Capítulo 17 | Parte 2

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—Vaya, vaya, vaya. ¿Dónde estará mi amigo Álvaro? — Tenía un tono de voz socarrón.

Contuvo la respiración y ni siquiera se movió, pero aun así lo encontró y cuando lo hizo, lo tomó del cuello de la remera y lo atrajo hacia él. Esa tonta sonrisa se volvió a formar en su rostro.

—Con que aquí estás, eh. El tiempo ha pasado y tú no encontraste a tu hija.

Hubo un momento de silencio en el cual, Cardona se puso a pensar pero sin soltar al hombre.

— ¡Oh, qué buena idea tuve! Tú mismo matarás a tu hija...

El oficial de policía se quedó petrificado al escuchar la horripilante idea que había tenido su "amigo". No, no iba a hacer eso y mucho menos si él se lo ordenaba. Prefería morir que matarla. Prefería que muriera todo el mundo antes de que él se atreviera a matar a su inocente e indefensa hija.

—No lo haré— dijo, sacando coraje de donde él no sabía—. Mátame, pero no lo haré.

—Sí lo harás. Porque si no, yo lo haré y será mucho peor. ¡Ah! Por cierto, como me aburría ya cubrí el séptimo y último día.

No quiso preguntar, porque ya sabía a quién había matado. No quería llorar, no; no iba a dejar que él lo viera sufrir, como había deseado. ¿Dónde había quedado "el asesino no quiere hacerle daño a Álvaro, eh? Eso era una completa mentira que solamente había tenido para que lo encontraran, pero nadie había sido tan listo para saber que él podía llegar a serlo, ni Álvaro había sospechado.

Cardona lo llevó a través de los pasillos y unas cuantas paredes falsas y llegaron hacia donde se encontraba Lucía. Esta, al ver a su padre, no pudo contener las lágrimas y una gran sonrisa floreció en su rostro, que ya había tomado color. Se acercó hacia ella y la abrazó, pero la emoción se arruinó cuando Guillermo habló.

—Que emocionante momento, pero te toca. Tienes que decidir.

—N-no, por favor. Ya tienes a tus siete víctimas...

Negó suavemente con la cabeza.

—Corrección: Julio Castillo no fue víctima. Y además, Iván está fuera del plan... aunque ya murió— corrigió Cardona.

Le extendió una pistola a su compañero y ladeó la cabeza, esperando que ocurriera. Luego de unos minutos, decidió irse de la habitación por si a su amigo se le ocurría apuntarle.

—Papá, por favor no...— le suplicó Lucía quien ya estaba llorando y tenía la cara roja—Mátalo a él, por favor...

—Tiene chaleco anti-balas.

—En la cabeza. Dispárale en la cabeza y así podremos huir

Bajó el arma y la soltó en el piso. Igualmente, se escuchó un disparo y vio como la pared se manchaba del color carmesí de la sangre y un cuerpo se desplomaba en el suelo. Detrás de él, escuchó como alguien se iba corriendo y lo dejaba allí solo, junto el cadáver de su hija.

Se arrodilló a su lado, mientras derramaba unas cuantas lágrimas sobre ella y trataba de hacer presión donde le había disparado; en el abdomen. Pero no pudo salvarla, aunque ya sabía que no iba a poder.

Estuvo un par de segundos, cuando se dio cuenta que Cardona estaba escapando. Ya no tenía a nadie, ni a su esposa ni a su hija y no le importaba atraparlo, le daba absolutamente igual. Igualmente, fue tras él y debía llamar a la policía cuanto antes para dar aviso de los tres muertos que allí había. Su esposa y su hija ya no estaban con él, ahora solamente era Álvaro contra el mundo y nada más.

Siguió el camino por donde pensó que esa persona se había ido. Ya no sabía cómo llamarlo, le daba tanta vergüenza y rabia que hubiese un asesino dentro de él que parecía tan normal y buena gente... Pero se lo había ocultado, a él y a todos.

Salió de la cueva casi sin pensar el camino que debía tomar y vio cómo su compañero se iba corriendo hacia lo más profundo del bosque. Luego de un buen rato persiguiéndolo, pero viendo cómo se alejaba más y más, se rindió y decidió usar la poca batería que le quedaba para llamar a la estación de policías.

Se sentó en una roca para pensar puesto que quería estar solo y sin mover ni un solo músculo. La policía llegó horas después y él les tuvo que explicar todo. No dijo la parte de que Guillermo era el asesino porque de tan solo recordarlo hacía que su cerebro se prendiera fuego. Luego, cuando tuviera que declarar sí lo diría, aunque sería muy tarde.

Lo llevaron al hospital porque dijo que se sentía mal cuando vio como sacaban los cuerpos de la cueva. Algunos de sus compañeros que estaban allí, lo entendieron y le programaron una charla con el intendente luego de la Navidad y del entierro de su pequeño hijo. A él si le diría quién había matado a la persona más preciada que había tenido.

Cada día que pasaba, se sentía muy solo y triste. Ver los regalos que su hija le había comprado y recordar que nunca le había contado lo que verdaderamente pasaba hacía que se sintiese culpable y que no tuviera ganas de vivir.

Cuando ya pasaron las fiestas, vendió la casa y se fue a la gran ciudad, donde su esposa siempre había querido vivir. Por lo menos, cumpliría un sueño de ella aunque ya no estuviese viva. También llevó los muebles de su hija y su esposa, debido a que no quería venderlos y mucho menos dejárselos a los nuevos dueños que compraron la casa.

Estaba decidido de que pasaría el resto de su vida solo, acompañado solamente por un loro que iba a adoptar dentro de unas semanas. No quería hacerles un funeral a las dos personas que más había amado en toda su vida, porque ya no tenía dinero debido a que había dejado de trabajar para dedicarse solamente al aburrimiento.

Nunca pensó que su vida iba a ser tan deprimente. Siempre había vivido con amor y tenía compañía, pero ahora no.

Sus pesadillas consistían en ver una y otra vez los cuerpos muertos de Rita y Lucía.

La búsqueda de Guillermo Cardona aún sigue en pie por haber cometido casi ocho crímenes. Estaba segurísimo que cuando lo encontraran, por arte de magia moriría. La pena de muerte no estaba aceptada en ese país, pero lo más probable es que algún que otro policía lo agarrara y lo hiciera pagar por sus actos.

Para regalo de Navidad, hubiese deseado que su familia siguiera aún viva para compartir algunas risas como hacían cuando estaban juntos, ahora solamente había lágrimas... y estaba solo, solo para siempre.


Crimen NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora