Paseaba por la arena con la mirada perdida. Mi pelo se mecía de un lado a otro.
Era otoño, ¿o quizás invierno?
De repente el pañuelo se desprendió de mi cuello y comenzó a volar. Y yo andé, casi corrí para recuperarlo.
Miraba el cielo que ahora mostraba tonos violáceos, era tan bonito que me tuve que parar para contemplarlo.
De repente un pensamiento fugaz acudió de nuevo a mi mente, ¡mierda! Comencé a correr de nuevo. Mis pies dejaban unas marcas curiosas sobre la arena. Tan concentrada estaba en las pequeñas cosas que no me di cuenta y tropecé.
-¡Ayy! ¡me has hecho daño!
Un niño de unos cinco años me miraba enfadado. Debí de asustarme mucho y poner una mueca extraña, ya que sonrió y comentó: -Bueno, no pasa nada, pero ahora me ayudas.
¿Yo? ¿Ayudar a un niño? En realidad no tenía otra cosa que hacer.
-¿Qué desea, mi señor?
Una sonrisilla afloró en su rostro.
-¡Tienes que coger un cangrejo de esa roca! Yo no llego...
No fue difícil, al minuto siguiente ya había conseguido unos cuantos
-¡Gracias!
Y se fue. Feliz. No como yo.
Decidí apoyarme en una roca, y lloré. Me dije a mi misma que era porque había perdido mi pañuelo, pero sabía que era mentira. Lloraba por muchas cosas, ¿para qué contarlas? Podéis haceros una idea, todos hemos llorado alguna vez en la vida. Por tonterías a veces, o por cosas más grandes que es mejor ni pensar. Es díficil saber porqué lloraba yo exactamente en aquel momento. Pero lloraba.
Dibujé con un palito en la arena. Y golpeé algo, ¿qué sería? ¿otro cangrejo? Bah, no tenía ánimos para comprobarlo. Pero la intriga, como no, me pudo.
Y la verdad es que encontré algo que no esperaba: una botella. Una botella con un mensaje dentro, sí, como en los cuentos.
Leí esa carta atentamente. Y ahí, sentada en la arena, con gotitas saladas corriendo por mis mejillas, ahí es donde comenzó mi historia.
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La botella
RandomQuería escribir una historia pero, ¿cómo empezar? Con el tiempo aprendí que las historias llegan solas, mientras paseas, te columpias, estudias o simplemente traídas por las olas del mar...