"Quiero tocarte"

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CAPITULO 18

—Tienes que cambiar de postura —le dijo en un ronco y sensual murmullo—No dobles tanto la espalda —colocándole una mano en la nuca, la deslizó lentamente todo a lo largo de su espalda, hasta la cintura.
Un gemido estuvo a punto de escapar de su garganta. Cada vez le costaba más concentrarse en el juego. Para colmo, sintió de pronto sus manos en sus caderas. La postura que le había obligado a adoptar era tan sugerente, que apenas podía respirar, y mucho menos pensar con coherencia.
—Ahora relájate, apunta y tira.
Su tiro erró completamente el blanco. La punta del taco arañó el tapete hasta casi rasgarlo, Soltando un suspiro de frustración, soltó el taco y se irguió... en el mismo instante en que los brazos de Nicholas se cerraban sobre su cintura.
—Creo que el billar no es para mí —pronunció, lacónica.
Nicholas no la soltó. En lugar de ello, le acarició el lóbulo de una oreja con los labios y murmuró:
—Pues entonces juguemos a otro juego. Uno que los dos podamos aprender a la vez.
Dominando un estremecimiento, Sophia cerró los ojos. Pero la imagen del juego que acababa de proponerle era tan vívida, tan excitante, que no tuvo más remedio que volver a abrirlos. Lo maldijo en silencio: había explotado aquella situación en su beneficio, para seducirla. Y su cuerpo estaba cediendo por momentos, incapaz de resistirse.
—Nicholas, no creo que sea una buena idea...
—¿Por qué no?
—Últimamente, siempre que llegamos a intimar algo... me vienes con esa excusa —su tono era lánguido, tranquilo, desmentido por la tensión que irradiaba su cuerpo—¿De qué tienes miedo, Sophia?
La respuesta a aquella pregunta era demasiado evidente. El hecho de que no lo estuviera mirando a los ojos facilitó de algún modo su respuesta:
—De enamorarme de ti.
—¿Tan malo sería eso? —parecía sinceramente sorprendido.
—Sí —susurró, decidida.
Se quedó callado por un momento, sin dejar de abrazarla. Estaba tan quieto, que Sophia podía sentir su pulso contra su espalda. Quizá había descubierto finalmente aquello con lo que se estaba enfrentando: la dolorosa experiencia anterior que la había incapacitado para volver a entregar su corazón a un hombre, él incluido. Porque el cielo sabía que, cada vez que él intentaba acercársele, ella hacía todo lo posible por no ceder...
Esperó que la soltara de una vez, pero no lo hizo. Al menos esperaba que se sintiera contrariado, porque... ¿qué tipo de hombre podía soportar una respuesta tan perjudicial para su ego?
—La confianza no es tu fuerte, ¿verdad? —le dijo con voz suave, acariciadora.
—La gente se aprovecha de la confianza — le espetó, sintiéndose emocionalmente a la defensiva y físicamente atrapada.
—Hay gente que sí —asintió Nicholas mientras le acariciaba con los pulgares el dorso de los brazos—Y tú crees que yo pertenezco a esa clase.
Detestaba que le dijera eso. Hacía ya medio año que lo conocía, y ni una sola vez le había dado indicio alguno de que pretendiera aprovecharse de ella, controlarla o robarle de algún modo su autoconfianza, su autoestima. Todo lo contrario. Aquellas últimas semanas que había pasado con él la habían vuelto más atrevida, más descarada, más segura.
—No lo sé.
—Pues yo no soy así —le aseguró—Nunca te haría deliberadamente ningún daño, Sophia. Tendrás que confiar en mi palabra. ¿Podrás hacerlo?
«¡No!», le gritó una voz interior. El último hombre en quien había sido tan ingenua como para confiar se había aprovechado de ella, sirviéndose de su confianza para manipular sus sentimientos y destruirla casi en el proceso. No podía, no debía permitirse cometer el mismo error con Nicholas. Su supervivencia y bienestar emocional dependían de ello.
—Quiero tocarte —le confesó con su voz profunda, hipnótica—. ¿Me dejarás?
—Nicholas, creo que estamos yendo demasiado rápido...
—No haremos nada que tú no quieras —parecía conocer y entender sus temores—. Iremos tan lejos donde tú quieras llegar. Sólo tendrás que decirme que me detenga, en cualquier momento, y me detendré.
Sophia se mordió el labio, indecisa. Lo deseaba. Al mismo tiempo tenía miedo, pero sabía también que se arrepentiría toda la vida si dejaba pasar aquel momento y desaprovechaba la oportunidad que se le presentaba.
—De acuerdo —susurró con voz temblorosa.
Soltándola, barrió con un brazo las bolas y las mandó al otro lado. La mayor parte cayeron en los agujeros.
—Apoya las manos en la mesa.
Vaciló, sobrecogida por la sensación de familiaridad que le suscitó aquella petición, como si le recordara algo. Recordaba una demanda familiar, asociada a un muro de piedra y a un jardín de rosas. Pero mientras su cuerpo se debatía entre la realidad y una fantasía que tiempo atrás había pasado al papel, su cuerpo hervía de anticipación.
Antes de que pudiera cambiar de idea, se inclinó hacia delante y apoyó las manos, bien abiertas, sobre la suave superficie del tapete. Pero cuando Nicholas le aprisionó los muslos con los suyos, presionando su pelvis contra su trasero, se sintió perdida. Giró la cabeza, buscando su mirada:
—¿Nicholas?
Se inclinó sobre ella, envolviéndola en su cuerpo. Sus manos cubrieron las suyas sobre el tapete mientras deslizaba los labios por su mejilla.
—¿Vas a pedirme que me detenga tan pronto?
La fantasía era tan real, lo era tanto el hombre que tenía detrás de ella, que no quería que se le escapara. Cerrando los ojos, sacudió la cabeza.
—No, no te detengas...
Volvió a deslizar las anchas palmas de las manos por sus brazos, rozándole las axilas. Su contacto era inocente y ligero, hasta que sus dedos empezaron a desabrocharle los botones de la camisola de seda, impacientes. La urgencia crecía, tanto en él como en ella, hasta el punto de que Sophia podía sentir su duro miembro presionando contra su trasero. Era demasiado. Casi esperaba que fuera a rasgarle la maldita prenda de una vez. Casi lo deseaba...
Pero no lo hizo. Una vez que la camisola quedó abierta, le soltó el sujetador y los senos quedaron libres. Se le endurecieron los pezones y cerró los puños contra el tapete, ansiando que la tocara, que la acariciara.
—Tócame... —lo urgió. Apenas podía creer que hubiera pronunciado aquello en voz alta. Pero lo había hecho, y no se arrepentía. Sobre todo cuando Nicholas le dio satisfacción para acunarle los senos en sus anchas manos, rozándole las puntas con los dedos.
La espiral de deseo que se enroscaba en su interior se elevaba por momentos. Como si supiera exactamente lo que quería, lo que necesitaba, Nicholas deslizó las manos por sus costados, su cintura, su falda, sus muslos desnudos. Luego, haciendo el camino opuesto, le subió la falda hasta descubrir la braga de color melocotón, única barrera, junto con sus tejanos, que se interponía entre sus cuerpos.
Adelantando un pie, la obligó a separar las piernas. Sus manos volvieron entonces a sus muslos, delineando intrincados dibujos con sus dedos y subiendo cada vez más por su cara interior. Le murmuraba al oído durante todo el tiempo palabras cariñosas, estimulantes, diciéndole lo hermosa que era y cuánto la deseaba...
Sophia se derretía con cada caricia de sus manos y de sus labios. Distraídamente se preguntó por qué era tan absolutamente incapaz de resistírsele. Nicholas tenía una manera especial de debilitar sus defensas y despertar sus más íntimos anhelos, haciéndola desear todo aquello que se había negado durante tanto tiempo. Se estaba convirtiendo en el perfecto amante de sus fantasías.
Delineó con los pulgares la íntima zona donde se juntaban sus muslos, mientras su boca seguía sembrando su cuello de besos ardientes. Se sentía viva, impaciente y tan excitada que procuraba impúdicamente apretar el trasero contra su pelvis. A modo de respuesta, Nicholas deslizó una mano por su vientre y empezó a mover las caderas hacia delante en un erótico, apresurado ritmo, antes de hundir delicadamente los dientes en la curva de su cuello y de su hombro.
Sophia arqueó entonces todo el cuerpo, conteniendo el aliento por las eléctricas sensaciones que asaltaban sus terminaciones nerviosas. Intentó volverse, pero él no se lo permitió. Sin darle oportunidad de reponerse de aquel sensual asalto, Nicholas la aferró de la cintura y hundió la otra mano bajo el elástico de la braga. Tras rozar el húmedo vello, sus dedos alcanzaron su sexo ardiente.
Sophia gimió y empezó a temblar. Estaba enloqueciendo por segundos.
—Por favor... —la palabra escapó de su boca antes de que pudiera evitarlo.
La atrajo con mayor fuerza hacia sí, mordisqueándole la mandíbula, el cuello, el hombro...
—Oh, Dios mío, Sophia... —gruñó a su oído—. Estás tan caliente, tan suave... tan mojada.
Sus descaradamente eróticas palabras, la maestría de sus dedos frotando y acariciando con persuasión, antes de hundirse íntima y profundamente en su cuerpo, la desgarraron por dentro. Incapaz de soportarlo, soltó un grito y empezó a convulsionarse de placer.
Todavía temblaba cuando terminó el orgasmo: su intensidad la había dejado estupefacta. Recuperó el aliento acunada en sus brazos, arrullada por sus tiernas palabras. Esperó a que se le tranquilizara el pulso, esperando que Nicholas llevara aquellos juegos amatorios a su lógica conclusión. Y aunque sabía que aún no estaba del todo preparada para compartir aquel último acto de intimidad, sabía también que tampoco lo detendría si lo intentaba.
Pero, una vez más, Nicholas pareció percibir sus dudas. Con extremada delicadeza se concentró en bajarle la falda y abrocharle el sujetador y la camisola. Sophia se dejó vestir de nuevo, impresionada por su contención. Había tenido la oportunidad perfecta para aprovecharse de aquel momento. Pero el hecho de que hubiera refrenado su deseo de aquella manera constituía la prueba evidente de que podía confiar en él.
—Eh... Esto no ha sido muy recíproco que digamos... —balbuceó avergonzada.
—No me quejo, tigresa. Yo he disfrutado mucho, y tú también —le acarició el labio inferior con el pulgar. Adoraba aquella boca, su tersa textura, su dulce calor, la sedosa calidez que albergaba—. Eres una mujer increíblemente sensual.
—¿Pero y tú?
—Yo soy un tipo paciente —sonrió, aunque no podía ignorar que seguía rígido como una roca—. Por mucho que te desee, no quiero que nuestra primera vez sea así. Cuando hagamos el amor, será en un lugar y en un momento especiales. Tan especiales como tú misma.
—Será mejor que tengas cuidado, porque podría enamorarme de ti.
Nicholas sabía que lo decía en broma, pero se sorprendió al descubrir lo mucho que le había gustado escuchar aquella frase. Y las ganas que tenía de que la hubiera dicho de verdad.
—Puedes estar tranquila, tigresa.

Era incapaz de concentrarse, y la culpa la tenía Nicholas. Consciente de que no tenía sentido continuar con su tarea, cerró el libro de facturas y guardó en el maletín la carpeta que tenía que estudiar. Ya lo haría al día siguiente. Se había llevado el trabajo a casa y no había podido hacer nada.
Desde su encuentro con Nicholas cuatro días atrás en La Oveja Negra, no había dejado de pensar en él, así como en los tres ocasiones en que había conseguido seducirla. Y lo curioso era que, cada vez que lo había hecho, aquellos encuentros le habían recordado inevitablemente las antiguas fantasías sexuales que años atrás había pasado al papel.
Estaba segura de que su cerebro le estaba jugando una mala pasada. Después de haber pasado tres años sola compartiendo intimidades con un amante imaginado, su subconsciente estaba empezando a tomar aquellas fantasías por realidades. Era la única explicación que tenía sentido.
¿Pero entonces por qué, cuando cerraba los ojos y pensaba en el amante de fantasía que había creado para su uso particular, ya no veía su rostro sino el de Nicholas? Era como si ambos se hubieran confundido en un mismo ser. Además, estaba empezando a confiar en él.
Despejó el escritorio de carpetas y libros, apagó la lámpara y abandonó el despacho. Decidida a encontrar su antiguo diario, se dirigió a su dormitorio. Quería comprobar la similitud de sus fantasías de aquellos años con los tres episodios de seducción que había vivido con Nicholas.
Había transcurrido cerca de un año desde que empezó su diario de tapas azul zafiro, y no podía recordar dónde había guardado el otro, el de color burdeos. Revisó todos los lugares de costumbre: los cajones de la mesilla, de la cómoda, los armarios. Nada.
Continuó luego la búsqueda en su despacho, e incluso en el salón. No aparecía por ninguna parte. Era como si se hubiese evaporado.

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⏰ Última actualización: Jan 19, 2016 ⏰

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