"Yo te invite, ¿recuerdas?"

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CAPITULO 5

Hacía una noche perfecta para un baño a la luz de la luna, y Nicholas no estaba allí. El alivio de Sophia, sin embargo, se mezclaba con una cierta decepción en la que prefería no profundizar demasiado.
Abrió la puerta del recinto de la piscina, que albergaba también una caseta de juegos recreativos, una pequeño salón para fiestas, una sauna y un gimnasio privado. Todos aquellos servicios reservados para los residentes cerraban a las diez, aunque el salón se abría de cuando en cuando después de aquella hora para ocasiones especiales.
Dejó la toalla sobre una tumbona, se descalzó y se quitó la túnica que se había puesto encima de su traje de baño de una sola pieza, con un estampado de piel de leopardo. Sin probar antes el agua, se lanzó a la piscina.
El agua acariciaba sus miembros con la delicia de su frescor, lánguida y sensualmente, como un amante. Sintiéndose desinhibida, incluso algo alocada, se olvidó de todo para disfrutar a fondo de aquella sensación, pasándose las manos por los brazos, las piernas... Su fantasía se había convertido en realidad. Sólo faltaba su amante imaginado.
Acababa de emerger en la zona menos profunda cuando descubrió una figura en cuclillas en el borde de la piscina. Alarmada, el corazón se le subió a la garganta.
—Sabía que vendrías.
Pero nada más escuchar el ronco timbre de la voz de Nicholas, y reconocer sus anchos hombros y el cafe de su pelo a la luz de la luna, el terror cedió paso a la furia.
—¡Me has dado un susto de muerte! —siseó, bajando la voz. Sintiéndose desnuda y vulnerable, retrocedió y se hundió más en el agua—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo te invité, ¿recuerdas? —sonrió.
—Pero yo creía... —se interrumpió al ver que se erguía y se quitaba la camiseta para tirarla a un lado.
—¿Qué es lo que creías? —su voz era tan hipnótica como el movimiento de sus dedos mientras se desabrochaba lentamente el cinturón—. ¿Que estaba de broma? —se bajó la cremallera, y el erótico sonido pareció resonar a través de sus terminaciones nerviosas, recordándole de paso que estaban completamente solos—. ¿Que no vendría?
—Las dos cosas, supongo —logró pronunciar—. No pensaba que estuvieras hablando en serio...
A Sophia se le aceleró aún más el pulso cuando vio que se disponía a bajarse los tejanos.
—Cuando se trata de ti y de mí, soy el hombre más serio del mundo...
Se estaba bajando el pantalón lentamente, con un malicioso brillo en la mirada. Pero Sophia decidió aceptar el desafío. Si era tan atrevido como para desnudarse en su presencia, ella lo sería para mirarlo con el mismo descaro. Sin perderse nada.
Con la pericia de un auténtico stripper, Nicholas se puso de perfil y empezó a contonear las caderas, de modo que el pantalón fue deslizándose poco a poco. Lo único que faltaba para que el número quedara perfecto era un tanga: pero en lugar de tanga, llevaba unos boxers. Fue esa prenda la que, afortunadamente, evitó que Sophia perdiera del todo la cabeza.
Iba descalzo. Lanzó los tejanos junto con la camiseta antes de volverse nuevamente hacia ella. Tenía el torso ancho, salpicado de un fino vello dorado, y la cintura y las caderas estrechas. Esbelto y fuerte a la vez, no excesivamente musculado: la perfección masculina, en suma.
Era todo lo que había soñado en un hombre. Una mezcla de malicia y sensualidad que quitaba el aliento. Oh, Dios, ¿de dónde había salido aquel pensamiento? ¿De una de sus fantasías?
—¿Quieres ver más? —le preguntó él. Tenía enganchados los pulgares en la cintura del calzoncillo, como si estuviera más que dispuesto a quitárselo.
Era un descarado, y lo sabía. Consciente de que bastaba una sola palabra o mirada para facilitarle el estímulo que estaba esperando, Sophia decidió cambiar de tema.
—Si no acepté tu invitación, ¿por qué te has molestado en aparecer?
—Tú eres la prueba de que las ilusiones siempre acaban por hacerse realidad —empezó a bajar los escalones de la piscina para meterse en el agua—. Pero retomaré tu pregunta: dado que no aceptaste mi invitación... ¿qué es lo que te ha impulsado a venir a ti?

«Una fantasía», respondió Sophia para sus adentros. Una fantasía que se había mezclado con la realidad. Vio que continuaba avanzando y volvió a estremecerse de expectación. Aquel erótico juego amenazaba sus sentidos. Se burlaba de todas las advertencias que se había hecho a sí misma sobre las repercusiones de liarse con un hombre semejante.
Antes de que pudiera llegar a tocarla, y antes también de que ella pudiera perder totalmente el juicio, Sophia se sumergió para bucear hacia la zona profunda de la piscina. Sólo volvió a emerger cuando tocó el bordillo del otro lado.
No lo veía por ninguna parte. El agua estaba oscura y buscó alguna onda, algún leve rizado de la lámina de agua que traicionase dónde estaba.
Hasta que Nicholas emergió de pronto a unos cuantos metros, la descubrió y volvió a sumergirse.
Con el corazón acelerado, y sin saber lo que pretendía, Sophia se dirigió hacia la parte menos profunda. Estaban jugando al gato y al ratón, y era ella quien tenía las de perder. Para cuando Nicholas volvió a emerger, ya la había acorralado contra el bordillo.
Sin embargo, decidió hacer un último intento. Hizo un amago de nadar hacia la derecha, pero enseguida se hundió y cambió de sentido. Buceó todo lo que pudo con la intención de rodearlo y escapar.
Confiaba ya en haberlo engañado cuando sintió que le tiraba de un tobillo hacia atrás. Su primer impulso fue forcejear, pero procuró no ponerse nerviosa. Lo siguiente que sintió fueron sus anchas manos recorriendo sus muslos, sus caderas, hasta que consiguió aferrarla de la cintura.
Cuando volvieron a salir a la superficie, estaba sin aliento. Y no sólo por la falta de aire, sino por el contacto de su duro cuerpo presionando contra su espalda, sus nalgas, sus muslos. Su traje de baño apenas la protegía del calor ardiente que generaba.
—Ya te tengo —le murmuró al oído.
Le acariciaba el cuello con su aliento. Sophia intentó liberarse: fue en vano.
—Suéltame.
—No has respondido a mi pregunta. ¿Por qué has venido esta noche?
No tenía ninguna repuesta: al menos ninguna que tuviera algún sentido para ella misma.
—¿Ha sido por esto?
La mano con que la sujetaba subió para apoderarse de un seno. Sophia se quedó consternada, pero a continuación soltó un gemido, justo en el preciso instante en que sentía la caricia del pulgar en el pezón. La punta se endureció inmediatamente, dándole toda la respuesta que necesitaba: sí.
Estaba claro que había aumentado las apuestas en juego. Después de llevarla a la zona menos profunda, la hizo volverse y la levantó para sentarla en el bordillo. Luego, sin darle oportunidad a escabullirse, le separó los muslos. Sus largos dedos se cerraron entonces sobre sus rodillas, acercándola hacia sí: la postura no podía ser más sexual.
Sophia se había quedado sin aliento. Podía sentir la presión de su miembro duro, exitado.Lo único que evitaba la penetración era la húmeda barrera del traje de baño y el calzoncillo.
Su respuesta fue inmediata. Un gemido estrangulado le subió por la garganta. Se estaba derritiendo de deseo. Aterrada, intentó incorporarse, pero él no se lo permitió.
—No te hagas la sorprendida —sonrió—. Es esto lo que me haces. Me excitas, física y mentalmente. Contigo nunca he disimulado mi deseo, pero ahora lo estás comprobando por ti misma.
Sí que lo sabía. Y no lo olvidaría fácilmente. Había cerrado los dedos sobre el bordillo, para evitar tocarle el pecho húmedo y brillante. Lo miró a los ojos, unos ojos tan oscuros como la noche aterciopelada que los envolvía. Aquella familiar inquietud comenzó a manifestarse en su interior, aquel sordo anhelo...
— Nicholas...
Deslizando las manos sobre sus muslos, introdujo los pulgares bajo el elástico de su traje de baño, justo a la altura de las caderas.
—Me gusta tu bañador de piel de leopardo —comentó, ignorando sus débiles protestas—. Si te lo quito... ¿saldrá la fiera salvaje que se oculta detrás?
No sabía si era una fiera salvaje, pero desde luego había algo indómito revolviéndose en su interior.
—¿O quizá sólo salga una dulce e inofensiva gatita? —inclinándose hacia delante, comenzó a lamerle las gotas que resbalaban por su cuello.
Sophia se estremeció: sin poder evitarlo, se apretó contra él, soltando una especie de ronroneo.
—¿Qué será? —susurró mientras le besaba la zona sensible de detrás de una oreja—. ¿Tigresa o gatita?
—Ambos felinos... tienen garras —replicó ella, haciendo un esfuerzo. No pudo evitar maldecir la súbita ronquera de su voz, que consiguió atenuar el efecto de lo que había esperado fuera una ingeniosa y valiente respuesta.
—Por supuesto —asintió, riendo—, pero si se les toca y acaricia de una determinada manera... se vuelven dóciles y dispuestos —como para demostrar lo que acababa de decir, deslizó una mano todo a lo largo de su espalda—. Y yo quiero tocarte —la misma mano bajó hasta su cadera y recorrió el largo muslo hasta la rodilla, arrancándole un estremecimiento—. Quiero acariciarte.
Sophia consiguió reprimir un gemido, pero lo que no pudo evitar fue aquel ablandamiento general de su cuerpo, con el anhelo que se enroscaba en su más profundo centro, y la necesidad de sucumbir al deseo que abrasaba sus sentidos. Lo que aquel hombre le estaba sugiriendo era lasciva, perversamente erótico. Y ella quería experimentarlo.
—Cierra los ojos, corazón —lo oyó musitar—. Y siente el calor que emiten nuestros cuerpos...
Soltó un gemido de aquiescencia y cerró los ojos, dejando que su cuerpo respondiese por sí solo.Nicholas retiró las manos de sus rodillas y enterró los dedos en su cabello mojado, echándole la cabeza hacia atrás. Comenzó a mordisquearle, a lamerle el cuello. Sophia, mientras tanto, cerró los dedos sobre el bordillo de cemento, dando por bienvenida la distracción del contacto del cemento bajo sus palmas.

Pero la distracción sólo duró tres segundos. Nicholas bombardeaba implacable sus sentidos, destrozando sus defensas con el movimiento de sus manos desde su cuello hasta sus hombros, con su aliento ardiente quemándole la piel, con la increíble suavidad de su lengua mientras continuaba lamiéndole las gotas de agua a lentos y largos lametazos. Como un gigantesco felino gozando de un cuenco lleno de rica leche.
— Nicholas... —le temblaba la voz, y lo mismo le pasaba a su vientre, a sus muslos.
Le bajó los tirantes del bañador por los hombros y empezó a sembrarle el pecho de besos, descendiendo cada vez más. Estaba ardiendo. Las caricias de aquel hombre la incendiaban por dentro y por fuera. Aunque todavía le faltaba tocarla íntimamente en aquellas zonas, que suspiraban por su contacto, de alguna manera se sentía como si la hubiera marcado de una manera primaria, fundamental. Había seducido su mente, su cuerpo, su alma. Su aroma masculino le llenaba los sentidos, la aturdía con una necesidad que era mucho más que física.
Se esforzó por ahuyentar aquella nube de deseo que tanto la debilitaba, que la hacía desear a un hombre que podía someterla incluso contra su propia voluntad. Lo maldijo en silencio, furiosa con él por haber despertado en ella sensaciones y reacciones que había mantenido ocultas durante tres años, y furiosa también consigo misma por su propia respuesta a sus caricias. Deseaba a Nicholas Morgan, pero no quería desearlo. Desearlo era peligroso. Desearlo la hacía vulnerable.
Sintiéndose atrapada, desesperada, le puso las manos en los hombros y le dio un inequívoco empujón. Desprevenido, Nicholas retrocedió un paso: lo suficiente para que ella pudiera sumergirse y escapar buceando hacia el otro extremo de la piscina.
Cuando ya no pudo aguantar más y tuvo que emerger, no vio a Nicholas donde lo había dejado. Escrutó la oscuridad con el pulso acelerado, aguzando los oídos. Nada. Se había ido. Su ropa tampoco estaba.
Se estremeció violentamente. La única prueba de que no había soñado todo aquel episodio era el rastro de huellas húmedas que se perdía en la puerta del recinto.

Perdón la tardanza pero ya volví con un capitulo mas largo para compensarlas por la demora y ademas un capítulo fascinante creo yo, ojalá les guste tanto como a mi. No olviden comentar y votar las quiero.

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