"Las once y cuarenta y ocho minutos"

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CAPITULO 4

Dos mujeres mayores bajaron para dirigirse hacia los artículos que seguían expuestos.

Aliviada por aquella interrupción, Sophia se volvió hacia su hermana:

—En serio, Riah, ya no soy ninguna niña, así que deja de preocuparte por mí.

Antes de que su hermana pudiera soltarle otro sermón, se levantó para saludar y atender a las dos mujeres. La perspectiva de envejecer sola no le atraía lo más mínimo, pero volver a poner su vida en manos de un hombre tampoco constituía una opción. Por eso había creado su propia fantasía masculina. Porque, en su experiencia, las fantasías siempre eran mejores que la realidad.

Para Nicholas, la realidad podía ser mucho mejor que cualquier fantasía, en las circunstancias adecuadas. Y aquellas circunstancias parecían haber cobrado forma en el diario de Sophia, cargado de sus más íntimos y secretos pensamientos.

Dejando el bolígrafo sobre el libro de contabilidad que tenía abierto en el escritorio, se recostó en su sillón y pensó en el diario de tapas rojo burdeos. Ahora que había dispuesto de unas cuantas horas para reflexionar sobre sus decisiones de aquella tarde, no podía evitar una leve punzada de culpabilidad. Lo caballeroso habría sido devolverle el diario. Pero la caballerosidad había pasado de moda: no encajaba en aquellos tiempos. No si quería comprobar si la química que compartía con Sophia era una simple chispa destinada a apagarse.., o una chispa que podía convertirse en un incendio.

Su plan era ciertamente temerario, pero él era un hombre acostumbrado a los riesgos. Había pasado aquellos últimos años trabajando mucho para invertir todo su capital en La Oveja Negra, y esforzarse a tope para que el negocio prosperara. Durante todo aquel tiempo, por cierto, había tenido sus relaciones. Nada serio: ninguna de aquellas mujeres le había interesado para más de unas pocas noches. Habían sido conquistas fáciles, sin chispa, sin emoción.

En eso precisamente estribaba la diferencia con Sophia. Tenía una fantástica mezcla de dulzura y vulnerabilidad, que por cierto se empeñaba a toda costa en disimular. Lo intrigaba. Sobre todo porque le hacía preguntarse por todas aquellas fantasías sobre las que le gustaba tanto escribir...

Durante seis meses, se las había arreglado para cautivarlo y excitarlo. Durante seis meses había rechazado todas sus invitaciones a cenar y a salir juntos. Por eso no estaba dispuesto a renunciar a lo único que podría permitirle descubrir sus numerosas facetas ocultas.

Miró su reloj: las once y diez de la noche. Se sonrió, preguntándose si Sophia se atrevería a disfrutar de aquel chapuzón nocturno. Había acogido su desafío con remilgada corrección y formalidad, pero Nicholas tenía la sensación de que la reacción habría sido distinta si su hermana no hubiera estado delante.

Cerró el libro de contabilidad, lo guardó y recogió las llaves. Salió de la oficina y pasó al bar, donde el camarero estaba ayudando a una de las camareras a recoger una mesa que se había quedado vacía. La mayoría de los clientes se habían marchado, pero aún quedaban los parroquianos habituales, los que siempre terminaban cerrando el local.

—¿Te importa cerrar tú solo esta noche, Bruce? —le preguntó Nicholas.

El joven se había convertido en su empleado de confianza y tenía su propio juego de llaves.

—En absoluto, jefe —sonrió—. Que pase una buena noche.

—Eso espero —y se marchó, devolviéndole la sonrisa.

Soltando un suspiro de frustración, Sophia cerró su diario de tapas color azul zafiro, renunciando a la fantasía que había estado intentando escribir. Lo único que quería era escapar de allí y hacerla realidad.

En aquel momento, sólo podía pensar en una cosa: en un baño a la luz de la luna. Pero no con su amante de fantasía, sino con otro demasiado real, que desbordaba sensualidad.

Maldiciendo a Nicholas, dejó su diario sobre la mesilla y se bajó de su nueva cama de dosel. Atravesó descalza el dormitorio hacia las puertas correderas que daban a la terraza, hizo a un lado las persianas y contempló el patio ajardinado que separaba su ala de apartamentos de las otras unidades.

Y del apartamento de Nicholas. Sabía exactamente cuál era el suyo. A la luz de la luna, podía distinguir claramente la terraza de su dormitorio, tan desierta y oscura como las de los demás apartamentos. Nicholas la había visto unas cuantas veces mientras regaba las plantas de la terraza. En aquellas ocasiones, no había tenido empacho alguno en ponerse a flirtear con ella, al otro lado del patio, para distracción y regocijo de los demás vecinos.

Una sonrisa asomó a sus labios. Era difícil que un tipo tan simpático, despreocupado y juguetón como Nicholas no cayera bien. Y resultaba más difícil dominar el impulso de seguirle la corriente y aceptar sus proposiciones. Ella lo sabía perfectamente. Llevaba más de seis meses luchando contra aquella tentación tan especial.

Aquella tarde le había mentido a su hermana cuando le dijo que no estaba interesada en Nicholas. De día era fácil mentirse a sí misma. Pero ahora que había caído la noche y estaba sola en aquel dormitorio grande y silencioso, con un diario lleno de fantasías por única compañía, era inútil negar la verdad.

Se sentía atraída por Nicholas, lo cual era especialmente inquietante porque nunca antes había experimentado nada igual. Últimamente aquel deseo consumía cada vez más sus pensamientos y la incitaba a rebelarse, a desinhibirse, a abandonar toda precaución.

Se había revelado muchas veces desde su ruptura con Adam, pero su desafío había sido ante todo personal, una manera de demostrarse a sí misma que nadie dictaba sus decisiones y que nunca más volvería a dejarse manipular por un hombre. Pero detrás de aquella imagen fresca, descarada y sensual, se ocultaba una mujer que seguía sintiéndose vulnerable. Una mujer que no confiaba en su propio juicio en sus relaciones con los hombres. Una mujer asustada de enamorarse de verdad, y por tanto apegada a sus más secretas fantasías.

«¿Qué te parece si quedamos esta noche para bañarnos en la piscina a la luz de la luna?» Estaba segura de que sólo lo había dicho para burlarse y alterar su compostura. Pero lo había conseguido.

Inquieta, salió a la terraza. Sentía las frías baldosas en los pies, en agradable contraste con el calor de la noche. El borde de su sensual camisón, agitado por la leve brisa, se pegaba a su vientre y a las puntas de sus senos como la caricia de un amante.

¿Y por qué no? Indecisa, se volvió para mirar el reloj de la mesilla: las once y cuarenta y ocho minutos. Con aquel calor, le atraía la idea de un baño a la luz de la luna. Y las probabilidades de que Nicholas estuviera trabajando, acostado o incluso en compañía de otra mujer eran ciertamente elevadas.

Necesitaba rebelarse, lanzar por la borda sus reservas, sus inhibiciones. Llevaba tres años escribiendo sobre ese tipo de comportamiento. Había llegado la hora de experimentarlo.

¿Se atrevera Sophia a hacer realidad su fantasia? Hola de nuevo. Me demore un poco mas en subir pero ya esta aqui el capitulo 4, si les gusto comenten y voten, y no se olviden de compartir la novela. Besos.

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