Capítulo 11

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Salí de la sala de emergencias. Mamá y papá estaban del otro lado del pasillo hablando con el doctor. Veía como mi madre tomaba del brazo a mi padre con fuerza.

Vi a Nate sentado en una silla afuera de la sala de emergencias, y cuando me vio se levantó y caminó hacia mí.
Mi mochila colgaba de su hombro derecho.

—¿Hablaste con el doctor?

Asentí.

—¿Qué pasó? —preguntó.

Sólo lo abracé. Rodeé su cintura con mis brazos y lo abracé tan fuerte como pude. Él permaneció inmóvil durante varios segundos, y después me rodeó con sus brazos. Me abrazó tan fuerte que dolía. Tan fuerte que me hizo bien.

Yo no dije nada, y él no preguntó nada. Pero seguimos así por muchos segundos más.
Enfrente de mí tenía la imagen de mis padres hablando con el médico. Ella se tocaba la cara y parecía que limpiaba lágrimas de sus mejillas, mientras mi padre sólo asentía y le acariciaba la espalda a mi madre para tranquilizarla.

En ese momento sólo pensaba ¿De verdad está pasando? ¿Podría morir? ¿El diagnóstico es correcto?

No tenía palabras. Pero cuando por fin Nate dijo una palabra, le contesté.

—¿Qué...?

—Estoy enferma —dije.

—¿Te darán medicamento? —preguntó.

—No lo sé. Supongo que es más que eso.

Cuando dije eso él se apartó de mí. Puso sus manos en mis codos, y miraba cada una de mis facciones faciales.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—Estoy enferma. Es, como una gripa. —mentí.

Él volteó hacia donde estaban mis padres. Imagino que vio la preocupación en sus caras, pues su cara se había llenado de preocupación.

—¿Estás segura? —dijo, y tocó mi frente con su mano.

—Sí.

Nos sentamos en unas sillas negras que estaban al lado. Eran las sillas más incómodas en las que me senté. Le expliqué las cosas, o algo así. Le dije el nombre de la enfermedad y sobre los síntomas. Pero no le dije lo peor, no le dije que podría morir. No le dije las consecuencias. No le dije que esto era letal.

—¡Que bien que no es nada peligroso! —dijo. —Te darán el tratamiento y estarás bien dentro de unas semanas, no es nada para preocuparse.

Me sentí la persona más culpable del universo. Él estaba feliz. Feliz de que yo estuviera sana.
Pero no podía decirle en ese momento, se lo diría luego, en otro lugar.

Mis padres llegaron hacia nosotros. Mi madre disimuló bien que había llorado, y mi padre parecía tan fuerte como siempre.

—Es hora de irnos —dijo mi padre.

—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó Nate.

—No creo que sea necesario. Pero, gracias por tu ayuda Nate —dijo mi madre.

—No. —dije —Iré con él.

Mis padres se miraron entre sí. Pero ambos asintieron y no me reclamaron nada.

Subí al auto de Nate. En el transcurso del hospital a mi casa, pensé muchas cosas.
¿Qué le diré a mis amigos? No quiero que nadie se entere de mi enfermedad, no quiero que me traten diferente.

Llegamos a mi casa. Los autos de mis padres ya estaban en la cochera, así que ellos estaban dentro.
Abrí la puerta y me bajé del auto.
Era un día nublado y con un poco de viento. Era mi día perfecto.

Nate se bajó del auto, tomó mi mochila y caminó hacia mí.

—Conocí a tu padre en el hospital. —dijo.

—¿Ahh sí?

—Es algo... Intimidante. —sonrió.

—Creo que ya debería entrar —dije mientras caminaba hacia la entrada.

—Sí.

Caminó a la puerta conmigo y me detuvo antes de entrar.

—Si necesitas algo, dímelo. ¿De acuerdo? No importa qué hora sea —dijo.

—¿Y si es a las 2:00 a.m? —bromeé.

—No me importaría venir —dijo.

Sonrió, me abrazó y se fue.

Cuando entré a la casa mis padres estaban en la cocina hablando.

—Hola. —dije dejando mi mochila en la barra.

Mi madre rápidamente se paró de su silla.

•Hola. ¿Quieres hablar? Tenemos que...

—Mamá, iré a dormir. Estoy muy cansada y mi cabeza me está matando. ¿Podemos hacer esto luego? —pregunté.

Ella sólo asintió.

La verdad es, que pude haber aguantado la plática, pero no quería.

Subí a mi habitación y me tendí en la cama. Sentí una mejora en cuanto mi espalda tocó el colchón.
Me quedé mirando el techo durante al menos diez minutos.

Alguien llamó a la puerta.

—Está abierto —dije.

Mi madre entró. Caminó lentamente hasta mi cama, y se sentó. Y después de quince largos segundos de silencio, habló.

—Tu padre pensaba en ir a cenar esta noche, los cuatro.

Sentí como si me estuviera culpando de algo.

—¿Y porqué no vamos? —pregunté desinteresadamente.

—No creo que sea buena idea —dijo —Deberías descansar.

—No, puedo soportar una cena, en serio.

Me puse de pie.

—Vamos —dije, estirando mi mano.

Mi madre sonrió y tomó mi mano.

Mi padre había hecho una reservación en un restaurante algo elegante. La verdad es que me hubiera conformado con un restaurante de tacos o una pizzería.
Logan se sentó a mi lado, y nosotros frente a nuestros padres.
Me preguntaba si ellos ya le habían contado a mi hermano sobre mi enfermedad.

Dejé poco menos de la mitad de la comida. Mis padres hablaban sobre el trabajo de mi papá, que subió de puesto y ahora es el jefe de su antiguo jefe y Logan me pedía las sobras de mi plato.
Me alegró que esa cena no se tratara de mí, y creo que todos pensaban lo mismo.

Mi padre le pedía la cuenta al mesero, mi madre estaba en el baño y yo me recargué en el hombro de Logan.

—¿Te sientes bien? —preguntó Logan.

—Sí, sólo estoy algo cansada.

Mi madre regresó a su asiento y empezó a platicar con mi papá.

Logan me miró por unos segundos. Me despegué de su hombro y lo miré. Luego me abrazó. Entonces supe que él sabía sobre mi diagnóstico.

—Está bien —le dije.

Él sólo mostró una sonrisa algo forzada y volvimos a la conversación de mamá y papá.

Alex & Nate [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora