Doce

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Hiccup Haddock

Toqué con fuerza la madera de la puerta, mientras intentaba mantener el equilibrio de la bandeja con comida que estaba sosteniendo.

—¡Ya voy! —escuché que respondían. Resoplé con cansancio. 

¿Cuántos siglos demorará en abrir?  Pensé, burlándome en el escenario cliché de una princesa tardando horas para vestirse.

Sin embargo, después de unos minutos vi por fin el interior de mi despacho.

—¿Pudiste vestirte con lo que había en la caja? —indagué, sin voltear a observarla. Enfocándome únicamente a dejar sobre el mueble los alimentos que había preparado.

No quería toparme otra vez en la vergonzosa situación de ver ropa interior sin siquiera saber distinguirlo.

—Sí —masculló, mirando con cautela las prendas que se había colocado. Lucía genuinamente interesada en la ropa común de la tribu—. No es lo que normalmente me harían vestir pero son muy cómodos. Además, jamás había usado de estos —pronto, soltó un pequeño grito cargado con alegría, señalando los pantalones marrones que cubrían sus piernas. Negué con la cabeza, chistando la lengua con desaprobación. ¿Cómo es que nunca había utilizado ese tipo de vestimenta?

—Eso lo suelen acompañar con una falda de cuero. Pero igual se ve bien así —susurré, caminando hacia la salida. 

—¿Y las medias que cubren los pies son así de grandes? —levantó su pie en un hábil movimiento, señalando a lo que se refería.

El volumen se debía a la lana de las ovejas, un excelente material para los textiles de los berkianos. Es resistente, brinda protección contra el frío y no absorbe malos olores. Sin duda un elemento milagro para los que no gustaban de asearse diariamente.

—Berk es una aldea rocosa, la superficie no suele ser plana, así que eso evita los esguinces en los tobillos. Además nos proporciona calor, las heladas aquí son salvajes —expliqué. 

Miré al cielo por unos segundos, pronto oscurecería. No me había percatado de lo rápido que transcurrió el tiempo de este día.

—En unas horas tendremos que dormir... —balbuceé, más para mí que para la pelirroja, aún así prestó atención a mis palabras—. No debes preocuparte, nadie aquí causa problemas. De cualquier modo te enseñaré a atrancar la puerta para que puedas pasar la noche de forma segura —antes de que pudiera poner un pie fuera de mi despacho, algo se enroscó en mi antebrazo. Tuve que girar para darme cuenta de qué se trataba.

—¿No vas a dormir aquí? —preguntó Mérida, notablemente sorprendida.

Por otro lado, arrugué mi nariz y cejas con desconcierto.

—Sólo hay una cama, ¿cómo es que pensaste que dormiríamos juntos? —replanteé la situación, sólo así la chica de cabellos rizados entendió el escenario caótico que había sugerido. Sus mejillas se volvieron rojas por la vergüenza.

—No, yo... —tartamudeó, buscando las palabras adecuadas para excusarse.

—Como sea —dije, dándole tregua para recuperarse de su bochornosa pregunta—. Estamos muy cerca uno del otro, nada malo sucederá. Y si necesitas algo, puedes entrar con confianza a la casa. Mi padre nunca suele estar ahí —finalmente Mérida soltó el agarre.

—Sí, entiendo. Gracias... Por todo esto —susurró, en un pequeño hilo de voz, con la cabeza gacha viendo sus pies.

—No hay de qué, a fin de cuentas tu terquedad salvó a mi dragón y a mí de la ejecución —respondí, recordando la tarde en la que nos conocimos.

Las emociones seguían sintiéndose frescas, como si los eventos fueran recientes. Estaba costándome trabajo recuperarme de ese extraño encuentro. Y asumía que ella también. 

—¿Aún cuando mi escape fuera la causante de todo este alboroto? —contestó, tonteando con aparente felicidad en sus ojos.

—Aún así —afirmé, esbozando eventualmente una sonrisa.

Sacudí la cabeza, recordando lo que tenía que hacer.

—Nos veremos más tarde, o quizás mañana. Lo que pase primero —me encogí de hombros, restándole importancia a la alta probabilidad de que olvide regresar y enseñarle cómo asegurar el pestillo de la puerta.

—Hasta luego, Hiccup —oí que murmuró.

Me giré sobre mis talones, andando de vuelta a mi hogar.


Hermosa Casualidad | EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora