Viaje.

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Noche 15.

Estoy exhausto, no me creo que lo hayamos conseguido. Hemos conseguido salir finalmente del pueblo, he aparcado el vehículo en mitad de la carretera dentro de un campo de viñedos. La oscuridad de la noche nos sirve de camuflaje, no he visto a ninguno de esos rondando las carreteras.

Preparamos todo antes de que el primer rayo de Sol azotase la plaza del parque que se podía ver desde la terraza. Encargué a Daniel con una pequeña mochila con alimentos, necesitaba hacerle sentir importante, en estos momentos lo que más necesita un niño es motivación, ha de creerse un héroe de dibujos animados con una misión importante. En mi espalda cargaba la mochila más pesada que unos días atrás, sabía que eso era un problema, llevaba mucho peso y ningún arma que pudiese ayudar, encima. Bajamos la escalera del edificio en silencio, cuidando nuestros pasos por cada escalón, llegamos a la entrada, ahí estaba uno de ellos, el que tiré con prisa al salir de mi habitación. 

Desde el portal no se veía a nadie fuera, era una buena señal, por poco tiempo. El garaje no estaba lejos, unos veinte metros a la derecha de este mismo portal, seguir un callejón, aproximadamente cuarenta metros más, era el número cinco. Avanzamos los primeros metros, asomé la cabeza, empezaba lo malo. La calle era recta, sin salida, tres de esos  estaban cerca de la quinta puerta de garaje, no tenía mucho tiempo para meditarlo, era la única solución, le di las llaves a Daniel, le expliqué que se quedase quieto, no hiciese ningún ruido, cuando viniesen hacia mi, corriese hasta el coche, metiese las llaves y esperase. Quiso replicar, decirme que era una idea descabellada, lo sabía, no le di tiempo a que dijese nada, cogí una piedra del suelo, la lancé en dirección a la cabeza de uno, fallé, le dio en la pierna, silbé, conseguí la atención de los tres.

Eran lentos, muy lentos, me concentraba en respirar, tenía que esperarlos, sabía que el silbido alertó a más de ellos, saldrían en cualquier momento. Caminaban como si el tiempo no les afectase, arrastraban los brazos, las mandíbulas se desencajaban, proferían gruñidos, amenazas constantes. 

Gracias a eso, pensándolo ahora fríamente; he descubierto que reaccionan como un animal furioso cuando tienen a la presa cerca. En caso contrario se comportan como un perezoso.

Estaba a cinco pasos el más cercano, cada paso que él adelantaba, yo retrocedía. Le hablaba, permitía que los de atrás me escuchasen, a ocho pasos del segundo y a doce del tercero, iba contando cada paso que retrocedía, no se dieron cuenta de Daniel. Le grité que fuese, asintió, avanzó deprisa. Me despisté, el más cercano estaba a cuatro pasos, había cruzado la barrera entre pasividad y agresividad, su mirada cambió, gruñó más fuerte que nunca, los demás reaccionaron, caminaban más rápido. Saltó sobre mi, no esperé, di media vuelta y corrí.

Creía haberme alejado lo suficiente de ellos, llegué hasta el parque, subí las escaleras de un pequeño tobogán, tuve ganas de reír, yo mismo había creado mi jaula. Mirase por donde mirase, desde todas las calles aparecían más y más, movía la cabeza de un lado a otro, buscando algún camino. Bajé, salté la verja del parque, corrí hasta la iglesia al otro lado de la calle. Tenía que dar un rodeo, en mi cabeza era muy fácil, lo que veían mis ojos lo complicaba todo. 

Me resigné, todo el valor que tuve ayer lo perdí, cada metro que acortaban en mi dirección mi corazón latía más deprisa, iba a ser una muerte dolorosa, quería llorar, quería sentir miedo. No pude. Sentía una especie de liberación. ¿Esto fue lo que sintió aquella mujer al sonreírme cuando acabé con su vida? Lo vi todo perdido. Cerré los ojos, despidiéndome. No podía estar más equivocado.

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⏰ Última actualización: Jan 08, 2016 ⏰

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