Capitulo 8

2K 99 6
                                    

-Señorita Mason, ¿se quedará a comer?

Mason se volvió, reparado en la presencia de la señora Danville en el umbral de la biblioteca demasiado tarde. No estaba segura de cuánto tiempo llevaba allí su ama de llaves. Había estado tan preocupada que no había notado la discreta llamada a la puerta ni la llegada de Ralph. Después de que Ulises entregara la cita de Oscar Wilde, Mason había pensado en bajar, pero se lo había pensado durante demasiado tiempo. Su irritante vecina había salido corriendo del templo y estaba ya cerca de la verja de salida. Su rojo cabello ondeaba suelto a su espalda agitado por el viento.

-Comeré algo en mi habitación -contestó Mason, comprobando el botón del cuello de la camisa.

Olía a Vienna en sus manos y el detonante sensorial reverberaba dolorosamente por todo su cuerpo, le retorcía los pezones y le calentaba la entrepierna.

Le pasó por la cabeza una idea desoladora. ¿Y si la señora Danville había vuelto de su visita semanal a la parroquia de Saint Paul en Stockbridge más pronto que de costumbre y las había visto? Aunque a lo largo de los años la temible ama de llaves debía de haberlo visto todo y sabía ser discreta, Mason prefería ahorrarle el bochorno.

-¿Cenará esta noche a la hora de siempre? -le preguntó la señora Danville, sin dar muestra alguna de haber notado el rubor en las mejillas de Mason.

-Sí, sólo nosotros.

Mason le acarició la cabeza a Ralph para no parecer inquieta. Su ama de llaves siempre le daba de comer antes de ir a la iglesia y el animal solía dormitar cerca del hogar de la cocina si dejaba algo en el fuego. En eses ocasiones, Ralph se pegaba a las faldas de la señora Danville durante todo el día, hasta que la mujer le daba uno o dos bocados. Mason fingía no saber nada de aquellos caprichitos, porque oficialmente la señora Danville estaba en contra de consentir tanto a las mascotas como a los niños.

-¿Entonces la sirvo en la mesa de la cocina? -quiso saber esta.

No era necesario que le contestara, pero Mason accedió a respetar el guión draconiano que gobernaba sus interacciones. Era la cabeza de la familia y la señora Danville esperaba de ella que se comportara acorde a ese rango.

-Sí, así estará bien. Gracias.

-El señor Pettibone ha traído medio venado -anunció la señora Danville.

Ulises ladeó la cabeza como si un canto de sirena lo hubiera cautivado. Profesaba una adoración por el ama de llaves no correspondida. Graznó con suavidad, saltó del hombro de Mason a su percha y allí se balanceó y se atusó las brillantes plumas negro azuladas. Cuando sus gestos atrajeron la atención perruna de Ralph, agachó la cabeza, extendió las alas e hizo una reverencia galante. Inmune ante la exhibición, la señora Danville prosiguió.

-Estoy asando los muslos en filetes.

-Excelente -dijo Mason, aunque le entraron náuseas al pensar en ello. Normalmente sólo se comía las verduras, pero a la señora Danville no le gustaba cocinar si no podía servir un buen plato de carne regado con vino, así que Mason le dio la respuesta que se esperaba de ella-. Que el señor Pettibone abra un Pommard.

El ama de llaves consultó la libretita que llevaba colgada a la cintura con un cordel.

-¿Domaine de la Vougeraie?

-Por supuesto -Mason tenía una bodega enorme a su disposición y. cuando abrían una botella, podría ofrecérsela a su personal, ya que ella evitaba beber alcohol.

No quería ser como su padre.

La señora Danville frunció los labios ligeramente.

-Ese pájaro vuelve a ser una molestia. No deja de tirar cosas desde la ventana de la cocina.

El jardín oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora