Los tres tributos

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Cuatro, cinco y siete.

No había dormido, creo que era normal. Estaba en el final de Los Juegos. Podía salir de aquí. O no.

Sonó un cañonazo. Sonó otro, sonó de nuevo un cañonazo. ¿Tres? A menos que mis cuentas estuviesen mal, no cuadraba. ¿Estaba ya en el Capitolio? Tributos pasaron por mi mente, los que había matado, o había dejado morir. Empezaron a caer paracaídas. Era increíble, hacía mucho que a un tributo no le caían tantos. No era real. Me desperté sobresaltada. ¡¿Cómo me había quedado dormida?!

La arena había vuelto a cambiar a su formato original. Ya no había islas, todo el agua se había congelado. Y el clima, había cambiado de nuevo. Ahora, la ropa que había recortado para no sufrir con las elevadas temperaturas; era poco abrigado, así que probablemente, el frío volvería a acecharme. Ahora la del cuatro no estaba en su lugar. Y todos estábamos con las mimas ventajas.

Vi el terreno que me rodeaba. Era como si las montañas ahora estuviesen más altas. Empezó a nevar, y al mismo tiempo, empecé a cagarme en los vigilantes, y en el frío que hacía. Se me puso la piel de gallina. Vi un lago de hielo; y decidí tirar un cuchillo a ver qué pasaba.

Se resbaló, pero, no ocurrió nada más. Era extraño, en otros años; había visto como tributos eran tragados por el hielo, ahogándose en gritos. Probablemente eso ya estaba muy visto y al Capitolio le pareció muy infantil. En parte me alegré. Me pasé la mañana intentando encontrar al resto de tributos; pero, a pesar de seguir su rastro, no veía nada.

Decidí parar para comer. Todavía tenía comida del banquete. Así que la engullí rápidamente; esperando que la próxima vez que comiese, no fuese allí, en La Arena. Un grito ahogado sonó, segundos después un cañonazo, y una bandada de pájaros salió volando.

Salí en busca del último tributo, hasta que oí otro grito desesperado, y un cañonazo. ¡¿Se había suicidado?! Su muerte significaba mi victoria y en ese momento, me daba igual de qué forma ganara. Me acerqué a la Cornucopia, esperando a que sonase la música que suele soñar cuando ya solo queda uno.

Esperé alrededor de cinco minutos, y no ocurrió nada. ¡¿Qué mierda pasaba?! Quedaba otro tributo. Antes de que me diese tiempo a correr, un cuchillo cayó bajo mis pies. Me giré levemente, y el chico del diez me sorprendió con un grito alocado. No era posible, yo le había matado hace unos días. ¿Cómo estaba ahí? Oí su cañonazo, y vi como caía sangre por su brazo.

Corrí hacía el norte, hasta que me encontré con un lago totalmente congelado, ya había probado a ver si el cuchillo se hundía, y no pasó nada. Pero no podía arriesgarme, sería una muerte muy estúpida. Esperé al chico, hasta que apareció, y me lancé sobre él.

-Hola, Johanna ¿qué tal?— una sonrisilla psicópata se le dibujó en la cara. Mientras seguíamos luchando pensé en la sangre que le salía del cuerpo cuando le "maté"

-Pensé que estabas muerto, que te había matado— dije yo, incrédula.

-Veras, estúpida. El cañonazo no iba por mí, y en cuanto te fuiste un paracaídas me llegó. Si no te hubieses esperado treinta segundos, ahora serías vencedoras. Gracias por dejarme vivir— dijo mientras me soltaba un guiño. Era una situación extraña; pues todo lo decía con tranquilidad, cuando se estaba jugando la vida.

Realmente había sido estúpida. Debería haber mirado esa noche el homenaje, y ver que seguía vivo. También me debería haber dado cuenta de que en el banquete había una bolsa con un diez dibujado. Pero ya no podía cambiar nada; solo podía seguir luchando, hasta ganar.

Uno de sus cuchillos, acertaron en mi mano, y comenzó salir sangre, que rápidamente se congeló. No me había dado cuenta en la lucha, pero me estaba muriendo de frío, si no me sacaban de allí pronto, probablemente tendría hipotermia, o algo así.

De pronto, el hielo empezó a derretirse, hasta volver las islas. Cada vez, estábamos más cerca de la orilla; y probablemente estaría ahora llena de mutos horribles capaces de perforarte cualquier parte del cuerpo.

El chico me empujó al agua, y miles de pirañas comenzaron a mordisquearme el culo de forma demasiado bruta. Seguramente mis nalgas estarían sangrando más de lo que había sangrado todo mi cuerpo en mi estancia en la arena. Conseguí sacar mi trasero del agua y ponerme encima de él.

Esta vez fui yo la que le empujó al agua; consiguiendo que los peces le mordisqueasen la cabeza. Comenzó a llorar de rabia; y me metió completamente en el agua; no le solté, y conseguí meterle a él también. Las pirañas nos mordisqueaban con demasiada intensidad, mientras los dos intentábamos salir de allí, un torbellino marítimo nos acechó.

Ya había sufrido uno, así que no me costaría tanto como a él. Me agarré a la raíz de un árbol que había en la orilla, y conseguí que solo el del diez fuese tragado por el torbellino. Ya está. Ya había terminado. Empecé a reírme de mí misma; y las trompetas sonaron. La voz de Caesar Flickerman retumbó; diciendo:

-¡JOHANNA MASON, GANADORA DE LOS SEPTUAGÉSIMO PRIMEROS JUEGOS DEL HAMBRE!— suspiré aliviada, y un aerodeslizador me recogió. Ya nada me podía atacar.

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Todavía no ha acabado la historia, queda el epílogo.

Gracias por leer este capítulo.

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Los Juegos de Johanna MasonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora