"Sophia, abre los ojos"

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CAPITULO 10

—Aquí está —le informó Bruce, señalando con la cabeza el otro lado del salón.
—Gracias —se dirigió hacia Nicholas, intentando guardar el equilibrio con sus altos tacones y no resbalar con el serrín del suelo. Ésa sería, por cierto, una de las primeras cosas en desaparecer. Sobre todo teniendo en cuenta que escondía un precioso parquet que quedaría magnífico una vez restaurado y abrillantado.
Nicholas alzó la mirada de la licuadora llena de melocotones recién pelados que estaba utilizando en la zona de servicio de la barra.
—Bienvenida a La Oveja Negra —sonrió.
Devolviéndole la sonrisa, se sentó en el último taburete.
—Siento llegar tarde.
—Gracias por avisarnos. ¿Te apetece un daiquiri de melocotón? —tomó un cuchillo y empezó a cortar un melocotón en rodajas—. La bebida especial de esta noche es en tu honor.
—¿Qué te hace pensar que me gusta el sabor de los melocotones?
—¿No te gusta? —arqueando la ceja con gesto burlón, recogió un suculento pedazo de melocotón y le acarició el labio inferior con él.
En un gesto reflejo, Sophia sacó la punta de la lengua para lamer el zumo antes de que resbalara por su barbilla.
—Muerde un poco —murmuró.
No era una petición sino un desafío, expresado con su descaro habitual, Lo único que tenía que hacer para romper aquel contacto era retirarse, pero el brillo retador que distinguió en sus ojos la disuadió de hacerlo. Algo parecía estimularla a olvidar sus reservas. El fresco aroma del melocotón llenaba sus sentidos, despertando por un instante un recuerdo, una antigua fantasía... que no consiguió identificar.
En aquel alejado extremo de la barra, a salvo de las miradas de los clientes, cedió finalmente a la tentación que se dibujaba en los ojos de Nicholas. Cuando mordió el pedazo de fruta, casi gimió de placer cuando su delicioso sabor le estalló en la boca.
Saboreándolo con fruición, dejó que Nicholas se lo introdujera en la boca poco a poco, observándola en todo momento con un brillo oscuro en la mirada. Después de enjugarle con el pulgar los últimos restos de zumo, se lo llevó a los labios y se lo chupó.
—Mmmm.... Supongo que tenía razón, después de todo. Te gustan los melocotones.
—Sí —admitió ella, intentando recuperarse de lo que acababa de experimentar.
—Entonces te encantará mi daiquiri de esta noche —se volvió para recoger otro melocotón y llenar la licuadora.
Aspirando profundamente, Sophia miró a su alrededor mientras Nicholas preparaba la bebida. Bruce y las camareras llevaban lo que parecía ser el uniforme del bar: una camiseta negra con La Oveja Negra en letras blancas y tejanos del mismo color. Eso también habría que cambiarlo. Cruzando una pierna sobre la otra, volvió a concentrarse en Nicholas. Parecía absolutamente cómodo en aquel ambiente, flirteando de cuando en cuando con las camareras mientras esperaban sus encargos y saludando a los clientes por su nombre antes de que pasaran al salón. En cierto momento se disculpó para dirigirse al otro extremo de la barra y ayudar a Bruce, charlando con cada parroquiano como si fueran viejos amigos antes de volver para seguir preparando sus daiquiris. Empezaba a gustarle aquel ambiente de bar country simpático y acogedor.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en una barra?
—Desde los veintidós —añadió un poco de licor al zumo de melocotón—. Recién salido del servicio militar, me puse lógicamente a buscar trabajo. Empecé como ayudante de camarero en una marisquería de Venice Beach hasta que me surgiera algo mejor. En seis meses pasé a atender la barra, y me encantó, sobre todo por la oportunidad que me daba de conocer gente nueva. No era un objetivo profesional muy ambicioso, pero me permitió pagar mis gastos y conseguir un alojamiento.
—Pues a mí me parece que has tenido mucho éxito —comentó, señalando todo lo que la rodeaba-No es fácil llegar a tener un negocio propio.
Una sonrisa asomaba a sus labios, pero al mismo tiempo Sophia detectó en su mirada una amargura que no conseguía entender. Y un aire de soledad que la conmovió profundamente.
—Me ha costado mucho llegar hasta aquí — sonrió—, pero habría sido mucho mejor que me hubiera convertido en abogado, por ejemplo.
Se sonrió, intentando en vano imaginarse a Nicholas de traje y corbata.
—Me cuesta imaginarte como un estirado abogado.
—Lástima que mi padre no piense lo mismo —tomó una copa y la puso sobre la servilleta de cóctel antes de apagar la licuadora—. Mi familia no aprueba precisamente la profesión que he escogido —después de servir la mezcla en la copa, le puso una pajita junto con una cuña de melocotón en el borde—En realidad, creo que nunca han aprobado nada de lo que he hecho en la vida. Pero tengo que admitir que yo tampoco les puse las cosas fáciles. Según mi padre, yo no dejé de darles problemas desde el día en que, con tres años, me metí en su coche, solté el freno de mano y lo lancé cuesta abajo contra la casa de un vecino.
Sophia se echó a reír, y aunque Nicholas rió con ella, sospechaba que en el fondo ocultaba algo. El fondo oculto de un hombre que no era tan despreocupado como parecía. Con lo cual su poder de atracción aumentaba considerablemente...
—¿Te gusta?
—Delicioso —se relamió los labios y bebió otro trago—. Tengo que admitir que es lo mejor que he probado en mi vida.
—¿Seguro? — Nicholas dio inmediatamente a sus palabras una connotación erótica—. Estoy seguro de que puedo superarlo...
—Prefiero limitarme a los cócteles.
Nicholas sonrió, pero en seguida cambió de tema.
—¿Y bien? ¿Qué te parece el local?
—Creo que tiene el mismo potencial que una mina de oro. La zona de la barra es un poco rústica, pero creo que podemos mejorarla... y atraer a un espectro más amplio de gente.
Pareció complacido por su rápida evaluación. Y entusiasmado ante la perspectiva de introducir nuevos cambios.
—Eso es exactamente lo que quiero. Vamos. Te enseñaré el resto del bar y el nuevo restaurante.
—De acuerdo —se bajó del taburete, con la copa en la mano.
Nicholas le hizo pasar a la zona en obras, que estaba separada del local por un telón de plástico. Encendió la luz: el restaurante se encontraba en una primera fase de construcción. Lo recorrieron por entero, con Sophia tomando nota mental de todo y Nicholas contándole lo que quería para cada espacio. Cerca de una hora después, con la cabeza bullendo de ideas para las muestras de baldosas, las cortinas y el mobiliario, lo siguió a través de un pasillo hasta su oficina, donde tenía unos planos que deseaba enseñarle.
Sophia contempló curiosa los escasos muebles de su oficina: un antiguo escritorio de madera, una estantería y archivador de cuatro cajones y un viejo sofá.
—¿Piensas redecorar también la oficina?
—Tal vez... ¿Qué pueden importar mil o dos mil dólares más cuando ya estoy en deuda con el banco para toda la vida?
—Lo amortizarás en un par de años buenos.
—Eso espero...
Sus miradas se encontraron, y el ambiente de la habitación empezó a cambiar gradualmente, llenándose de sensualidad.
—Bueno, creo que se me está haciendo tarde... Debería irme.
—Todavía no —murmuró, acercándose a ella.
No hasta que hubiera hecho realidad la fantasía que llevaba acariciando mentalmente durante toda la tarde. Le quitó la copa, que dejó sobre el escritorio, y apoyó luego las manos en la cintura de su falda. La oyó contener el aliento. Había esperado cierta resistencia física, verbal al menos, pero evidentemente no estaba rechazando la propia respuesta de su cuerpo a aquel contacto.
— Nicholas... —pronunció con una voz ronca y condenadamente sexy. Como protesta, no era gran cosa.
—Relájate Sophia, y déjate llevar.
—Yo... No puedo. No deberíamos...
Un sutil miedo teñía su voz. Pero dado el conocimiento que tenía de sus más íntimas fantasías, Nicholas estaba más que preparado para lidiar con su reticencia. Iría despacio. Le dejaría creer que era ella la quien tenía el control de la situación, aunque en realidad fuera precisamente al contrario.
—Sí que deberíamos —alzándola en vilo, la sentó en el borde del escritorio.
El movimiento hizo que se le levantara la falda, ya corta de por sí, de manera que Nicholas acertó a distinguir sus ligueros de encaje.
Reprimió un gemido. El corazón comenzó a martillearle en el pecho y su miembro se tensó dolorosamente.
Consciente de que aquel momento podía condicionar cualquier posibilidad que pudiera tener de asentar una relación con Sophia, enterró los dedos en su cabello y le inclinó suavemente la cabeza hacia atrás, obligándola a que lo mirara a los ojos.
—Esta noche sólo he pensado en una cosa: besarte. Quiero saber si sabes tan bien como hueles, a melocotón. Creo que, si te dejas, será una gran experiencia.
Para su sorpresa y placer, cerró los ojos. Nicholas pudo sentir su rendición, su deseo. Deslizó entonces la boca por su cuello, por su mandíbula, arrancándole un gemido, hasta que finalmente se detuvo a unos centímetros de sus labios.
No tuvo que esperar mucho tiempo para que ella misma, incapaz de resistirse, le echara los brazos al cuello y lo atrajera hacia sí. Sólo entonces le dio Nicholas lo que tanto ansiaba: un beso apasionado, devorador, maravillosamente íntimo y tan dulce como néctar de melocotón.
Sophia abrió aún más los labios bajo los suyos, franqueando el paso a su lengua. De repente, a ciegas, Nicholas recogió el trozo de melocotón de su copa y le acarició el lóbulo de la oreja, para descender luego cuello abajo...
Consternada, interrumpió el beso para mirarlo fijamente.
—Quiero saborearte —sonrió. Antes de que pudiera protestar, bajó la cabeza y siguió el rastro de zumo con la lengua, lamiéndolo en progresivo descenso.
Con su mano libre, le desabrochó los botones de la chaqueta. Cuando terminó, se la deslizó por los hombros, dejándola con el sujetador de encaje, el más sexy que había visto en su vida. Luego, sin perder un segundo, le soltó el broche delantero y liberó sus senos, con los pezones endurecidos.
Aquella erótica visión, con Sophia medio desnuda sobre su escritorio, con la falda enredada entre los muslos, bastó para que le flaquearan las rodillas. Soltó un ronco gruñido, mezcla de admiración masculina y de una profunda y mucho más primaria necesidad que jamás ninguna mujer le había suscitado antes.
Vio que seguía con los ojos cerrados. Supuso que ésa sería la mejor manera que tenía de experimentar aquella fantasía tan personal, pero él quería que lo mirara, que supiera exactamente quién estaba satisfaciendo sus deseos más íntimos.
—Sophia, abre los ojos —susurró—. Quiero que veas cómo responde tu cuerpo a mis caricias.
Entreabrió los párpados, y Nicholas contuvo el aliento al distinguir un brillo de vulnerabilidad en su mirada. Decidido a sustituir su reticencia por un puro placer, deslizó el pedazo de melocotón por la curva de un seno y rodeó morosamente el pezón hasta dejarlo rígido y empapado del néctar. La sintió temblar y continuó la labor con su otro seno, dedicándole idéntica atención.
Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza cuando vio la ardiente mirada que le lanzaba Nicholas mientras untaba sus senos con el fragante zumo. El aroma la mareaba por momentos, y podía sentir cómo se iba calentando y humedeciendo cada vez más... escandalosamente excitada. Casi como si tuvieran voluntad propia, sus muslos se apretaban en torno a sus caderas, reteniéndolo contra su cuerpo.
Aquello era perverso. Decadente. Pero era incapaz de detenerse. Pensó una vez más en la fantasía que Nicholas estaba haciendo realidad, y supo que quería sentir sus labios en ella. Aunque sólo fuera por una vez...
Deslizó tentativamente las manos por sus hombros y subió hasta su cuello. Hundió las manos en su pelo y atrajo su cabeza hacia su pecho. El primer contacto de su lengua fue como una descarga eléctrica, y de inmediato se sumergió en una marea de sensaciones. Sus labios y su lengua rezumaban tanta ternura como avidez en sus exploraciones. Le bañó literalmente la piel con infinito cuidado, lamiendo la sensible curva de sus senos, rodeando un pezón.., hasta que al fin, al fin, se apoderó con la boca de la endurecida punta.
Sintió que perdía el control, asustada por la celeridad con que se estaba rindiendo a sus caricias. Sólo necesito tirarle suavemente del cabello para alzarle la cabeza, tomando conciencia de lo entregado que estaba a sus necesidades, y no a las suyas propias. La contención que adivinaba en sus ojos resultaba admirable.
—Sabes tan dulce como hueles —observó con una sonrisa mientras deslizaba sus largos dedos hasta sus labios entreabiertos y le introducía uno en la boca.
Automáticamente, Sophia se lo acarició con la punta de la lengua. Aquello le arrancó un gruñido y retiró el dedo.
—Lo haces muy bien —pronunció con voz ronca.
Se ruborizó visiblemente al escuchar aquella frase, que le sentó como un jarro de agua fría.
—Oh, Dios mío —gimió avergonzada, llevándose las manos a las mejillas—. No puedo creer que tú, que nosotros, que yo no puedo creer que una fantasía pueda ser mejorada por la realidad», añadió para sus adentros.
—Ya —rió entre dientes—. Hay que reconocer que es bastante increíble.
¿Qué había hecho? Sacudió la cabeza, consternada, y se apresuró a abrocharse el sostén con manos temblorosas.
—Definitivamente, ésta no ha sido una buena idea —se abotonó la chaqueta de cualquier manera antes de intentar bajarse del escritorio.
Nicholas se hizo a un lado para permitírselo, pero a continuación la acorraló apoyando ambas manos sobre la mesa.
—Después de lo que acaba de suceder, no voy a permitir que te vayas así como así. Dame una buena razón por la que no te ha parecido una buena idea y me lo pensaré.
— Nicholas... yo no quiero liarme con nadie... — pronunció, estremecida.
—Cariño —le dijo con tono paciente—, lo que acabamos de compartir demuestra que estás más liada de lo que piensas.
Sophia frunció el ceño ante aquella manera tan brusca de destacar lo obvio.
—Con la vida que llevo, no tengo tiempo para relaciones afectivas.
—¿Entonces qué tal una aventura sin compromisos? —le propuso, aunque había algo en su mirada que desmentía aquellas palabras.
—A mí no me va el sexo sin compromisos —replicó, cuando en realidad no había disfrutado de ningún tipo de relación sexual, sin compromisos o con ellos.,. en tres años.
—A mí tampoco —le aseguró—. Existe una química entre nosotros, ambos la sentimos, así que... ¿por qué no seguirla a ver adónde nos lleva?
Porque tenía miedo de comprometerse sentimentalmente tanto, que pudiera olvidarse de todas las cosas que eran importantes para ella. Su identidad, su independencia, su capacidad de autocontrol.
Inesperadamente, Nicholas inclinó la cabeza y le dio un tórrido y apasionado beso que ella se apresuró a devolverle con idéntico fervor. Cuando al fin se apartó, una sonrisa de satisfacción bailaba en sus labios.
—Quiero que seamos amantes, en el más amplio sentido de la palabra —afirmó.
-0 sea, que quieres sexo.
—Una aventura no es solamente sexo. Es una seducción de la mente, de los sentidos y, en último término, del cuerpo. Iremos despacio y tranquilamente, o todo lo contrario. Tú marcas el ritmo.
Se lo quedó mirando fijamente a los ojos, fascinada. Por primera vez en mucho tiempo, deseaba físicamente a un hombre, y no sólo despacio y tranquilamente, sino también acelerada y desenfrenadamente. Sin barreras ni restricciones. Sin precauciones. Una satisfacción mutua de necesidades y deseos. Lo que le estaba ofreciendo era sencillamente excitante. Y ella deseaba tener aquella aventura, y disfrutarla mientras durara la atracción. Sin complicaciones ni enredos emocionales. Eso sobre todo.
Se estremeció de anticipación. ¿No consistía precisamente en eso su independencia? ¿En la libertad de efectuar sus propias elecciones, de controlar cualquier situación a su gusto? ¿De dar únicamente tanto como ella misma quisiera y de alejarse luego cuando todo hubiera terminado, con sus sentimientos intactos?
Así era. Por primera vez en tres años, quería poner a prueba aquella sensación de poder. Y Nicholas le estaba ofreciendo la oportunidad perfecta.
—De acuerdo. Viviremos esa aventura.

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