Seis

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Mérida Dunbroch

Mientras cazaba la comida, me permití contemplar al muchacho acostado sobre el sedimento. Por algún extraño motivo, su persona me transmitía un profundo sentimiento de tristeza y melancolía. Sus ojos siempre lucían preocupados, no sonreía a menos que platicara con su dragón, y sus hombros siempre estaban tensos, afligidos.

Cuando vi que su cabeza atormentada no le daba tregua para deshacerse de los malos pensamientos y no obtenía ningún pescado, me puse manos a la obra con mi arma. De cierta forma me tranquilizó que accediera a mi ayuda cuando se lo propuse, de ese modo discerní que no estaba cerrado a las posibilidades.

Miré por encima de mi hombro, calculando la cantidad de pesca que había logrado conseguir, tendido a la orilla del estanque. Ya era hora de cocinarlo.

—¿Hiccup? —llamé con suavidad.

—¿Sí? —respondió, sin apartar la mirada del cielo.

—¿Puedes comenzar a encender el fuego, por favor? Estoy por acabar con esto —expliqué.

Sin decir nada, se puso de pie. Se sacudió la ropa y el cabello, entonces emprendió camino hacia los árboles. Al verlo lejos de nosotros, me aproximé al dragón.

—Puedes entenderme, ¿no? —formulé, dirigiéndome al animal. Este afirmó con su cabeza—. Tu jinete es una persona solitaria, ¿verdad? —pregunté otra vez, tomando una pequeña navaja del asiento montado sobre su lomo.

Separé las escamas de la carne, y abrí la barriga del pescado para sacar sus entrañas. Todo lo que salía, lo botaba al agua, a excepción de algunos órganos, que le daba al dragón.

—¿Por qué siempre está triste? Hace que también me sienta así —resoplé, echando hacia atrás los rizos que caían en mi frente que me imposibilitaban mi tarea de ver lo que hacía.

Alguien carraspeó a mis espaldas, me encogí de hombros, siguiendo con lo mío.

El ambiente se quedó en silencio, no era incómodo, pero en cualquier momento podría quedarme dormida. Entonces me propuse a conversar un poco con Hiccup, debía al menos intentar conocer a la persona con la que había huido, y descubrir si era un buen sujeto.

—¿Tu familia es numerosa? —interrogué, lavando de mis manos los restos de tripas que escurrían por mi piel.

—No, sólo somos mi padre y yo —contestó, apilando las ramas secas que juntó para encender la fogata.

—Qué suerte —susurré, estirando mis brazos hacia arriba. La postura en la que me quedé había aquejado mi espalda y hombros. Pronto escuché el crujido de mis huesos extendiéndose a mi alrededor.

—Sí, supongo... —balbuceó, muy concentrado en su tarea.

Apreté los labios en una mueca de aburrimiento. Me paré sobre mis talones, y tomé mi arco nuevo.

—Yo iré a dar un paseo, me avisas cuando esté listo el fuego —dije, mientras me alejaba de ahí.

Hiccup Haddock

Al asegurarme que su silueta se encontraba ya a una larga distancia, suspiré con cansancio.

—¿Qué deberíamos hacer con ella? Quiera o no, necesito volver a Berk —hablé, sacando mi artilugio para utilizar su llama—. No sé qué tan grandes serán los problemas si ella no vuelve a su reino. Pero tampoco puedo obligarla a regresar, bah —gruñí, jalando de mi cabello por el estrés mientras con la otra mano alimentaba la lumbre.

Chimuelo pareció encogerse de hombros. A veces no comprendía cómo es que terminaba buscando respuestas complicadas en un ser vivo que ni siquiera podía quedarse quieto cuando el reflejo de la luz se paseaba sobre cualquier material.

Si es difícil pensar en mi propio futuro, lo era aún más el pensar sobre el futuro de otra persona, de una a la que acababa de conocer hacía apenas una noche atrás. 

No me quedaría de otra que preguntarle directamente, de lo contrario sólo perderemos el tiempo. 


Hermosa Casualidad | EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora