Capitulo 9

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-¿Te gustaría montarlo?

La voz ronca a su espalda sobresaltó a Vienna y le subió el color a las mejillas. Intentando no sonar turbada, repuso:

-Me encantaría, si no le molesta que lo monte un extraño.

Dúlcifal tiene unos modales excelentes. Si lo tratas con respeto se contendrá y no te tirará.

Vienna reunió el valor de volverse, pero el don de la palabra la abandonó en cuento vio a Mason vestida con su chaqueta y pantalones de montar de color negro. Parecía tan oscura y atlética como el semental del establo y llevaba una silla de montar. Su expresión era inescrutable y a Vienna le costó reconciliar su rostro con el dela ardiente amante sudorosa que la había dejado marcada. El recuerdo pronto inundó sus sentidos y sintió que se le encogían los pulmones y se le escapaba el aire contenido. Respingó, como si le hubieran dado un puñetazo.

-¿Silla inglesa te vale? -le preguntó Mason, tendiendo la silla multiuso.

-Sí, vale -respondió Vienna, y siete kilos de cuero aterrizaron en sus brazos.

-Si necesitas pantalones de montar, hay de sobra en el cobertizo de los aperos. Sírvete.

Vienna se miró los tejanos. Para un paseo corto a caballo bastarían. Además, ya le daba bastante vergüenza sin ponerse unos pantalones ajustados.

-Da igual, así estoy bien. Gracias.

Mason le pasó el ronzal por la cabeza al lipizano y lo arrulló cariñosamente.

-Hola, guapo. ¿Quieres ganarte unas zanahorias?

El semental de color blanco levantó las orejas y arqueó la cerviz. Miró a Mason a los ojos fijamente y luego apoyó la mejilla contra la de la mujer, como si estuvieran susurrándose secretos al oído. Al cabo de un minuto Mason levantó la cabeza, como si acabara de recordar que Vienna seguía ahí, se comprobó el cuello de la camisa en un gesto nervioso y se deslizó la mano hasta el corazón, como si necesitara presionarse el pecho para calmar el rápido latido. Por un breve instante, Vienna entrevió a la Mason apasionada contemplándola en silencio a través de la bruma de todo lo que no podían decirse. Cuando se miraron a los ojos, Vienna tuvo que hacer un esfuerzo para recordar el plan que la había llevado hasta allí y cómo se había prometido a sí misma que haría lo que hiciera falta. Le había fallado la concentración. Su intención era ir a ver al lipizano, llamar a la puerta de Mason, disculparse y ablandarla para el siguiente ataque de Pantano. Sin embargo, nada más ver a Mason, su resolución se tambaleaba.

Embargada por un torbellino de emociones contradictorias tan intensas que la habían cogido por sorpresa, Vienna no era capaz de ordenar sus pensamientos y concentrarse en su objetivo. Al contrario, su mete volaba entre una mezcolanza de impresiones fragmentadas, en un intento de ensamblar un todo con sentido que explicara su confusión. Tal momento. Tal sensación. Recuerdos nítidos y brillantes. Remembranzas confusas. Y en el centro, indefinible, el sueño que había tenido una vez.

En aquella ocasión, nada más despertar, había corrido a por papel y bolígrafo, porque el sueño parecía importante y quería recordar los detalles. No obstante, en cuanto empezó a escribir, se quedó en blanco. La única frase que llegó a apuntar fue: ''Estoy en la habitación de Mason''. Vienna no pudo añadir nada más, puede que porque nunca había estado en aquella habitación y por la tanto no podía tirar de su experiencia para embellecer un producto de su imaginación que se desvanecía cada segundo que pasaba.

-Adelante. -Mason le indicó dónde ensillaban a los caballos, abrió la puerta del establo y dejó salir a Dúlcifal sin dejar de susurrarle palabras tranquilizadoras y de acariciarle las mejillas.

El jardín oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora