[Al día siguiente]
-Podríamos hacer algo por Megune- escuché comentar a Mieko desde el salón- para animarla o algo. Además... Ya casi es Navidad!
-Animarla? -preguntó Ethan extrañado.
-Sí. Por lo de su madre y eso...
-Megune fue quien mató a su madre. Todo lo que le dijo al policia era una mentira. Es obvio-explicó él.Mieko se quedó en blanco. Ya entendió todo lo que hice ese día y, aunque estaba de espaldas, sabía que estaba sonriendo.
-Igualmente... ¿Podemos hacer algo?-dijo ella dando saltitos.
-¿Como qué?- interrumpí saliendo de mi escondite mientras me secaba el pelo con una toalla.
-¡Un viaje!-se dió la vuelta- yo conduciré, no te preocupes.
- Pero...eres pequeña para conducir así que saldremos a una hora donde no haya mucha gente-añadió él.
-Por mí bien -sonreí- pero ¿A donde vamos?
-En la ciudad de al lado! Allí hay poca gente y cosas interesantes.
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[Por la mañana]Ethan todavía no se había despertado cuando Mieko y yo poníamos nuestro poco equipaje en el todoterreno que ella robó hace meses.
En aquella mañana los rayos del sol eran los más cálidos y dorados que creo recordar. Tras ducharse, Ethan salió con su típica vestimenta negra pero se le veía un poco más feliz que de costumbre. Después de poner todas las bolsas en el maletero del coche nos encaminamos al destino. A Mieko le gustaba la velocidad asi que a veces sin querer aceleraba demasiado.- No vayas tan rápido, llama la atención y además queda poca gasolina-dije señalando al depósito.
Tuvimos suerte y justo se acabó cuando encontramos una gasolinera. Ethan salió a pagar el combustible ya que era el que parecía más mayor y Mieko le acompañó para comprar algunas chocolatinas.
Yo me quedé cuidando el coche ya que los seguros de las puertas estaban rotos. Miraba con la mente en blanco al retrovisor pero salí del trance en cuanto ví a slguien sospechoso acercarse directamente al coche. Iba muy rápido. Estado de shock. ¿Qué hago? Busqué desesperadamente alguna de mis navajas pero recordé que las había dejado todas en el maletero. Me estaba estresando. Como si se tratase de una película de ficción recordé las palabras de mi madre cuando me regañaba «solo trabajas bajo presión» Ignoré ese recuerdo y ví al lado de mis pies una botella de cristal con un poco de agua. La cogí, era mi única arma. El ladrón entró repentinamente y dió un gran acelerón, eso hizo que mis poderes se alterasen y acabé con dos botellas.-¡No te muevas niña! ¡Vamos a jugar!- gritó el secuestrador con una sonrisa maliciosa.
Enfurecida, le dí en la cabeza con las dos botellas antes de que él pudiera reaccionar. Los cristales rotos salpicaban mis piernas mientras él chillaba desesperado de dolor y el coche perdía el control. Estaba muy asustada y no llegaba al volante por lo que el coche no paró por la carretera.
Miré atrás. Ethan acababa de salir de la gasolinera junto a Mieko.
Me estaba mareando. El coche no paraba de dar traqueteos y volantazos sin control mientras él seguía sangrando y gritando. El coche iba muy deprisa como para poder salir de él. Ví a Mieko correr hacia el coche con gran rapidez. Esa es su habilidad.
Mieko alcanzó la altura del asiento del conductor del todoterreno, dió una patada en el cristal y al ser pequeña pudo entrar por el marco dandole así una patada en la cabeza a aquel hombre. Dejandolo inconciente.-No toques mi todoterrenooo!!-gritó ella.
Puso el freno y segundos después apareció Ethan, sereno como siempre.
- Se ha metido en un lio-comentó él.
-aham-asintió Mieko con una chocolatina en la boca.Le sacamos de allí. Después de un cuarto de hora él despertó pero parecía que le había dejado ciego.
- Po...por favor no me hagais nada...Yo solo seguía ordenes!- tartamudeaba.Mieko se agachó y apoyó su brazo en el costado, clavandoselo ligeramente.
-Ya pero... Te ha salido mal. Eres un mal secuestrador. Los secuestradores que pueden ser vencidos por unos niños no merecen libertad
-Ahora vamos a jugar a mi juego dije con autoridad para que me oyera.
-¿Quien es tu jefe?- interrogó Ethan.
- No sois unos niños normales-murmuró-No lo puedo decir.Mieko clavó más el codo en sus costillas lo que hizo que el ciego gimiera de dolor.
- Pues ahora tendrás que limpiar los cristales del coche- ordenó ella.
Él temblaba de miedo lo que hizo que unos guantes blancos asomaran en su bolsillo. Pero no dije nada.
Al final limpió todos los cristales y le dejamos amarrado en la esquina de un descampado.
Cuando ya estaba casi amaneciendo llegamos a esa ciudad y por suerte encontramos una casa amplia y abandonada.