Dos

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Hiccup Haddock
Momentos antes

—¿Logras ver algo? —pregunté, sintiendo que la ansiedad subía por mi garganta. 

Solo negó con la cabeza. Había demasiada neblina que no nos permitía distinguir el entorno en el que nos encontrábamos, y tampoco nos dejaba acceder a algún vestigio de este lugar que fuera de apoyo para orientarnos.

El desasosiego pronto se instaló sobre mi estómago, que no hacía más que evocar los sentimientos que había experimentado horas antes, esos que con tanto esfuerzo intenté que no me afectaran pero que aún así fue inútil porque lo habían hecho. Las enormes expectativas que el pueblo y mi padre cernían sobre mí ya habían deteriorado mi espíritu.

Tienes que gobernar Berk, todo de lo dejaré en tus manos, y para eso debes de obedecer mis órdenes. Como  última estocada para desbaratar mi psique, rememoré las palabras de mi padre.

Estoico el Vasto, jefe de la tribu que habitaba en un archipiélago donde todo el tiempo era azotado por gélido viento, y que hace algunos años atrás, también por los dragones. 

Algún día me iré de este mundo, y tendrás que tomar la posición que te corresponde. No puedes cambiar el destino que se te asignó, hijo.

Un topetazo en la mandíbula me sacó de mi ensimismamiento, trayéndome a la realidad de la que tanto quise escapar.

—¡Hey! —gruñí, observando a Chimuelo con algo de molestia.

 Inmediatamente noté lo fatigado y desesperado que se encontraba. Trajinaba su cabeza de costado a costado. Sus lóbulos intentaban captar alguna señal de otros dragones pero parecía no tener éxito. 

Nos alejamos tanto de Berk, que nos tomaría tiempo regresar a casa. Y nuestros recursos eran limitados, por no decir inexistentes.

—Hay... Hay que aterrizar, debes descansar —musité, acariciando sus escamas. Quizás me había excedido esta vez.

Al aterrizar, aprecié la humedad en la tierra. El viento era fresco pero no calaba los huesos, y los pinos eran enormes, le proporcionaban al bosque ese sombrío aspecto. Seguimos avanzando hasta una zona roscosa, donde creí que podríamos descansar sin problemas.

Bajé de su lomo, y le quité el asiento de encima, estiró sus alas y arqueó su espalda. Él ya estaba listo para echarse un rato: —Siéndote sincero, no tengo idea de dónde estamos pero mañana lo averiguaremos cuando el sol esté sobre nosotros. ¿Qué te parece? —no podía comunicarme mucho por el cansancio, así que se limitó a asentir con su cabeza y acomodarse en el suelo.

Por otro lado, yo no contaba con visión nocturna para vigilar durante la noche, por lo que me apresuré para armar una fogata. —Buscaré leña, no te muevas de aquí y no llames la atención —susurré, Chimuelo sólo gruñó como respuesta.

Avancé despacio, procurando no alejarme demasiado. Levanté muchas ramas repartidas por el suelo, incluso encontré flores abriendo sus pétalos.

En Berk la flora era lúgubre y escasa.

Estaba a medio camino para que mi viaje acabara y pudiera regresar, pero el relincho de un caballo me estremeció de sobremanera. Arrojé la leña al suelo y me puse a correr. 

Nos han descubierto, de nuevo.

Cuando llegué, choqué con la escena de mi dragón acorralando a una maraña de cabellos rojos y rizados. —¡Chimuelo, no! —grité al verlo con su bocaza abierta, mostrando su peligrosa dentadura.

El dragón me miró por unos momentos, luego bajó la cabeza y finalmente retrocedió. Sólo así la chica pudo respirar de nuevo, sujetándose el pecho y agarrando grandes bocanadas de aire.

—¿Estás bien? —cuestioné intentando no importunarla con mi presencia.

No obtuve respuesta inmediata.

Ella era de tez blanca, melena bermeja y ondulada, su mirada era zarca y las prendas que la cubrían eran celestes con los dobladillos dorados acompañados de pretensiosos bordados, la tela estaba fisurada por todas partes, seguramente por el incidente de hace unos minutos.

—Es un... Es un... —tarareó en reiteradas ocasiones, tallando su cara con desesperación.

—No hace daño, dime, ¿estás perdida? —tenía que averiguar de dónde había salido esta chica a mitad del anochecer. Por su aspecto podría jurar que se trataba de una...

—¡Princesa Mérida! —vociferaron no muy lejos de nosotros. Entonces llamas rojizas se abrieron paso entre la oscuridad.

—Ay no, van a encontrarme —masculló la pelirroja, intentando ponerse de pie, pero sus extremidades aún estaba atrofiadas por el miedo.

-—¿De quién estás huyendo? —antes de que pudiera esquivarla, sus manos se deslizaron por mi espalda, y después a la parte trasera de mi cabeza. 

—Tenemos que salir de aquí —suplicó, colgándose de mi cuello para poder incorporarse.

—¿Tenemos? Te buscan a ti, no a nosotros —aclaré, forcejeando para sacármela de encima.

—Van a asesinarte a ti y a tu dragón por estar aquí, mejor larguémonos ya —sentenció, con sus ojos puestos sobre los míos. 

Ya no había opciones, las personas que la buscaban estaban cada vez más próximos a nosotros. La apoyé sobre Chimuelo y con agilidad aseguré el asiento sobre el lomo del dragón. Nos subimos aprisa, alejándonos del bosque. 



Hermosa Casualidad | EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora