Siete

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Hiccup Haddock

Después de haber ingerido el último bocado de mi pescado, lancé las espinas a un matorral cerca de nosotros. Eructé en silencio y suspiré algo preocupado. Necesitaba urgentemente hablar de su regreso con Mérida, pero la susodicha aún se encontraba degustando su comida con tal tranquilidad que luego me sentí culpable de tener que arruinar su sosiego con esta incómoda charla.

—Algo te preocupa, ¿no? —dijo ella, sacándome de mis pensamientos.

—¿Ah? —articulé con dificultad, no había escuchado bien sus palabras.

—Tu ceño está fruncido y tienes la mirada perdida en tus manos —señaló, ladeando la cabeza con simplicidad.

—Eh sí —admití, era buena leyendo las expresiones corporales—. Quería preguntarte algo, pero espero que lo tomes de una forma calmada. Después de todo, ambos ya estamos involucrados en esto.

Asintió con suavidad, arrugando su nariz con fastidio. Rápidamente cambió su semblante a uno más... Ansioso.

—No conozco bien tu situación, y creo que tu tampoco conoces la mía. Creo que es momento de decírtelo —inicié, con largas pausas entre cada frase. Las palabras se atoraban en mi garganta, aun así, la atención de la pelirroja estaba al margen del panorama—. Yo soy el único hijo del jefe de mi tribu, entonces definitivamente voy a volver y en algún momento tomaré las responsabilidades que mi padre maneja. Lo que quiero discutir es qué pasará contigo.

—¿Conmigo? —repitió desconcertada.

—¿Realmente piensas abandonar tu reino y tu puesto como princesa? ¿O deseas volver? —ni siquiera había terminado de pronunciar la oración cuando recibí un rotundo no de su boca.

—No puedo volver, es imposible —vociferó poniéndose de pie, empezando a perder la calma—. Si regreso, van a casarme con el ganador del torneo. No puedo perder mi libertad de esa forma tan denigrante. No soy un maldito trofeo —volteó a verme, sus ojos estaban cristalinos, las lágrimas amenazaban con rodar por sus mejillas.

Tragué el nudo que se formó en mi garganta; —Entiendo lo que sientes, pero no está bien huir de tu vida. Créeme, lo he intentado antes y no ha funcionado. El destino siempre se encarga de poner las cosas en su lugar.

Caminaba en círculos, jalándose del cabello murmurando cosas que no alcanzaba a descifrar.

—¿Prince...—su repentino grito me hizo enmudecer.

—¡No me llames princesa! —gruñó, pateando los restos de leña consumidos por el fuego. La ceniza se alzó en el aire.

Pude ver la frustración menoscabar su cuerpo, temblorosa por el coraje. Lentamente me fui retirando del lugar; —Te daré tu espacio, cualquier decisión que tomes me lo haces saber por favor.

A una prudente distancia, percibí el resquebrajamiento de una joven adolorida que lloraba desconsolada sobre el suelo.

Lo que había dicho era verdad, el hado no es algo de lo que podamos escondernos.

[En el reino de Dunbroch]

Una decena de personas se encontraban discutiendo en la sala del rey, algunos perdiendo la compostura frente a esta ingrata situación.

—¡¿Cómo es posible que la princesa haya hecho esto?! ¡Si su deber con el pueblo es buscar el bien común de cualquier modo! —alegó un servidor de los otros clanes.

—¡Fue desconsiderada y desleal con su familia, y con la corona también! —apuntó otro, golpeando la mesa de madera con el puño.

—Caballeros, entiendo totalmente la molestia que están experimentando, pero deben com...—Fergus contenía la esperanza de que sus aliados pudieran concebir la idea de una posible solución fuera del casamiento de su única hija, pero inesperadamente fue interrumpido por su esposa la reina.

—La princesa no escapó —mencionó la mujer de largos cabellos negros—, fue secuestrada por un clan desconocido —todos quedaron en silencio ante tal noticia de la cual no habían sido notificados.

—¿Qué? —susurraron asombrados.

Fergus miró mohíno a la reina, que se sacaba de la manga su as para evitar romper el compromiso de Mérida.

—¡¿Y por qué sus majestades no nos mencionaron esto antes?!

—No quisimos importunar la tranquilidad y el bienestar de nuestros pueblos con esta horrible noticia. Pensamos el consejo y nosotros, que mantener la calma sería lo mejor para precaver motines o golpes de estado ante la pérdida de la primogénita —explicó Elinor, inflando su pecho con dignidad.

Nadie se atrevió a contradecirla, puesto que lo dicho tenía un gran argumento.

—¿Y qué harán para recuperar a la princesa?

—Lo necesario —respondió tajante.

Tocando todos los temas pendientes, la junta acabó. La reina caminó a su habitación, soslayando la conversación que tenía pendiente con su marido. Pero éste no se rindió, y la persiguió hasta lograr encerrarse en sus aposentos buscando privacidad y respuestas.

—¿Qué diablos fue todo eso? ¿Secuestrada? ¡Ni siquiera nos consta si lo que la guardia real vio es real! —reclamó Fergus.

—Debemos salvaguardar todas nuestras alianzas, de la forma que sea. No podemos permitir que esa muchachita destruya todo lo que hemos construido con tanto trabajo y dedicación por su estúpido berrinche —canturreó, tornándose molesta por la actitud reprochante del pelirrojo—. Además, mentiras no dije. Un desconocido huyó de aquí con nuestra hija, por tanto, es enemigo de la realeza, y de Dunbroch —la alteza abrió la puerta de su pieza, dispuesta a marcharse sin dar más explicaciones.

—¿En qué bestia te has convertido? —Fergus soltó con desprecio, tomando desprevenida a la joven mujer. Ella no volteó su cabeza, no quería demostrar que este comentario picó en el interior de su corazón.

Antes de decir otra cosa, uno de los guardias llegó apresurado a ellos, con noticias inesperadas.

—Sus majestades, hay alguien que llegó al castillo esperando que lo atendieran lo más pronto posible.

—¿Quién es?

—No lo sé, mi reina. Lo único que dijo es que sabe quién se llevó a la princesa Mérida..


Hermosa Casualidad | EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora