Cajita de cristal.

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Observo, atrapada.
No logro comprender si me encuentro fuera o dentro.
¿Triste? encarcelada.
Trozos unidos de una familia rota, como una foto destrozada.
Pegada con cinta, yuxtapuesta y aún así desolada.
La esconderé bajo mi almohada.
Me han dicho que mi alma llora con cada palabra,
que parece inundarse en lágrimas con cada verso,
como si la vida se mofara de forma macabra,
en alguna clase de plan perverso.
Enjaulada.
Barrotes de hierro invisibles.
Cuatro paredes con un límite que me oprime y me detiene, pequeño, pero que a su vez no logro rebasar.
Intentos fallidos e inservibles.
Sentimientos viles que me quieren cazar.
Y no me logro calmar,
el dolor debería cesar,
pero no lo puedo controlar.
Gritos, llantos y discusiones,
mayoritariamente lejanas a sus intenciones.
Se desgarra y deshilacha
una relación quizás injusta pero fuerte,
desigualmente torcida se agacha,
pero se mantiene firmemente.
Y es que el rencor debería de ser olvidado,
solo cuestiones del pasado,
aprender de los recuerdos de haber peleado,
para así entender como ser amado.
Convivencia.
No se trata de preferencia.
Sino de acuerdos y paciencia.
Y la pequeña niña acostumbrada,
sigue sin entender,
esta locura alumbrada,
que por momentos parece obscurecer.
Arrugas y bolsas bajo los ojos
de una hermosa mujer,
ceños fruncidos y despojos,
de un hombre al enrojecer.
Ese abrazo reconfortante,
calienta el alma y alimenta el cariño,
pues a pesar de todo, es importante,
mantenerlo guardado como el tesoro de un niño.
Impotente.
Latente.
Cambiante.
Amor y cólera unidos como uno solo,
en este grupo de dementes emparentados,
suena a lunática ironía el odiar amándolo,
nexo increíble entre santos pecados.
Una rosa tan viva y espléndida,
dentro de una cajita de cristal,
protegida,
espiritualmente encendida,
¿Morirá marchita de forma brutal?


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