Zapatillas marrones.

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Niña de ojos obscuros.
Rizos dorados.
Las nubes te pintan de negro,
lo que en verdad esta iluminado.
Tus ojos relucen y brillan con gran esplendor.
Son dos llamas vivaces que viajan de un lado a otro sin ton ni son.
Y tu sonrisa.
Y esa risa que tus labios dejan escurrir.
Apagada y silenciosa,
picara y burlona, como la llamada indebida de una oportunidad imperdible.
Tus zapatillas teñidas de color marrón,
la tierra las cubre sin compasión.
¿Dónde has estado jugando? ¿Por qué corres?
¡Te comerás un tropezón!
Pobre niña de rizos dorados, se a ligado un raspón.
Ambas rodillas rojizas, pintadas de un rojo intenso.
Y sentada bajo un cerezo, donde la sombra la cubre,
lava la herida y coloca curitas,
aunque el dolor no la asombre.
¡Mami! ¡Mami!
Nadie acude a su llamado.
¡Mami! ¡Mami!
Su vestido celeste todo sucio y andrajado.
Solitaria y perdida
la noche la encuentra.
Al igual que un niño sin rumbo,
que le sonríe con delicadeza.
Pasan juntos esa noche.
Y la siguiente.
Y la que le sigue a esa.
Entre juegos el tiempo pasa, loco, fugaz, incontrolado, como una ráfaga de viento acompasado.
Bailan, corren, tropiezan, y un primer beso un nuevo mundo les enseña.
Pasa, el tiempo pasa, la vida les da vueltas.
Tras una escapada y un nuevo tropezón, las manchas de polvo en sus zapatillas color marrón.
¡Amor! ¡Amor!
Y no obtiene respuesta.
¡Amor! ¡Amor!
Pero esta vez las rodillas no arden, no querida.
Pobre chica de rizos dorados.
Esta vez...
el corazón te han quebrado.

Rayuelas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora