Capítulo 1

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Ella quería morderle el labio inferior.
Quería tirar del aro de plata que atravesaba una de las esquinas de esa boca deliciosa que hacía que se le curvaran los dedos de los pies.
Pero sobre todo quería morder con los dientes, saborear su maldad.
—¿Um, Molly? —Una mano saludó delante de su cara—. ¿Molly?
Parpadeando, se obligó a apartar la mirada del hombre que le hacía querer hacer cosas verdaderamente malas y miró la forma menuda de su mejor amiga.
—¿Qué? —Su piel se sonrojó hasta que se preguntó si sus fantasías eran visibles para todos en la sala.
—¿Te importa si te dejo plantada? —Charlotte tomó un último sorbo de su martini de granada antes de colocarlo en una de las pequeñas mesas altas esparcidas por la habitación—. Quiero pasar la mañana asegurándome que todos los archivos están en orden para el nuevo jefe.
Molly frunció el ceño, toda la vergüenza desapareciendo.
—¿Pensaba que estabas tratando de tomártelo con calma los fines de semana? —El borde de su vestido negro estilo años veinte que había sacado de su armario en un momento de extravagancia se arremolinó justo por encima de sus rodillas cuando se movió para prestar toda su atención a Charlotte—. ¿No estarás haciendo todo el trabajo de Anya, verdad? —Anya era la ayudante personal del director general; Charlie trabajaba oficialmente en el departamento de registros, pero Anya tenía una manera de tratar a la mejor amiga de Molly como su propio ayudante.
—El nuevo jefe tiene un representante —dijo Charlotte—. No quiero ser despedida porque Anya no se molestó en hacer lo que debe. —Los ojos color avellana entrecerrados detrás de las gafas de montura metálica fina dejaron claro que Charlotte no se hacía ilusiones sobre la otra mujer.
Asintiendo, Molly consideró la cereza que adornaba su cóctel sin alcohol, pero muy bonito.
—Déjame buscar mi chaqueta. —La decepción susurró a través de sus venas, pero realmente, ¿qué habría pasado si se hubiera quedado más tiempo? Zilch. Cero. Nada.
Bueno, tal vez otro sonrojo o dos inspirados en el dios del rock al otro lado de la habitación, pero eso era todo. Incluso si, por alguna inexplicable y salvaje razón decidiera que la deseaba, la única cosa que Molly nunca jamás volvería a hacer era involucrarse con alguien que vivía bajo la atención de los medios. Apenas había sobrevivido a su primer roce con la fama brutal como una conmocionada y asustada joven de quince años; la fealdad le había dejado cicatrices que dolían hasta nuestros días.
—Oh, no, no. —Charlotte puso una mano en su brazo y apretó—. Voy a pedir un taxi. Tú te estás divirtiendo demasiado mirando al señor Besable.
Molly casi se atragantó con la cereza, exuberante y dulce, a la que no había sido capaz de resistirse.
—Yo diría que no puedo creer lo que ha salido de tu boca —con las mejillas ardiendo, luchó por no disolverse en risas mortificadas—, pero has sido mi amiga durante veintiún años.
Charlotte sonrió mientras sacaba su teléfono y enviaba un mensaje a una compañía de taxis.
—Sabes quién es, ¿no?
—Por supuesto. Es sólo uno de los clientes más importantes de Thea. —Y estaba en la portada de todas las revistas que cruzaban por el escritorio de Molly en la biblioteca, todo músculos lisos, tatuajes y una sonrisa sexy que curvaba esos labios peligrosos y mordisqueables. Que no pudiera resistirse a la lectura de los artículos y suspirar por las fotos, era su pequeño secreto culpable.
—¿Estáis hablando sobre mí otra vez? —La sensual voz de su hermana desde atrás, seguida por su esbelto cuerpo, hoy enfundado en un ajustado vestido rojo de diseño.
—Sobre tus montones de clientes —aclaró Charlotte.
—Es superclientes para ti. —Levantando la copa de champán, Thea brindó contra la copa que contenía el brebaje espumoso de Molly—. Aquí están las estrellas del rock con voces como el sexo y cuerpos como el cielo.
Molly sintió que se le caía el estómago y aunque sabía que no era asunto suyo, dijo:
—Suenas como si estuvieras hablando por experiencia personal —agradeció que su voz saliera tranquila.
—Molly, querida, sabes que nunca me acuesto con el dinero. —Los ojos rasgados de su hermana mayor, de un marrón bruñido, estaban repentinamente serios—. Y Zachary Fox, conocido por su tropecientos fans como Fox, y para cualquier mujer con un impulso sexual caliente en mayúsculas, es mucho dinero. Como son los otros miembros de Schoolboy Choir. —Dejando su copa de champán vacía junto a la copa de cóctel de Charlotte, dijo—: Vamos, os presentaré.
Charlotte negó con la cabeza.
—No, gracias. Sabes que yo y los hombres magníficos, me convierto en una estatua en forma de Charlie. —Como había conservado el teléfono en la mano, miró cuando la pantalla brilló—. Ese es un mensaje de mi taxista. Está abajo.
—¿Estás segura de ir sola a la casa? —Molly no podía dejar de preocuparse por su mejor amiga. Charlotte era feroz y fuerte, y la única persona que había estado junto a ella cuando estalló el escándalo, pero sabía que el propio pasado de Charlie había dejado heridas invisibles que nunca habían cicatrizado.
—Sí, uso a este conductor para muchas cosas del trabajo. Siempre espera hasta que abro la puerta de mi casa y desactivo la seguridad. —Abrazó a Thea antes de hacer lo mismo con Molly, inclinándose para susurrar—, vive un poco, Moll. Llévate a la caliente estrella del rock a casa, luego me cuentas todo sobre tu noche se sexo salvaje como monos.
Molly se quedó sin respiración ante esa idea, aunque fuera tonta e imposible.
—Ojala.
Más de una hora en la fiesta y Fox ni siquiera había mirado en su dirección, así de alto se registraba en su radar.
—Fox sabe quién eres —dijo Thea después de que Charlotte se fuera—. Vio una foto de nosotras en mi oficina de LA, la que nos hicimos después de atravesar las cuevas.
Molly gimió.
—¿Te refieres en la que ambas parecemos ratas ahogadas, tenemos gigantescos anillos inflables negros alrededor de la cintura, y cascos abollados sobre nuestras cabezas? —El viaje a través de las aguas del sistema de cuevas subterráneas había sido divertido, pero no valía para fotos seductoras—. No nos olvidemos de los viejos trajes grises que hacían que pareciera que estábamos mudando la piel.
Ahogada en su risa, Thea asintió.
—Estaba interesado en hacer rafting en cuevas cuando le dije donde tomamos la foto. Estoy segura de que le encantaría hablar contigo sobre ello.
Molly luchó contra la tentación de acercarse a él de cualquier modo que pudiera, y era una de las cosas más difíciles que jamás había hecho.
—No, gracias —dijo, su mente inundada de visiones de lo que sería encontrarse con él en un ambiente mucho más privado, pasar los dedos sobre las firmes líneas de su cuerpo... morder su labio—. Me gustaría quedarme aquí con mis fantasías. — Distancia o no, esa sensación de necesidad y dolor en la boca del estómago continuó intensificándose, su respuesta a la estrella del rock aterradoramente potente.
Thea levantó una elegante ceja.
—Si le conozco —agregó a través del resplandor de calor que lamió su piel cuando él rió por algo que uno de sus compañeros de banda había dicho, el sonido
era una áspera caricia oscura—, y es un esnob arrogante o peor, un idiota porrero,
ahí van mis fantasías.
—Fox no es ni esnob ni porrero. —Thea sonrió—. El hombre es el paquete completo: inteligente, talentoso y un buen ser humano a menos que le cabrees por presionar demasiado sobre su vida privada, y no creo que haya ninguna posibilidad de que vayas a los paparazzis.
—Eso sólo lo hace peor —señaló Molly, intentando no ver cómo Fox inclinaba la cabeza para hablar con una morena explosiva en un vestido del tamaño de un pañuelo—. ¿Cómo puedo fantasear sobre él rasgándome la ropa en un momento de pasión imprudente si amablemente me estrecha la mano y dice que es agradable conocerme?
Molly había aprendido la lección de la realidad frente a los sueños siendo adolescente, una vez destruidos, algunos sueños nunca podían ser resucitados. Y por alguna razón, no podía soportar que este tonto sueño inalcanzable se rompiera por la realidad.
—Si cambias de opinión —dijo Thea con un movimiento de su cabeza—, habla pronto. Fox nunca se queda mucho tiempo en estas cosas. —Recogió un cóctel azul cobalto de la bandeja de un camarero que pasaba—. Será mejor que vaya a relacionarme con los otros invitados.
Al ver a su hermana, la publicista, trabajar con pericia por la sala, Molly sonrió con orgullo tranquilo. A pesar de que habían conectado con alegría después de una vida de no saber que la otra existía, el vínculo era aún nuevo, frágil, y nadie que no estuviera al tanto de su historia familiar podría imaginar que estaban relacionadas. Veintinueve contra los veinticuatro de Molly, no sólo Thea era naturalmente delgada en contraste con las curvas de Molly, tenía la piel dorada y suave de su madre balinesa así como los ojos de Lily, pero había conseguido su altura de Patrick Buchanan, superando a Molly por unos buenos doce centímetros.
El padre que compartían había puesto su sello en Molly de una manera mucho más fuerte, dándole el cabello negro que luchaba constantemente por domar, una piel cremosa que se quemaba con facilidad, y ojos de profundo color marrón. Cada vez que Molly se miraba en el espejo, recordaba lo que Patrick había hecho, y cada vez que se recogía el pelo en un tenso moño, como había hecho esta noche, era en rebelión silenciosa de la sombra que lanzaba sobre su vida, incluso desde la tumba.
Patrick Buchanan, político de "valores familiares" e hipócrita vicioso, era el tipo de hombre que se habría llevado un extraño a casa para una noche de pasión desinhibida.
Apretando los dedos en el tallo de la copa, Molly tomó la decisión deliberada de alejarse de la estrella del rock cuya presencia hacía cantar a su cuerpo. Estaba bien claro que Fox no era consciente de su existencia, porque en caso de que volviera esos ojos verdes humo en su dirección, el corazón le palpitaría de tal manera que podría romper cada una de sus reglas y rendirse a la otra Molly que vivía dentro de ella. Esa peligrosa mujer era la semilla irresponsable de Patrick Buchanan, alguien
que podría arruinar todo lo que Molly había construido ladrillo a ladrillo después de
que su mundo se viniera abajo.
Soltando un tembloroso suspiro, se acercó a la ventana de cristal que funcionaba como pared de la exclusiva suite del ático que Thea había alquilado para la fiesta. Las luces brillantes de la ciudad más grande de Nueva Zelanda brillaban delante de ella, una cascada de joyas arrojadas por una mano descuidada y bordeadas por el terciopelo negro del agua que besaba sus bordes.
—Impresionante, ¿no?
Ella miró al hombre que había hablado.
—Sí. —Delgado, con ojos atrapados entre el oro y el marrón, era sólo unos centímetros más alto que Molly, pero había una energía contenida en él que le hacía parecer más grande.
—Soy David.
—Lo sé. —Sonrió—. David Rivera, el batería de Schoolboy Choir.
—Vaya. —David se balanceó sobre los talones, con las manos en los bolsillos de los pantalones negros a medida que vestía con una camisa color gris piedra.
—En realidad reconoces al batería. ¿Gran fan?
Su sonrisa se hizo más profunda.
—Mi hermana es vuestra publicista. —Con base en Los Ángeles, la única razón por la que Thea tenía una "oficina" en Nueva Zelanda era a causa de Molly. Esa oficina ficticia había aliviado un poco la presión durante sus primeras reuniones nerviosas, haciendo que los vuelos de Thea al país tuvieran otra razón que no fuera la relación que estaban tratando desesperadamente de construir.
—No sabía que Thea tenía otra hermana. —Los ojos de David patinaron a donde Thea estaba con Fox, el brazo del cantante alrededor de su cintura, y de repente, ya no era el hombre encantador y bien vestido que había estado hablando con ella, sino uno con hombros rígidos y mandíbula apretada.
—Thea —dijo ella en voz baja, mientras la rica oscuridad del cabello de Fox atrapaba la luz—, tiene tres reglas muy específicas.
Agudo interés, la atención de David volviendo de nuevo a ella.
—¿Ah, sí?
—Una: nunca se acuesta con clientes. —Las palabras no sólo eran para beneficio de David, la idea de su hermana en la cama con Fox hacía que su abdomen se apretara tan fuerte que dolía.
—¿Cuál es la segunda regla? —Nunca se acuesta con clientes.
—¿Por qué tengo la sensación de que conozco la tercera? —Pasándose una mano a través del espeso cabello caoba, dejó escapar un suspiro—. ¿Jamás ha hecho una excepción?
—No hasta donde yo sé. —Después de haber forzado su mirada de vuelta a la vista multimillonaria en un vano esfuerzo para controlar el pulso visceral de su respuesta física a un hombre que nunca podría ser suyo, siguió el camino de varias luces parpadeantes en la distancia, un avión camino al aeropuerto.
—¿Quieres otra copa? Definitivamente necesito una cerveza.
Molly negó con la cabeza.
—No, ya me voy. —No confiaba en sí misma para quedarse más tiempo, no sabía lo que podría hacer; cada célula de su cuerpo continuaba ardiendo ante la conciencia de la estrella del rock al otro lado de la habitación.
Dejando la copa en una mesa cercana, buscó en su pequeño bolso negro para encontrar la tarjeta de acceso que Thea le había entregado esa mañana. La tarjeta le daba acceso temporal al garaje del edificio.
—Gracias por el consejo de las normas de Thea —dijo David con una sonrisa triste.
—No hay de qué. —Molly se preguntó si su hermana tenía la menor idea de los sentimientos del batería—. ¿Vas a volver a casa pronto? —Schoolboy Choir había tocado hacía tres días un concierto con las entradas agotadas como parte de un nuevo festival de música al aire libre que había atraído a bandas de todo el mundo.
—No, nos vamos a quedar en la ciudad un mes.
Molly se quedó helada.
—Ha sido un año duro —continuó David—, y necesitamos el tiempo de inactividad antes de la gira que viene. Nos ha gustado esto, así que pensamos que demonios, nos quedamos aquí en lugar de volar a otro lugar para unas vacaciones.
Tenía mucho sentido... y Molly sabía que pasaría el próximo mes obsesionada con si se toparía con Fox de nuevo. Sus mejillas se calentaron ante la absoluta ridiculez de su respuesta. Dios, tenía que ir a casa.
—Espero que disfrutes de tu tiempo aquí —dijo mientras se giraba. Por supuesto, su mirada fue directamente a Fox. Una rubia de piernas largas le estaba susurrando en su oído mientras varias otras mujeres miraban con ojos serios. Fue un brusco recordatorio visual del abismo que existía entre ellos, independientemente de la respuesta potente de su cuerpo.
La voz de David interrumpió sus pensamientos.
—Te acompañaré a tu coche.
—No, está bien. —Cuando él frunció el ceño, añadió—, hay un guardia de servicio en el garaje. Es seguro. —Sonriendo su adiós, comenzó a abrirse camino en la sala abarrotada.
Bordeando la alta figura del guitarrista de Schoolboy Choir, un hombre rubio casi demasiado guapo, en medio del encanto de una actriz que Molly reconocido de una telenovela local, se las arregló para enganchar a Thea para un rápido abrazo.
—Te llamaré durante la semana —le dijo su hermana en la oreja—. Me voy a quedar en el país con la banda durante la primera parte de sus vacaciones.
—Oh, eso es maravilloso. —A Molly le encantaba pasar tiempo con su hermana mayor ahora que la torpeza inicial había pasado—. Si estás en la ciudad en cualquier momento, entra en la biblioteca y nos escaparemos a tomar un café.
—Hecho.
Con eso, Thea volvió a sus invitados mientras Molly continuaba hacia la salida, donde se rindió al dolor inexplicable de su interior y estiró el cuello para un último vistazo al hombre que había convertido su sangre en miel fundida. Fox, sin embargo, no estaba por ningún lado.
—No es exactamente una sorpresa —murmuró en voz baja, recordando las hermosas mujeres que habían estado revoloteando a su alrededor.
Era más que probable, que estuviera en un rincón oscuro del edificio, atrapando a una de esas mujeres contra la pared mientras la embestía. La imagen vertió agua helada en sus fantasías.
Apretando el botón para llamar el ascensor al final del pasillo, trató de pensar en otra cosa que la del cuerpo musculoso de Zachary Fox flexionándose y apretando mientras penetraba a esa mujer sin nombre y sin rostro.
Su pulso revoloteó, su respiración se volvió entrecortada.
—Gracias a Dios —dijo cuando el ascensor llegó y, entrando, escaneó su tarjeta- llave sobre el lector antes de pulsar el botón del garaje.
—¡Espera!
Apretando automáticamente el botón de abrir hasta que el otro pasajero se coló dentro, se volvió para darle una sonrisa cortés y se congeló en su rostro.
Porque ahí en carne y hueso estaba el dios del sexo cuyo labio quería morder. Todo ese metro noventa y dos. Calor masculino, piel dorada... y ojos verde oscuro sexys y ahumados centrados en su boca.

Rock kiss 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora