntaría que le estaba pasando. Ella lo conocía feliz y no triste, además de que no siempre se juntaban, era un chico alegre... o eso creía ya que nunca tuvo la oportunidad de verlo con amigos riéndose.

Después de unos interminables diez minutos, llegó. Su aspecto era desfavorable y depresivo, sus verdes ojos se los veía apagados y había empalidecido; su cabello, que el largo pasaba sus orejas parecía estar atado con una pequeña colita de pelo. Lucía lo miró impresionada, lo conocía desde hacía diez años y nunca lo había visto de esa manera, ni de lejos ni de cerca.

Lo peor que le podía pasar a una persona es estar depresivo; esa manera de estar triste todo el tiempo y que los demás no sepan que te pasa es irascible. La chica no aguantaba juntarse con personas a las cuales no podías saber que les pasaba y nunca te dedicaban una sonrisa, pero Iván era diferente; él si era feliz pero algo extraño le estaba pasando y hacia que se mostrase frío e intolerante.

—Lo que te está pasando— comentó de repente— te está volviendo irritante.

— ¿¡Es que no lo sabes!? — Gritó— ¡Peter ha muerto y tú estás como si nada! Que buena amiga eres... y me llamas a mí irritante...

Lucía se quedó petrificada. Las palabras que había dicho Iván la habían dejado en ese estado; ya encontraba el sentido de la llamada y por la cual tenía un mal presentimiento sobre Peter. Se derrumbó en el pequeño sofá de la sala de estar, donde se encontraban, y se quedó mirando el techo. Se dio cuenta que había algunas manchas, las cuales pasaban desapercibidas.

Hacía mucho tiempo que no lloraba, y esta vez lo hizo. No derramó millones de lágrimas y grito el nombre de su amigo para que todo el mundo sepa que estaba mal; simplemente, una lágrima se escapó y permaneció en silencio.

Iván se quedó en su lugar y ni se inmuto a tranquilizar a su única amiga... si lo seguía siendo. Tuvo la corazonada de que Lucía iba a estallar y le iba a decir de todo, pero no; se mantenía tranquila e inexpresiva.

El único movimiento que hizo fue extender el brazo para tomar el teléfono fijo que estaba sobre la pequeña mesita ratona. Llamó al número de su padre; pero como siempre, no la atendió.

— ¿Cuándo es el funeral? — preguntó sin mirarlo. No miraba a ningún punto fijo.

—Hoy— le respondió de la misma manera—. En dos horas.

Tras decir eso, se levantó del sofá y se fue. Lucía pensó que ya no tenía ganas de investigar sobre el hombre que interpretaba a Santa, verdaderamente no tenía ganas de nada. Ya no contaba con el hijo de Guillermo, ni con nadie.

Igualmente fue a investigar, primero porque tras lo que le había dicho a su papá, no quería que él se burlara y segundo porque le tenía rencor; seguramente él sabía sobre el asesinato de su amigo y no le había dicho nada. Fue al escritorio del hombre y abrió su notebook; no sabía la clave ya que era la computadora de la oficina, pero la pudo descifrar debido a que las teclas que usaba para la contraseña estaban manchadas con la grasa de las papas fritas que había comido esa mañana. El teclado era blanco, por lo que se notaba más. Estaba claro, que le costó un poco pero lo pudo lograr y entró en los archivos tan "confidenciales" que había en aquél aparato.

Habían muchos archivos de todos los casos que había tenido, pero había uno en específico que él lo había llamado "Crímenes Navideños". Hizo doble click y se encontró con que también tenía contraseña. Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos para pensar qué contraseña pudo haber puesto su padre. Primero, pensó en su nombre y el de su madre, pero luego se dijo que no podía ser una contraseña tan boba.

Probó poniendo «Lucía Albino», por si estaba la casualidad de que su padre sea tan bobo de poner aquella contraseña; pero no funcionó, simplemente se puso un cartel rojo y su cara en la pantalla, le había sacado una fotografía.

La chica entró en desesperación, ¿cóm0 iba a borrar la foto? Seguramente su padre la vería y la castigaría por ello... y luego se burlaría de ella por ser tan idiota. No podía dejarlo así, debía hacer algo.

Y el tiempo pasó y llego la hora de ir al funeral; ella seguía sin saber la contraseña y la máquina ya había tomado millones de fotos de ella. Se le ocurrió una idea no muy brillante; escondería la computadora de su padre y él pensaría que se la olvidó en la comisaría. Después del funeral, ella tendría el tiempo suficiente de tratar de hacer algo... o averiguar por internet. Fue a su habitación y escondió la notebook detrás del armario, así nadie la encontraría, solo ella.

Sabía dónde quedaba el funeral porque era en el único cementerio que había en el pueblo. Paró un taxi y fue hacia allí, donde se encontró a todos vestidos de negro, como ella que también lo estaba, y en una esquina se encontró a su padre haciendo guardia para que solo pasasen los que tenían invitación.

Álvaro se sorprendió al verla allí parada enfrente de él para que la deje pasar.

— ¿Qué haces aquí? — Siempre le preguntaba lo mismo. Lucía no sabía si era lo único que lograba decir cuando la veía o todas las veces se encontraban en situaciones similares

—Vine al— su voz se trabó y se le formó un nudo en la garganta. Nunca había pensado que iba a decir eso a tan corta edad— funeral de mi amigo Peter.

Álvaro la dejo pasar y le revolvió el cabello.




Crimen NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora