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Es un regalo para mis ojos ver a Rocío corriendo por el parque. Juraría que ha crecido unos centímetros. Raúl le tira la pelota a Tony y esté cabalga como un loco tras ella. Después me coge de la mano y me atrae hacia él para darme un beso.

Hace sol.

Dos semanas más tarde de la meningitis, hace sol. En casi todos los sentidos. Salvo en uno. Álvaro ha venido a verme un par de veces a casa con un millón de papeles. Me ha vuelto a repetir que siempre que quiera echarme atrás, tengo la opción de casarme con él. Ada está ayudándome. Hemos decidido ir a juicio y pelear por la custodia de la niña. Ada me dice que no me preocupe, que todo va a salir bien. No sé si me lo dice como amiga o como abogada. Pero da igual. Yo me preocupo. No duermo y me cuesta mucho comer. Y sobre todo, me cuesta separarme de mi hija cuando la dejo en la guarde. También me siento culpable por Raúl: He llegado a la conclusión de que si es necesario, me casaré con Álvaro y haré lo que él me pida. Así que esto se tiene que terminar.

—¿En qué piensas? —me pregunta.

Le miro. Está serio. Él ha sido el principal testigo de todas las noches que llevo llorando y sin dormir. Y creo que también le está pasando factura.

Nos sentamos en un banco y Rocío se arrodilla unos metros más adelante para jugar con su cubo y su pala en la arena.

Tony se tumba a nuestros pies.

Todo parece perfecto, pero nada más lejos de la realidad.

—Raúl... Sabes que te quiero y siempre va a ser así —le digo despacio.

Él me observa, arrugando las cejas, desconfiando. No dice nada, pero me coge la mano.

—No te mereces todo esto. Ahora mismo mi vida está rodeada de problemas. Y tú eres bueno y no quiero que sufras por mi culpa —continúo.

Ahora no toca llorar, me digo. Eso más tarde. Cuando nadie me vea.

—No eres un problema, Beatriz. Quiero ayudarte, quiero estar contigo, es mi decisión —dice él—. No me gusta nada lo que me estás diciendo.

Le sonrío en una mueca de amargura.

—Te mentiría si te dijera que no estoy dispuesta a ceder con Álvaro si eso significa que Rocío no se va a separar de mí —confieso.

Raúl me sonríe y no sé qué pensar.

—Eso ya lo sé. Es tu hija, es lo primero. Pero tal vez no hayas pensado que si cedes y pasas tu vida con un hombre que te trata mal y que detestas, es probable que tu infelicidad acabe reflejándose en ella. Quizá tengamos que buscar otra salida, juntos. Tú y yo —responde con convicción.

Pero no. No hay otra salida. Lo único que se puede hacer es pelearse ante un juez. Y ya estoy en ello.

—No es justo para ti que yo esté planteándome volver con Álvaro. ¿Entiendes? No está bien. Yo no quiero esto. Quiero que busques a otra chica, que te quiera, que no tenga tantos problemas y con la que puedas ser feliz. Eso es lo que quiero, Raúl.

Nos miramos largamente. Me recuerdo a mí misma que tengo prohibido llorar ahora. Él me acaricia la mejilla.

—Yo no quiero a otra —dice.

—Creo que lo mejor es que lo nuestro se acabe aquí —digo.

—¿Pero y si ganas el juicio? ¿Y si Álvaro no puede llevarse a la niña?

—Álvaro siempre va a intentar hacerme daño y si esta vez no lo consigue, tengo muy claro que lo va a volver a intentar. A saber de qué manera —susurro—. Raúl, aléjate de mí. Estoy muerta de remordimientos de verte a mi lado, todas las noches, sufriendo por una causa que no es la tuya. Podrías ser feliz. Al menos uno de los dos podría ser feliz. Yo ahora estoy pagando las consecuencias de decisiones equivocadas, pero es mi responsabilidad, y no la tienes que compartir conmigo —digo—. Quiero que te vayas.

¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora