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Escucho el despertador. Remoloneo. Estoy remoloneando. Meto la cabeza debajo de la almohada. Respiro y disfruto de cinco minutos más. De fondo escucho el sonido de la ducha. Y otra vez el pitido del despertador. Entonces los recuerdos de la noche anterior explotan en mi mente y brinco sobre el colchón, quedándome sentada en la cama, con los ojos muy abiertos y el corazón latiendo a mil por hora.

—El móvil. ¿Dónde lo dejé? —me pregunto en un susurro.

El otro lado de la cama está vacío. Veo un hilo de luz bajo una puerta y adivino que Raúl se está duchando. En el reloj marcan las seis y cincuenta. Tengo que llamar a mi madre.

Cuando voy caminando por el pasillo me doy cuenta de que estoy desnuda y descalza. Al llegar al salón tanteo la pared con los dedos hasta dar con el interruptor. Enciendo la luz. Al principio me cuesta acostumbrarme, pero poco a poco voy abriendo mis párpados al tiempo que mis pupilas se contraen. Veo mi ropa arrugada colgando de un reposabrazos del sofá. Mis braguitas asoman por debajo de la mesa de café y mis botas negras están tiradas de cualquier manera cerca de la alfombra.

No encuentro mi sujetador por ninguna parte. Hasta que veo una criatura con rastas blancas que trota hacia mí con alegría. Lleva mi sujetador encajado en la mandíbula, lo suelta, lo huele y lo vuelve a coger. Empieza a correr alrededor del sofá moviendo su adorable rabo de un lado a otro. Entonces echo a correr tras él antes de que sus fauces destruyan un sujetador de Women's Secret de casi cincuenta euros... Que me puse específicamente para cenar con Raúl...

—Ven aquí y dame eso —le ordeno a Tony.

El animal se agacha sobre sus patas delanteras y con el culete perruno en pompa mueve el rabo aún más rápido. Consternada, me doy cuenta de que se lo está tomando a cachondeo. Corro hacia él otra vez y se me escapa. Entonces viene y suelta el sujetador delante de mí y cuando por fin voy a cogerlo, me lo arrebata y se lo lleva corriendo. Se esconde bajo la mesa de café y yo estiro el brazo para alcanzarle pero se escabulle.

—¿Bea?

Me giro. Raúl está en pie, con una toalla atada a la cintura y el pelo mojado. Me quedo paralizada momentáneamente sin saber muy bien cómo reaccionar. Me ha sorprendido desnuda persiguiendo a su perro, que me está vacilando miserablemente.

Entierro la cara entre mis manos.

—Me ha quitado mi sujetador —digo con desesperación.

Escucho una risa masculina. Le miro. Viene hacia a mí y me ofrece su mano para levantarme del suelo. Me abraza. Se me acelera el pulso. Y me da un beso corto en los labios.

—Buenos días... —susurra después en mi oído—. Me encantó lo de ayer...

Siento que me rodea con sus brazos. Me siento incapaz de olvidar el hecho de que estamos desnudos. Separados por la fina tela de una toalla. Me siento como si todo el pudor que perdí ayer por la noche hubiese vuelto multiplicado por diez y ahora no fuese capaz de hacer a un lado la vergüenza.

—Tranquila, voy a recuperar tu ropa interior —me dice.

Se separa de mí y respiro aliviada. Me doy cuenta de que estoy tiritando. Instintivamente agarro la esquina de una manta que está mal doblada en un extremo del sofá y me la echo por encima. Raúl se aproxima a Tony, quien percibe la autoridad de su dueño de forma inmediata y se sienta sobre sus cuartos traseros a la espera de alguna orden.

Aún tiene el sujetador bien encajado en su mandíbula. Tengo la sensación de que está masticando un billete de cincuenta euros, casi lo que me costó la prenda.

¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora