Capitulo 6

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El viento golpeaba las ventanas del dormitorio de Mason. El aullido agudo en un perro que pasaba la tormenta a la intemperie se impuso sobre el crujido de los cristales. Ralph alzó la cabeza del muslo de Mason y gimoteó, inquieto. Ella le acarició el pelaje cálido entre las orejas y le susurró.

-Tranquilo, no pasa nada.

Para ser un perro guardián, descendiente de una larga línea de dóbermans de raza, era bastante gallina. El aullido sonó más cerca y Mason empezó a considerar que el perro misterioso se hubiera colado en la finca y anduviera perdido, en busca de cobijo. Había hecho un tiempo de mil demonios para conducir en los Berkshires durante los últimos días, por lo que puede que lo hubiera atropellado un coche. Se imaginó al animal herido, tambaleándose hacia la casa o, Dios no lo quiera, hacia los establos, en donde los canes no eran muy bien recibidos. La mayoría de sus caballos toleraban a los perros cuando salían a cabalgar, pero Shamal los detestaba.

Mason intentó volver a coger el sueño, pero se había desvelado. Tras pasar varios minutos echada con los ojos cerrados sin poder dormir, se levantó de la cama y se acercó a las ventanas. Las cortinas estaban abiertas y la noche extendía su brillante manto de plata sobre el jardín. Contempló el paisaje bañado de luna. Nada se movía. La negra superficie reluciente del lago titilaba con el cristalino legado de las estrellas lejanas. Junto al borde del agua, el pequeño templo arrojaba su reflejo pálido, a modo de sereno testigo del paso del tiempo.

Bajo la cúpula, en su sepulcro negro, yacía el hombre que había construido Laudes Absalom. Nathaniel Cavender estaba enterrado junto a su esposa: el patriarca de cinco generaciones de Cavender sepultados en Laudes Absalom. Tenía más antepasados enterrados en el cementerio familiar, en el extremo más alejado del jardín amurallado que discurría a lo largo del ala sur del edificio, que en el presente estaba abandonada. Entre ellos estaban los padres de Mason y su hermano. Conseguir permiso para enterrar a Lynden había sido otra pesadilla en la serie de acontecimientos desmoralizadores que se habían sucedido. Mason apoyó la frente contra el frío marco de la ventana, dominada por la ira y le impotencia. Todo se estaba viendo abajo a su alrededor. Había perdido todo lo que le importaba, salvo la casa y los caballos, y Vienna Blake estaba empeñada en robárselos también para darle el golpe de gracia.

Como necesitaba despejarse, atravesó a tientas la habitación y sacó un abrigo del armario. Ralph trotó tras ella escaleras abajo, hasta el vestíbulo principal. La luz de la luna se derramaba desde las ventanas de vidrio emplomado y se reflejaba en los ojos de mármol de múltiples animales disecados. Había varias cabezas de ciervos adornando las paredes, junto a los retratos de sus cazadores. Mason se estremeció al pasar bajo la sombra de un hacha. Había una imagen que la rondaba incesantemente, como una hiena en busca de un bocado jugoso: la de Vienna en pie ante las caballerizas de Laudes Absalom mientras unos hombres se llevaban a sus caballos sin miramientos, pues ni les importaba nada su nobleza ni sus almas sensibles.

Una capa de sudor frío le humedeció la piel. El pánico casi hizo caer de rodillas y Mason se arrastró descalza sobre el suelo de madera pulida. Cada paso que daba adornaba con un crujido su andar discordante a través del vestíbulo. Tras ella, las patas de Ralph repiqueteaban rítmicamente con un tono metálico que la distrajo un poco de la sensación de ahogo que le atenazaba el corazón. Mason aminoró el paso cuando le  pareció oler algo: era un aroma floral que no encajaba en la mohosa penumbra. Echó un vistazo circular a la sala, pero no vio que nada se moviera. Sin embargo, el olor era cada vez más fuerte. Se trataba de amaryllis.

-¿Hay alguien ahí? -le preguntó a la oscuridad, sintiéndose ridícula por ello.

Ralph levantó las orejas y se erizó el pelaje del lomo. Con un gruñido, agachó la cabeza y adoptó una posición defensiva a los pies de Mason. Ella escuchó un ruido, un susurro demasiado débil como para ser descifrado, y notó un suspiró de calor húmedo en la mejilla, como si alguien hubiera respirado junto a ella. Se dio la vuelta al sentir una presencia a su espalda. No era la primera vez que le sucedía; desde siempre había percibido una tensión sofocante baja la inercia del caserón, una sensación de melancolía que invadía ciertas habitaciones hasta tal punto que rea insoportable permanecer en ellas mucho tiempo. Mason no podía saber si las penas de los anteriores moradores de la casa habían imbuido las paredes y los objetos de tristeza o si aquella sensación de desolación permanente era cosa suya. La casa formaba parte de ella y sus rarezas y cambios de humor la afectaban tanto como la lúgubre decoración. No obstante, aquella noche se agitaba algo más palpable en lo profundo de los corredores: la presencia vigilante que Mason había vislumbrado entre las sombras y los destellos desde su más tierna infancia.

El jardín oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora