Cuelgo la bata. Miro el reloj, que ya marca las tres y media de la tarde. Recojo mi mochila del despacho y desaparezco del hospital. Tengo que atravesar el aparcamiento para llegar a la salida. Voy sorteando los coches que hacen cola para salir de allí y, cuando estoy a punto de dejar el recinto escucho un claxon a mis espaldas. Sin embargo, no le doy importancia. Supongo que algún conductor está impaciente por salir del atasco y lo paga como puede.
Otro pitido me sobresalta y entonces me giro en un impulso. Descubro que unos ojos otoñales me observan desde el asiento del conductor de un pequeño Volvo blanco. Me hace un gesto para que me acerque. Camino hacia él, aunque eso implique retroceder y alejarme de la boca de metro.
—¿Vas a Moratalaz, doctora? —me pregunta—. Si te parece bien puedo acercarte a casa...
Se me acelera el pulso. Estoy bloqueada y no sé qué responder.
—Está bien, tranquila... No quería presionarte... Ya nos veremos otro día —dice justo antes de empezar a subir la ventanilla.
Y de pronto me ignora. Le veo dirigir toda su atención al volante y al atasco que hay para salir del hospital. Y me duele. Le miro fijamente, esperando a que se vuelva y se despida con un gesto. Pero no lo hace. He dejado de existir para él. Ha levantado un muro.
Y de pronto se me ocurre que quizá a él también le hayan hecho daño alguna vez, pero que, a diferencia de mí, aún no ha perdido la confianza del todo. Quizá él también tiene miedo de sufrir de nuevo.
—Y no va a haber más oportunidades —concluyo en un susurro mientras él mueve su Volvo unos metros hacia delante.
Súbitamente noto dentro de mí una sensación parecida a la de la cuenta atrás. Sé que tengo pocos segundos para decidir si me atrevo a acercarme a él o lo dejo ir definitivamente. Entonces echo a correr y me planto frente a la ventanilla del copiloto. Doy un par de toquecitos sobre ella y las placas tectónicas vuelven a chocar. Esta vez con más fuerza.
Me abre y subo al coche. Sin decir nada me abrocho el cinturón.
—¿Qué te ha hecho cambiar de idea? —me pregunta sin rodeos.
Me está mirando y no sonríe. Espera una respuesta coherente, algo que le indique que no se ha equivocado al abrirme la puerta.
Le voy a decir la verdad.
—Cuando he visto que me ignorabas... Me he dado cuenta de que no quiero que me ignores —contesto con voz temblorosa—. Perdóname por haber sido tan desagradable contigo antes... Y el otro día... Me he vuelto muy desconfiada...
—Porque te han hecho daño... ¿No? —él completa mi frase al tiempo que pone la primera y mueve el Volvo otro poquito hasta alcanzar al coche que va delante.
—Sí —digo casi en silencio.
—Yo tampoco quiero que me ignores, Bea. Pero ya empezaba a darme por vencido, la verdad —ahora sí sonríe y me mira con cierta picardía.
Algunos de sus mechones desordenados se le cuelan en los ojos y se los retira con los dedos. Está guapo, para qué voy a negarlo. Y me atrae, mucho... Eso tampoco puedo negarlo.
—¿Dónde quieres que te deje? —pregunta para romper mi silencio, del que aún me cuesta salir.
—En casa de mis padres... Bueno, de mi madre —corrijo.
Me mira de reojo.
—Lo siento mucho —dice en tono solemne antes de agarrar mi mano y entrelazar sus dedos con los míos—. No sabía que...
—Da igual... Ocurrió casi nada más marcharte... Al año siguiente. Fue un cáncer fulminante —digo con la voz vacía—. Hace ya mucho tiempo...
Él asiente.
—No me dijiste nada... Si me hubieses llamado tal vez habría convencido a mis padres para hacerte una visita... —me mira de esa forma, otra vez.
—No quise preocuparte. Estabas lejos y no podías hacer nada —explico.
No le convencen mis palabras.
—Bueno, lo hecho, hecho está —concluye.
—¿Qué tal tu madre? —le pregunto.
Sé que no viene a cuento, pero no quiero que lleve la conversación hasta el punto en el que tenga contarle que tengo una hija de dos años, al menos no mientras esté conduciendo.
—Muy bien, está de crucero... Vuelve mañana y supongo que vendrá a Madrid para ver a mi padre y se quedará unos días en mi casa —dice.
Entonces le pregunto que qué tal tiempo hace en las Islas Baleares... Después me pregunta cosas sobre mi carrera... Después le pregunto sobre la suya...
Y entonces hemos llegado a mi casa y detiene el coche en doble fila. Pone los cuatro intermitentes y me mira, esperando algo.
—Podríamos ir a cenar esta noche. Así tendríamos tiempo de hablar... Luego me iré a dormir al hospital con mi padre —me propone.
Pasa la mano por encima de la palanca de cambios y la deja sobre mi rodilla. Me pongo nerviosa.
—Me encantaría... Pero no puedo. Te juro que es la verdad, tengo muchas cosas que hacer —me disculpo—. Pero si quieres mañana a media mañana me escapo y nos tomamos un café.
Él esboza una amplia sonrisa sarcástica y niega con la cabeza.
—¿Qué cosas tienes que hacer? —me pregunta mientras acerca demasiado su nariz a la mía.
Me pierdo en sus ojos llenos de motitas marrones y verdes. Son preciosos. Concluyo que tengo que decirle la verdad. Si salgo con él un par de veces y no le digo que tengo una hija, podría sentirse engañado. Muchos hombres no quieren tener nada que ver con madres solteras. Así que tiene derecho a saberlo.
—Tengo una preciosa hija de dos años y aún le estoy dando el pecho... Aunque espero que no por mucho más tiempo —suelto la bomba y sonrío, muerta del agobio.
Me sorprendo al comprobar que él no se aleja ni un milímetro de mí. A medida que pasan los segundos y no dice nada me va creciendo un nudo en la garganta. Entonces abre la boca y pregunta:
—¿Y estás con su padre?
Niego con un gesto de cabeza y se me escapa una lágrima. Entonces él alarga el brazo y la recoge con un dedo. Me acaricia la mejilla con su mano y se acerca un poquito más.
—Ahora entiendo por qué estás tan asustada —responde en un susurro—. Si te parece bien, puedo ir a tu casa cuando acabe en la consulta y me invitas a cenar algo ligero... Y así conozco a la peque y saludo a tu madre, ¿o es ir muy deprisa?
A estas alturas ya no junto una neurona con otra. Sólo sé que no se ha espantado cuando he mencionado la palabra "hija" y eso me hace sentir un gran alivio.
—Me parece bien —respondo sin pensar más.
—A mí también —dice.
Y me besa. Despacio. Sin prisa. Con suavidad. Entonces se separa de mí y cuando va a pedirme perdón pongo un dedo sobre sus labios para no diga nada.
—Luego te veo —susurro a modo de despedida.
Me bajo del coche y camino hasta el portal. Él arranca cuando desaparezco de la calle y cierro la puerta a mis espaldas.
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Y el cuarto capítulo!!! os está gustando?? espero que sí!!
gracias por vuestros comentarios y votos :D siempre se agradecen siendo una novela nueva!! así sé que voy por el buen (o mal) camino!
besos a todas!
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¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015
ChickLitAutora: Cristina González Ilustrador: Alexia Jorques Beatriz adora a su hija de tres años. Beatriz está soltera. Beatriz es médico. Beatriz tiene miedo del padre de su hija porque... Entonces se encuentra a Raúl durante una guardia. Está allí, de pi...