Nueve

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Mérida Dunbroch

Hiccup se encontraba detrás de mí, con una mirada fulminante y asesina; ante mis asombrados ojos, lucía como una persona totalmente diferente. Y no tenía idea de si debía preocuparme por esta imprevisible metamorfosis.

—Hola, Hipo. Eh, ¿qué tal la noche? —el joven que se había interpuesto en mi camino ya no parecía tan valiente y rudo ante el vacío semblante del castaño.

—¿Qué están haciendo ustedes molestando a mi invitada? —cuestionó, frunciendo sus labios.

Cuatro de ellos entraron en pánico, queriéndose zafar del problema en el que solos se habían involucrado; —¡No, no! Nosotros no estábamos molestando a nadie y...—pero la quinta persona, la rubia con temple impetuosa, interrumpió a sus compañeros con una risa amarga y llena de desdén.

—¿Invitada? ¿Así las llamas ahora? —esto le disgustó de sobremanera al ojiverde.

¿Quiénes son y por qué se odian tanto?

—Es un tema que no te concierne, vámonos —bramó, tomándome del antebrazo para arrastrarme con él. No pude hacer mucho más que seguir sus movimientos y voltear hacia atrás para descifrar lo que había sucedido en mis narices.

Al estar lo suficientemente lejos de ese séquito, musité angustiada: —¿Te sientes bien? Estás apretándome muy fuerte.

Sin embargo, percibí que ni siquiera había oído mis palabras. Por lo que alcé la voz enojada: —Dije que estás lastimándome —de nuevo, me enfrenté a su silenciosa respuesta—. ¡Hipo, me duele! —grité, dejando de caminar abruptamente.

Sus pensamientos se disiparon de su cabeza, entonces volvió a la realidad. Volteó a verme, entre confundido y asustado.

—¿Ya eres tú o necesitas que te dé espacio? —gruñí, jalando mi brazo para que lo soltara.

—Lo siento mucho, no fue mi intención apretar tan fuerte —susurró cabizbajo.

No quise seguir discutiendo, por lo que sólo asentí con la cabeza y caminé más rápido. Sólo quería que esto acabara lo más pronto posible.

Llegamos a la entrada de su hogar, sacó una llave de sus bolsillos y abrió el cerrojo. Hipo entró primero. Al cruzar el marco de la puerta, completa oscuridad nos recibió, el único rayo de luz que podía percibir provenía de una lámpara de queroseno sobre la mesa, y alado, la silueta de un enorme hombre sentado sobre una de las sillas del comedor, las sombras en su rostro lo hacían ver aterrador.

—¿Dónde estabas? —preguntó, en un suave silbido cargado de molestia.

—Me sentí frustrado así que salí a vo...—antes de que pudiera terminar, el hombre golpeó con fuerza la mesa.

La lámpara por poco pierde estabilidad, y yo salté del susto, mordiéndome los labios para no emitir sonido alguno. Por otro lado, el castaño parecía no inmutarse ante los arrebatos de este sujeto.

—¡No puedes seguir haciendo esto, Hipo! ¡No puedes huir de tus responsabilidades! —vociferó.

Esas palabras lograron mover algo dentro de mí, porque en mi pecho sentí el peso incómodo del remordimiento de consciencia, que ahora me hacía preguntarme si había valido la pena abandonarlo todo para no obedecer las reglas o, mejor dicho, las expectativas del mundo que me rodeaba.

—Lo sé, papá. Pero te suplico que no discutamos esto ahora, ya que tengo una invitada —y se movió de en medio para dejarme a la vista de su padre. Fue tan repentino que no tuve tiempo de reaccionar, por lo que entrelacé los dedos de mis manos e hice una pequeña reverencia, inclinando mi cabeza hacia él.

—Buenas noches —musité, luego de retomar una postura recta.

El hombre de largos cabellos y vello facial suspiró, extenuando lo que se asemejaba a una sonrisa irónica.

—¿Es por esto por lo que has estado huyendo? —cuestionó, levantándose de su asiento.

Retrocedí por inercia, ambos notaron lo amenazada que me sentí.

—Tranquila Mérida —Hiccup me susurró, después se dirigió a su padre—. Mañana hablaremos con calma sobre esto, por ahora ella necesita dormir. ¿Nos lo permites, papá? —pude saborear la pasiva reprimenda en las palabras del ojiverde.

—Está bien. Un gusto conocerte, Mérida —su padre pronunció, y atiné a tratar de sonreírle encorvando de nuevo la cabeza.

Hoy pude darme cuenta, que todos tenemos una Elinor que nos hunde con sus expectativas y ambiciones. La verdadera pregunta era si yo había logrado escapar de la mía.

Hermosa Casualidad | EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora